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John Updike: Terrorista (Tusquets, 2007)

John Updike: Terrorista (Tusquets, 2007)

    AUTOR
John Updike

    GÉNERO
Novela

    TÍTULO
Terrorista

    OTROS DATOS
Traducción de Jaume Bonfill Sdalaet. Barcelona, 2007. 330 páginas. 20 €

    EDITORIAL
Tusquets



John Updike

John Updike


Reseñas de libros/Ficción
John Updike: Terrorista (Tusquets, 2007)
Por Rogelio López Blanco, lunes, 1 de octubre de 2007
John Updike se mete en la piel del terrorista, lo muestra por dentro, en su contexto social y familiar, y por fuera, en la visión que tiene del mundo. El personaje de Ahmad, fruto de la relación entre un egipcio y una irlandesa-americana, está muy logrado en todas sus hechuras, especialmente la humana y la ideológica. Es el producto de la hibridación y mezcla de culturas y razas que se ha tenido hasta ahora como constitución óptima de lo americano (una forma genérica e injusta de referirse a lo estadounidense). Abandonados al poco de nacer por el padre, cuyo paradero se desconoce, Ahmad vive en una ciudad humilde, New Prospect, en el Estado de New Jersey, con su progenitora, enfermera con vocación de pintora que se realiza en sus ratos libres, de carácter hippie, a la que quiere con distancia pero cuyo comportamiento y costumbres no soporta.
Mujer de temperamento liberal y desinhibido, sobre todo en el aspecto sexual y en el atrevimiento al vestirse (léase provocativa para el joven), Terry, sin proponérselo, impone en casa periódicamente la presencia de novios que ocupan el espacio, que no el lugar, dominante del padre. La consecuencia es la idealización y veneración del ausente y la proyección de la personalidad del joven sobre lo que para él significa la figura del padre y su cultura, la árabe-musulmana.

El contexto social y material de la vida del muchacho transcurre entre su casa, el ejercicio físico en solitario, entrenándose como corredor de fondo, y el centro de enseñanza al que asiste, cuyo alumnado es predominantemente de raza negra, y en el que él, por su personalidad reservada, aspecto físico (raza) e imagen, pues viste de forma particularmente atildada respecto a los equipamientos y gestualidad desgalichada comunes a todos sus compañeros, aparece como un bicho raro, siempre hostilizado por las pullas e insultos de los matones, siempre visto como un ser solitario cuya única fijación es una joven negra de extraordinaria voz que se llama Joreleen, enamorada a su vez de un matón del barrio, que tiene el muy logrado nombre de Tylenol.
La construcción del tipo y su contexto a cargo de Updike es impecable, plausible desde todos los puntos de vista, tanto como la visión de la pervertida sociedad que le rodea, pero en la narración el autor apoya esa percepción subjetiva del joven protagonista con los datos objetivos que presenta sobre la realidad social y humana que enmarca las peripecias del protagonista

La lógica del aislamiento, del sentimiento de soledad, del desapego en relación a la madre había derivado en Ahmad, y es en este estadio en el que encontramos ya al personaje en el inicio del hilo narrativo, hacia un interés creciente por el credo musulmán que le imparte en una pequeña mezquita desde hace años el sheij Rachid, un islamista radical que además de instruirle en el árabe clásico a través de la lectura e interpretación del Corán, sutilmente predica esa fe basada en un odio que se esconde al comparar, deformando y manipulando, lo ideal (lo irreal), es decir, lo puro e inmaculado de la prédica de su credo, con lo real, esto es, lo corrupto y abominable del mundo que circunda al joven, con sus tentaciones hedonistas y el consiguiente peligro de incurrir en hábitos viciosos.

Sobre todo los relacionados con la sexualidad. Esta es la piedra angular que subyace en la obsesión fanática y hasta en el mismo credo musulmán tal como es visto, explicado y asumido a lo largo de la narración. De ahí la desaprobación y distancia fente a la madre, la obsesión enfermiza con Joreleen y otras muchas anécdotas y episodios de la obra. Una conclusión obvia e inmediata en esta novela, y en general de lo que se conoce de la confesión islámica, es que la represión de la sexualidad está estrechamente relacionada con la exploración de la violencia como salida a la frustración personal y colectiva de los jóvenes debido a la sacralización de la pureza hasta extremos tan radicales que el sentido de culpa, sea por la sola presencia del deseo sea por incurrir en actos impuros, sólo se puede canalizar a través del sacrificio (de uno mismo y de los demás). A estos efectos, resulta muy llamativa aquella broma que iba en serio del director de cine vasco Juanma Bajo Ulloa, quien señalaba en una entevista que una de las posibles causas de la violencia en el País Vasco es que allí "se folla poco".

De esta suerte, el chico Ahmad encuentra un refugio, una vía de escape que le reconcilia consigo mismo, en la religión, pero no sólo en su interiorización, en la disciplina interna, en la conciencia y el comportamiento respecto a sus semejantes. Por encima de todo influye en la visión del mundo que le rodea, al que desprecia por degenerado y falto de valores. Como es natural, tal ofuscación influye en su percepción de quienes le rodean, madre, compañeros, profesores y sociedad en general, extendiéndose desde lo representado por el barrio y la pequeña ciudad a la sociedad americana en general.
No es que el autor acompañe encantado el periplo vital y físico del protagonista, no es eso. Lo que parece compartir con él es su crítica, la base material, aunque no la espiritual ni religiosa. En las descripciones urbanas y sociales a primera vista no aparece ningún sesgo ideológico porque éste se encuentra enmascarado por el punto de vista o enfoque

La construcción del tipo y su contexto a cargo de Updike es impecable, plausible desde todos los puntos de vista, tanto como la visión de la pervertida sociedad que le rodea, pero en la narración el autor apoya esa percepción subjetiva del joven protagonista con los datos objetivos que presenta sobre la realidad social y humana que enmarca las peripecias del protagonista, mostrando sólo las lacras de un mundo consumista invadido por la cultura del deshecho permanente que ésta produce (en forma de basura acumulada, mugre, abandono, deterioro de paisaje, falta de limpieza en las calles...), irrespetuoso con el entorno físico, tanto urbano como natural, con unas relaciones sociales presididas por la anomia y la carencia de referentes que no sean aquellos que gravitan en torno al más radical egoísmo o individualismo y el más absoluto descreimiento.

No es que el autor acompañe encantado el periplo vital y físico del protagonista, no es eso. Lo que parece compartir con él es su crítica, la base material, aunque no la espiritual o religiosa. En las descripciones urbanas y sociales a primera vista no aparece ningún sesgo ideológico porque éste se encuentra enmascarado por el punto de vista o enfoque. Updike opta por resaltar la sensación de degradación y derrumbe que produce el mundo desarrollado en las zonas urbanas que quedan abocadas al declive, por las que ya le pasó el mejor momento o apogeo, por eso el paisaje moral degradado que percibe el joven es un calco del paisaje físico deteriorado y abandonado a su suerte que pormenoriza el autor. Puede que sin pretenderlo haya una justificación.

Para ello, y en cuanto al orden humano, se ayuda de otro gran referente de la novela, Jack Levy, un profesor de raza judía y ateo que como tutor de Ahmad en su último año, justo antes de graduarse, descubre la madurez, las posibilidades y esperanza de futuro del muchacho. Casado con una mujer de religión presbiteriana contra los deseos de ambas familias, el veterano docente se siente frustrado de forma lacerante en el plano profesional. Junto a la sensación de decrepitud física que determina su edad, a la que acompaña la carga de la desmesurada gordura de su mujer, Beth, otro ejemplo que presenta el autor del envenenamiento y la degradación sicológica y física que produce el consumismo, año tras año ve cómo el sistema educativo fracasa con esos jóvenes que, con grandes ilusiones y ganas iniciales, acuden día a día a las aulas para acabar constatando cómo la inmensa mayoría termina sumergiéndose en la franja social que ocupa la marginalidad y la pobreza, con su secuela de delincuencia como hábito, donde salir y entrar en los correccionales se convierte en algo rutinario. Embarazos prematuros, escaso nivel educativo, conexión con la violencia (explícita o larvada), ausencia de horizontes y degeneración humana componen el horizonte de esos jóvenes que están a su cargo y el de otros profesores desmotivados y presencialmente absentistas.

Este es la segunda gran palanca crítica del autor hacia el “sistema”, su fracaso para integrar humanamente a los jóvenes de extracción humilde por razón de raza y/o extracción social. De esta forma, autor y protagonista coinciden en su censura, el mundo capitalista es depravado en esencia, no existe de hecho igualdad de oportunidades, no hay esperanza. El que las intenciones del joven, al implicarse en la lucha yihadista y la tentación del gran atentado, cuyo desarrollo está excelentemente bien retratado desde el punto de vista organizativo, ideológico y conceptual, no cuenten con la aprobación del narrador, no resta un ápice para que el diagnóstico sobre la realidad social en las que se trata de incidir (uno desde la acción y el otro desde la crítica) sea similar y esto es lo preocupante. Primero, porque el autor fija su atención en alguien que puede formar parte de los verdugos, nunca de las víctimas, a las que sólo se aboceta de pasada y cierta delicadeza estomagante (unos inocentes niños, negros para más inri, circulan haciendo monerías en uno de los coches que en medio del denso tráfico rodean a la furgoneta bomba) y, segundo, porque Updike no tiene en cuenta en ningún momento las nociones de progreso y libertad que el mismo joven podría encarnar, pues, como se señala en la narración, tenía autodisciplina, había demostrado interés por el estudio y estaba razonablemente preparado para poder encauzar su vida a través del estudio de una carrera universitaria. No era un imposible, las becas lo facilitarían, nada está, por consiguiente, tan determinado como se pretende.

Aquí el problema no reside en la crítica social que acomete el autor, sino en introducirla y combinarla en el ámbito de la génesis de una personalidad terrorista, lo que en cierto modo da cobertura y justificación a las motivaciones e impulsos de quienes cometen o se plantean actos de terror, cuando es sabido que no son las condiciones sociales las que animan a los inspiradores –no los ejecutores, que carecen de medios--, sino su creencia fanática. La relación entre un acto terrorista y sus circunstancias concretas (miseria social, ruptura amorosa, o cualquier otra causa personal) no tienen nada que ver con la idea del acto en sí, que es producto de personas o grupos al servicio de una doctrina (en este caso) de carácter religioso que quiere imponer una determinada visión del mundo a todas las sociedades, empezando por las musulmanas.
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