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Un monumento de 5.000 cráneos
Por ojosdepapel, domingo, 2 de abril de 2006
El autor te propone visitar algunos puntos de África y Oriente Medio de forma poco convencional y te invita a disfrutar de un trago de grogue al cálido son de una morna, acudir a la consulta del dentista callejero que atiende a sus clientes en plena plaza de Yemá el Fna, circular por las calles de los hombres y los tejados de las mujeres en un ciudad del desierto, contemplar las huellas que dejó Roma en el litoral norteafricano, participar en la excitante desayuno de los leones de la sabana, compartir con bámbaras y soninkés la vida de un poblado malinés, comprobar cómo se vive en una casa troglodítica… dotada de televisión, dormir en plena selva, mantenerte a flote en las aguas del mar Muerto o dejar que se dispare la adrenalina mientras huyes de la embestida de los hipopótamos. Cualquier cosa menos aburrirte yomando el sol como un lagarto en la piscina de un hotel de cinco estrellas.
Houmt Souk es una población tunecina de algo menos de 20.000 habitantes, que ostenta la capital de la isla de Jerba, uno de los más activos enclaves turísticos del Mediterráneo. En realidad, la ciudad está algo alejada de la zona estrictamente hotelera y en sus calles y plazas se entremezclan en amistosa promiscuidad visitantes y autóctonos, que animan los zocos, las tiendas y el mercado callejero de los jueves. Los turistas acuden a la zuaia del santón Sidi Zituni, que ha sido habilitada desde hace unos años como Museo de Artes y Tradiciones Populares, se admiran de la esbeltez de otra zuaia, la de Sidi brahim el Jamni y escuchan a las horas que marca el libro sagrado de los musulmanes la llamada a la oración que hace el almuecín de la mezquita de los turcos, la de los extranjeros o de la de Sidi Brahim. Pero el edificio más emblemático de la ciudad y de toda la isla es el fuerte de de Borj el Kebir o Borj Casi Mustafá, que también se conoce como el fuerte los españoles, un lugar en el que se escribieron páginas importantes –y también siniestras– de la historia del Mediterráneo.
En realidad el fuerte tuvo un origen romano, pero sus restos fueron aprovechados a finales del siglo XIII cuando el almirante Roger de Lauria conquistó Jerba por mandato de su rey Pedro III de Aragón. El almirante consiguió un buen botín de esclavos, que pasaportó a Sicilia y sometió a los jerbianos a vasallaje, aunque sus herederos hubieron de reprimir con diversa fortuna varias sublevaciones locales que acabaron finalmente con la ocupación aragonesa en 1333. Jerba quedó entonces nominalmente sujeta a la dinastía hafsida, aunque sumida en realidad en el mayor desorden a causa del enfrentamiento de los clanes locales, lo que facilitó la reconquista de la isla por Alfonso V de Aragón en 1432 tras haber vencido al sultán tunecino Abu Farés. Los isleños lograron sacudirse de nuevo el dominio extranjero mediante el pago de un tributo y restablecieron el estatuto de principado formalmente independiente.
Fernando el Católico trató de asegurar bases en el litoral meridional del Mediterráneo y envió una flota al mando de Pedro Navarro con el fin de conquistar diversas posiciones norteafricanas, aunque fracasó en cambio en su intento de hacerse con Jerba en julio de 1510. Tampoco lo consiguió un mes más tarde, cuando regresó con el refuerzo de una escuadra a cargo del duque de Alba que desembarcó 15.000 hombres, aunque sin suficientes provisiones de agua. La resistencia de los jerbianos y el insoportable calor reinante extenuó a la tropa, que hubo de regresar desordenadamente a los barcos dejando sobre el terreno a 1.500 combatientes españoles, entre ellos el propio duque.
Cuando Carlos V se liberó de sus principales problemas europeos puso la vista en África y se propuso vengar esta afrenta enviando una flota, como consecuencia de la cual la isla negoció un tributo anual de 5.000 dinares de oro en favor del virrey de Sicilia, acuerdo que una embajada de Jerba firmó en 1521 en Alemania. Según el testimonio de León El Africano, que la visitó en esta época y fue capturado en 1518 por corsarios sicilianos, Jerba se convirtió en un activo centro comercial, lo que le puso en el punto de mira del temible Barbarroja y de su lugarteniente Dragut.
Dragut había nacido en Anatolia y según parece en el seno de una familia cristiana pero se convirtió al islamismo de niño y se alistó de joven en la armada otomana. Hecho prisionero en una acción contra los corsos, fue rescatado por Barbarroja, poniéndose desde entonces a su servicio y atemorizando en su nombre las costas cristianas. Se estableció al fin en Jerba, donde fue el almirante genovés Andrea Doria le sometió en 1555 a un bloqueo del que supo salir airoso con decisión e ingenio construyendo un canal artificial hasta el golfo de Bu Grara.
España vivía atemorizada por las sospechas sobre la inautenticidad de las conversiones de los moriscos y su posible actuación como quintacolumnistas de los otomanos cuando estos hicieran acto de presencia en las costas peninsulares. Fue entonces cuando Felipe II se propuso frenar la expansión turca en el Mediterráneo y, de acuerdo con la petición del Gran Maestre de Malta, Juan de la Valeta, apoyado por el virrey de Sicilia, duque de Medinaceli, conquistar Trípoli y Jerba para evitar que fuesen nidos de piratas.
A finales de 1559 salieron por fin de Siracusa 54 barcos de guerra, 36 navíos de carga y 12.000 hombres con la orden de reagruparse entre los dos citados objetivos. Advertido Dragut de la campaña que se avecinaba, dispersó sus galeras, fortificó sus bases y urgió auxilio de Constantinopla. Los españoles desembarcaronn el 8 de marzo de 1560 al oeste de la fortaleza y, tras violentas escaramuzas, la ocuparon y repararon con el fin de establecer una base permanente. Pero, cuando se anunció la inminente llegada de 60 galeras turcas, los hombres de Medinaceli dudaron sobre la estrategia adecuada. Hubo quien propuso enfrentarse a ellos en el mar, otros defender la posición terrestre y no faltó quien sugiriera la conveniencia de poner pies en polvorosa. La decisión que se adoptó fue salomónica: la armada embarcó el 10 de mayo con la mitad de los efectivos y el resto quedó encargado de la defensa del fuerte. La experiencia demostró una vez más que no es atinado dividir las propias fuerzas. Mientras el viento estorbaba a los navíos españoles, parte de los cuales regresaron a puerto, parte –19 galeras y 14 barcos de carga– resultaron hundidos o apresados y tan sólo 17 pudieron salvarse poniendo rumbo hacia Sicilia, los turcos desembarcaron y pusieron cerco al castillo, que hubo de rendirse por sed el 31 de julio.
La venganza de Dragut fue implacable: cortó la cabeza a todos los vencidos y con sus cráneos levantó un monumento junto a la fortaleza conquistada que permaneció de pie hasta que en 1848 el Bey de Túnez ordenó enterrar los restos en el cementerio cristiano. El descalabro de Jerba afectó el prestigio de los europeos y, en particular de los españoles. Pero no hay mal que por bien no venga: el temor al poderío marítimo otomano logró aunar los esfuerzos de los desunidos reinos critianos que consiguieron el 7 de octubre de 1571 la victoria en la batalla naval de Lepanto. Lo que sí es cierto es que Jerba quedó desde entonces libre de la presencia extranjera hasta la llegada de los franceses en el siglo XIX.
El espacio donde estuvo el siniestro monumento con los 5.000 cráneos de los defensores españoles es hoy un una amplia superficie arenosa a modo de prolongación de la playa. Un pequeño monolito blanco, que pasa casi desapercibido, recuerda el hecho con una placa que reza, en francés “Emplacement de l’anciênne tour des cranes, 1560–1848”. Séame permitido relatar una mínima anécdota personal: interesado en fotografiar la placa con la mencionada inscripción, avancé cámara en ristre para aproximarme al monolito, sin que me diera cuenta que la pleamar había dejado la arena convertida en barro resbaladizo. Un mal paso hizo que el cuerpo cediera bajo tan inestable superficie y diera con mis posaderas sobre el mismo suelo en el que reposaron los cráneos de mis compatriotas durante cuatro siglos, sin más consecuencias que la inutilización del aparato fotográfico. ¡Velay! ¡Más perdió en este mismo escenario el pobre Medinaceli!
La vieja fortaleza ha sido rehabilitada y está abierta al público. En su interior se constatan con claridad sus dos etapas constructivas, con un primer recinto interior que fue ampliado más tarde. Entre el monolito y la fortaleza, un llamativo signo de modernidad en forma de gigantesco auditorio que tiene las piedras venerables de ésta como fondo magnificente y en el que se celebran durante el verano conciertos y festivales sin que los participantes puedan llegar a sospechar que la misma tierra sobre la que se sientan apaciblemente fue un lago de sangre hace cuatro siglos y medio.
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Ojos de Papel desea expresar su agradecimiento a Ediciones Carena en la persona de su director, José Membrive, que tan gentilmente ha permitido la publicación de este avance editorial del libro de Pablo-Ignacio Dalmases: Quiero ser Ali Bey. Rutas insólitas por África