“Los cafés, tres, y las copas de bourbon, también tres, nos entonaron
las conversaciones hasta la hora del baile, que empezó con un vals rodado a
trompicones por los dos traficantes de galanteos que acababan de sumar sus
vidas… Yoly adoptó la posición
Isabel Porcel en
segundas nupcias, augusta y de labios carnosos, en el retrato que le pintó
Francisco de Goya. “Nunca dejaré de agradecer a mis padres que me
enseñaran a escribir a máquina. Siempre me fascinó el teclado y la relación
entre la cabeza y los dedos”, se dijo a sí misma. Se licenció en Filología
Hispánica.
Se cogió a Francesc, con los brazos a la altura de las
caderas, y pensó en esta frase para el futuro libro de los dos, cuando los dos
se conocieran más y, como si en vez de amigos fueran una pareja, tuvieran su
primer libro:
“Es que los juegos de palabras me vuelven loca y me hacen
pensar a veces que la relación entre significante y significado no es tan
arbitraria como nos enseñó Saussure”. Francesc entrelazó sus
pies a los de Yoly, sin enfrentarse a los pies de ella, más comulgando con ellos
y rindiéndose incondicionalmente a su empuje. “Mis lecturas fueron las de los
niños de entonces, desde
Julio Verne a
Emilio Salgari. A los 16
años, las lecturas me transformaron. Ordenaron mi cabeza”, se dijo a sí mismo.
Se doctoró en Ciencias Económicas.
Se cogió a Yoly, le colocó la mano
derecha entre el costado y la espalda, afrontándose los dos a su primer fuego
cruzado de miradas. Pensó en esta frase, que luego le serviría para abrir
Nosotros mismos (
Ediciones
Carena, 2010):
“No creo en el psicoanálisis, quiero
simplemente hablar conmigo”. Yoly mantuvo la distancia con Francesc.
“De toda la vida, la ficción me ha atraído muchísimo. Creo que entiendo mejor la
realidad a través de ella”, se dijo a sí misma. Escribió las novelas
El
hombre de los besos oceánicos (Editorial Harlequín, 1998) y
El juego del
espejo (Editorial Nihil Obstat, 2000).
Levantó los brazos a la
altura de los hombros, flexionando los codos y generando entre sus codos y los
codos de Francesc un vacío ovalado que se llenaba con respiraciones y
divagaciones despeinadas. Pensó en esta frase, incorporada posteriormente a
Nosotros mismos: “Las mujeres inteligentes tenemos muchas
contradicciones”. Francesc giró su brazo a la izquierda. “El
comportamiento humano se ve como resultado del azar, pero la suerte se
construye”, se dijo a sí mismo. Escribió los ensayos
Sociología hoy
(Editorial Teide, 1979) y
Cataluña: intelectuales y nación (Editorial
Península, 1982).
Con el brazo despegado del cuerpo, Francesc inició una
media vuelta que acabó en vuelta y media. Tiró de su pareja. Cortésmente, como
los caballeros de Sión. Como los arquitectos de canales, impecablemente. Pensó
en otra frase, que ayudara a propalar lo que él llama “perspectivas mágicas”:
“[en la nuca]
se esconden los perfumes y se descubren las
incompatibilidades”. Yoly apoyó su brazo izquierdo en el brazo
derecho de Francesc, como si este fuera el palo de contramesana y ella fuera un
cabo suelto que ansía el nudo perfecto. “Me gusta la literatura intimista, la
literatura romántica, y me gusta trabajar en equipo porque es estimulante
compartir la creatividad”, se dijo a sí misma. “Llevo toda mi vida trajinando
con palabras.”
Depositó el peso de su brazo cansado en el brazo nervudo
de Francesc, sin llegar a colgársele, sin llegar a despegarse, dándose aire,
desplazándose ambos, relajándose, alejándose, acercándose. Pensó en una frase:
“Digamos que soy una feminista de sentido común”. Francesc se
impulsó hacia delante y la inercia hizo que variara la postura, extendiéndose
por la pista eternizada de cuerpos que giran y galopan como si estuvieran en
Estambul. “Se puede vulnerar el azar y crear una relación que se viva como
propia, pero lo que más importa es acumular experiencia”, se dijo a sí mismo.
“Me gusta reinventar la vida.”
La invitó a moverse con el estilo que él
imprimía, y Yoly se dejó guiar como si estuviera en las manos de un lazarillo.
Pensó en decenas de frases:
“Compartir mi intimidad es un privilegio que los
hombres tienen que ganarse”. Yoly Hornes y Francesc Mercadé
juntaron todos estos pensamientos, todas estas frases incomunicadas entre sí, y
con ellas se abrocharon, tejieron, entrelazaron, amarraron, confeccionaron su
primer libro juntos,
Nosotros mismos, juego de rumbos y de existencias
aparentemente abúlicas, pero que arriesgan y que se muerden los labios. Chico
busca a chica y chica busca a chico, y en algún punto, chica busca el amor y
chico busca el amor. Y, en algún punto, cuando el amor asoma, surgen las dudas,
el miedo, la aventura, lo inesperado... “Nuestra novela, en la primera parte,
podría ser como el título de un delicioso relato de la obra de
Italo
Svevo,
Corto viaje sentimental, pero luego la trama estaría más en la
línea de
Calvino (Italo, también), en
Si una noche de invierno un
viajero”, resumen Yoly Hornes y Francesc Mercadé. “Lo fortuito, el concepto
de destino, es la clave en
Nosotros mismos.”