Magazine/Cine y otras artes
Viaje iniciático
Por Eva Pereiro López, martes, 6 de julio de 2004
Las vidas de Vania, de 12 años, y Andrey, de 15, se ven abruptamente transtornadas por la llegada del padre tras doce años de ausencia. De él sólo poseían una vieja fotografía. Sin explicación alguna, su vuelta enigmática es aceptada con normalidad por la madre y la abuela ante la perplejidad de los niños. Recién llegado, el padre decide llevárselos unos días de viaje a los lagos y bosques del norte de Rusia.
El debutante Andrey Zvyagintsev nos presenta una extraordinaria simbiosis de forma y fondo en esta historia de relación padre-hijo sólida y coherentemente construída como si de una sola toma sin cortes se tratase. El relato, una impecable progresión lógica, se despliega desde la mirada del pequeño Vania y a pesar de un principio inverosímil -la madre acepta el silencio del porqué de la ausencia y permite que el padre parta con sus hijos de excursión- que se sostiene únicamente gracias al desconocimiento completo del personaje al que el espectador concede una oportunidad.
Este viaje iniciático de maduración de los niños pasa por el necesario conocimiento de quién es su padre y la superación de ciertos temores infantiles que les permiten afianzar sus propias identidades. Pero la aparente decisión del padre de recuperar el tiempo perdido pretendiendo educarlos de forma inusitadamente autoritaria en unos pocos días, resulta cuanto menos turbadora. Su actitud le hará enfrentarse al recelo y la desconfianza de Vania mientras que el mayor, Andrey, le prodigará sorprendentemente una instantánea admiración.
Unos actores impecables se empapan de esta narración de tempo perfecto transportada por las imágenes y una deliciosa banda sonora hacia la inmensidad de los paisajes, exhalando un goteo continuo de fragilidad y misterio desconcertantes
Con una estética excepcionalmente poética, la película logra expresar silenciosamente la desolación y soledad de los personajes a través de una fotografía de paisajes gélidos y desérticos. Pero a la vez su delicada forma suaviza el discurso exiguo y la tensión del desenlace, sin dejar de prorrogar el misterio de la figura del padre. Unos actores impecables se empapan de esta narración de tempo perfecto transportada por las imágenes y una deliciosa banda sonora hacia la inmensidad de los paisajes, exhalando un goteo continuo de fragilidad y misterio desconcertantes.
Este relato intemporal cuyo argumento ha sido tratado ya en numerosas ocasiones con mayor o menor acierto, podría tener también otra lectura mucho más política y sociológica: una Rusia poscomunista que se abre camino difícilmente tras una época basada en una relación de fuerza y de imposición desde el poder.
En todo caso, el palmarés excepcional que ha obtenido este director novel avala sin la menor duda la calidad y el interés que el film ha despertado. Los espectadores curiosos por un cine ruso que llega por cuentagotas a nuestras pantallas, saldrán cuanto menos impactados por la soberbia mezcla de dureza y fragilidad que destila esta historia.