Magazine/Cine y otras artes
Demasiado utópico para ser real
Por Marion Cassabalian, jueves, 9 de octubre de 2003
El segundo largometraje de Achero Mañas, premio de la Federación Internacional de Prensa Cinematográfica (FIPRESCI) en la XXVIII edición del Festival Internacional de Cine de Toronto, nos lleva al mundo del teatro callejero, cuyos alocados protagonistas se mueven en una libertad que autodefinen, al igual que el sueño que comparten. Un trabajo excelente por parte de los actores, un vestuario original y una buena ambientación están al servicio del genio creativo de Mañas, que sin embargo parece haber descuidado detalles importantes que le restan credibilidad a la película.
Con Noviembre, Achero Mañas da la impresión de haber querido ir más allá del cine y de la interpretación, dando su propia definición del teatro, de la calle, de lo social y de la provocación. El director de El Bola propone una visión muy romántica de un teatro callejero sin fin de lucro, de una utopía difícilmente creíble cuando los protagonistas viven en un lujo sospechoso para quien no cobra un céntimo por actuar. La tremenda imaginación de Mañas y el excelente trabajo de los actores contrastan con una estructura narrativa complicada, un discurso repetitivo y un sueño poco claro.
La construcción de la película es demasiado “pesada” y rebuscada para que el público termine de identificarse con los personajes
"Noviembre" es una tropa de teatro callejero, liderada y pensada por Alfredo (Oscar Jaenada), el protagonista principal, cuyo objetivo es hacer “un arte mas libre, hecho con el corazón, capaz de hacer que la gente se haga viva”. El teatro en la calle y gratis. Empieza la función, sin limites ni censuras: disfraces, humor, maquillaje y mucho ritmo, pero también dolor y provocaciones... Uno de los objetivos de la película –y de Alfredo- está logrado: el espectador empieza a dejarse llevar por este sueño tentador.
Pero la construcción de la película es demasiado “pesada” y rebuscada para que el público termine de identificarse con los personajes: son los propios protagonistas que cuentan su historia, 30 años más tarde, recordando lo que se prometieron y las decisiones que al final tomaron. La frialdad y falta de nostalgia de esta generación adulta contrasta con la libertad y la ligereza que guía a los miembros de “Noviembre”. Parecen ser ajenos a lo que cuentan, como si no hubieran tenido nada que ver con el drama que narran. Porque, eso sí, el sueño hubiera podido cumplirse pero todo termina mal.
El director explica que le surgió la idea de realizar esta película después de haber conocido a una compañía de teatro independiente en los años setenta, que actuaban en diferentes lugares del país sin cobrar una peseta por su representación. Mañas se preguntó entonces si esta forma de hacer teatro, libre y utópico, sería viable hoy en día, pero no intenta demostrar o justificar nada, sólo contestar a esta pregunta. Puede que eso explique su aparente falta de compromiso a la hora de narrar esta historia, esa cierta superficialidad que impide a esta película ser excelente.