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lunes, 13 de julio de 2009
El hundimiento de la URSS y los estados postsoviéticos (y II)
Autor: Juan Antonio González Fuentes - Lecturas[9548] Comentarios[0]
Con la llegada de Mijaíl Gorbachov al poder en 1985, la URSS acometió el más importante y profundo proceso de reformas conocido en su historia. Su realización fue más un signo de debilidad que de fuerza y, además de no conseguir enmendar la marcha degenerativa del sistema soviético, abrió en el mismo grietas que aceleraron su caída. El debate acerca de las reformas acometidas por Gorbachov ha dado mucho que hablar; aquí lo que nos interesa es descartar sobre todo sus limitaciones, razón en la que estriba en buena parte su fracaso final desde el punto de vista de la finalidad que persiguió: la superación por el sistema comunista de su crisis


Juan Antonio González Fuentes 

Juan Antonio González Fuentes

Primera parte: El hundimiento de la URSS y los estados postsoviéticos (I)

A pesar de su enorme popu­laridad en Occidente, Mijaíl Gorbachov se enfrentaba en su país con una creciente oposición y desconten­to ante el evidente estanca­miento de sus reformas políticas y económicas. En marzo de 1991 los mineros entraron de nuevo en huelga, mientras la situa­ción económica continuaba empeorando, cayendo en picado la pro­ducción industrial y la agrícola. Además, aunque conservaba en sus manos los principales resortes del poder, el líder soviético se enfrentaba a una oposición bifronte, instalada en el propio PCUS y en otros medios de poder. Por un lado los partidarios más firmes de las reformas se impacientaban por su lentitud y comenzaban a abandonarle, pasando a la abierta oposición. Por otro, dentro del PCUS y del Ejército se encontraban amplios sectores reaccionarios y comunistas que consideraban las reformas excesivas y peligrosas para la continuidad de la Unión Soviética. Fueron estos sectores los que, temiendo que el proceso se les escapara de las manos, intentaron dar un golpe de mano en agosto de 1991, finalmente fracasado.

Para entonces los países bálticos ya estaban en el camino de la independencia. A principios de 1991 la represión por el ejército de una manifestación en la capital lituana, Vilnius, se saldó con varios muertos. Entre febrero y marzo, en las tres repúblicas bálticas se celebraron referendos en los que los electores se pronunciaron en su gran mayoría por la independencia, aunque ésta no fue proclamada de inmediato. Ante este proceso de gradual disgregación, Gorbachov (que desde marzo de 1990 reunía el cargo de presidente de la URSS con el de secretario del partido) reaccionó convocando un referéndum en el que se pedía a los electores que se pronunciaran sobre “la preservación de la URSS como federación renovada de repúblicas iguales y soberanas”. La respuesta de las urnas fue ampliamente afirmativa y en las repúblicas asiáticas incluso masiva, elaborando a continuación junto a los representantes de las diversas repúblicas (salvo las bálticas y Geor­gia) un tratado con el que se reconocía a las repúblicas una amplísima autonomía, quedando para la Unión las competencias en política exterior, defensa y coordinación económica.

Precisamente en vísperas de la entrada en vigor de este tratado, en agosto de 1991, se produjo un intento de golpe involucio­nista, que selló definitiva­mente la suerte de la perestroika y de la Unión Soviética. Aprovechando la ausencia de Moscú de Gorbachov, los “conservadores” pasaron a la acción, aislando y destituyendo temporalmente al presidente, que fue relevado por un Comité de Estado para la situación de emergencia presidido por el vicepresidente Gennadi Ianaev y formado por otros ocho ministros, un golpe de mano apoyado por la mayoría del gobierno, por la mayor parte de los altos dirigentes del PCUS y por los del Soviet Supremo. Sin embargo el intento fracasó a los tres días, al oponerse al mismo el jefe del gobierno de Rusia Boris Yeltsin, la movilización de las masas en la capital soviética, junto a la actitud reacia de una parte del KGB y del Ejército, rindiéndose y siendo detenidos los golpistas. Aunque Gorbachov fue restablecido en sus funciones, salió considerablemente debilitado, quedando en manos de un emergente Yeltsin que se puso al frente de una oleada anticomunista, prohibiendo las actividades del PCUS, mientras Gorbachov dimitía como secretario general del partido.

En los siguientes meses se produjo la desintegración de la Unión Soviética, con la policía, el ejército y la KGB tan negativamente afectados como el PCUS por el fracaso del golpe. Encabezados por el presidente ruso Yeltsin, las repúblicas ignoraron y boicotearon tanto la legalidad soviética como el deseo de la mayor parte de sus habitantes de preservar la Unión, acabando por proclamar su independencia. En diciembre de 1991 los presidentes de Rusia, Ucrania y Bielorrusia declararon disuelta la URSS, que pasó a ser una difusa Comunidad de Estados Independientes. Privado de apoyo, Gorbachov decidió claudicar y dimitir de sus funciones de presidente de la URSS el 25 de diciembre de 1991. Al día siguiente la bandera roja fue arriada definitiva­mente del Kremlin.

La trayectoria de los países de la antigua URSS después de 1991 ha venido marcada en general por los conflictos étnicos, la inestabilidad política, la debilidad de la democracia y el deterioro económico, triste panorama del que sólo escaparon las pequeñas repúblicas bálticas. Por lo general la clase dirigente, tanto política como económica, se ha basado en la antigua nomenklatura del PCUS, reconvertida ahora al nacionalismo y un peculiar libre mercado, con una fuerte trama de intereses corruptos –cuando no mafiosos- como base del poder político y económico. En la mayor parte de los nuevos países, los sistemas políticos surgidos se han basado en una débil apariencia democrática que escondía una estructura de poder al servicio de los intereses económicos y del poder personal ejercido autoritariamente por el caudillo de turno, en el caso de Rusia primero el populista Boris Yeltsin y luego el inflexible Vladimir Putin. Tanto en Rusia como en otros países se han reconstituido los partidos comunistas, alcanzando en la Federación Rusa un cierto apoyo social, fundado en buena medida en la nostalgia de la Unión Soviética, unida al descontento por la situación económica y social. También se ha producido un auge de las opciones nacionalistas radicales, tanto entre los pueblos eslavos (rusos, ucranianos), como en los musulmanes, con un gran peligro por el carácter de mosaico étnico de la antigua URSS.

Boris Yeltsin (foto wikipedia)

Boris Yeltsin (foto wikipedia)

La política económica realizada se ha basado en un inestable compromiso entre los partidarios de la conversión total al mer­cado y los poderosos lobbies de las grandes concentraciones estatales de la era comunista. El resultado del brusco cambio al sistema de mercado y de la mala administración económica fue una mayor acentuación del deterio­ro económico, visible en la inflación, la caída de la productividad y el fuerte endeudamiento externo.

En los países del Este de Europa la transición a la economía capitalista fue más fácil y más tranquila, con las notorias excepciones de Albania y la antigua Yugoslavia. Con diversos grados de adaptación y progreso, las diferentes economías nacionales han pasado al sistema de mercado y están en fase de crecimiento, si bien el cambio ha conllevado igualmente importantes costes sociales, en especial el desempleo, el aumento de las desigualdades y el empeoramiento de las condiciones de vida de los sectores más desfavorecidos. Por lo general el sistema político se ha organizado en torno a la competencia y alternancia entre un polo de inclinación liberal-conservadora y partidos socialdemócratas, herederos de los antiguos partidos comunistas. Estos partidos poscomunistas han mantenido una presencia importante, tanto por conservar con el apoyo de una parte de la población como por el descontento generalizado con los resultados de la implantación del capitalismo y del liberalismo económico, que también está relacionado con el rápido desencanto con el sistema democrático liberal, visible en las elevadas tasas de abstención.

A la hora de explicar el fracaso final de la experiencia comunista en la URSS y el este europeo, se manejan factores exógenos y endógenos. Entre los factores externos se señala la ofensiva lanzada por Occidente a principios de los años ochenta para debilitar y paralizar la URSS y su bloque. Aquí entra el proceso de modernización emprendido por las potencias occidentales en el campo de las armas nu­cleares, el desarrollo por los EEUU del sistema de defensa estratégica poniendo fin a la política de distensión. Pero casi todos los autores encuen­tran la génesis de la quiebra del “socialismo real” en un proceso interno: una combina­ción de problemas económicos, sociales y políticos que atenaza el sistema y le hace perder fuerza en los años ochenta. El factor econó­mico influye de manera significativa en el derrumbe del sistema socialista, cada vez más ineficiente, a lo que hay que añadir la degeneración del aparato burocrático y la corrupción. Este fracaso da a la crisis una evidente dimensión política y social por cuanto el comunismo no es sólo una forma de organizar la producción, sino también un programa de organización social y política. El colapso se concretó en la distancia que separaba el discurso teórico y la realidad cotidiana en aspectos como la abolición de la anarquía productiva, la explotación del hombre por el hombre, la superación de las contradicciones sociales, la extin­ción del Estado y del Derecho, la abolición del naciona­lismo por el internacionalismo y la aparición de la nueva sociedad socialista. Se estuvo lejos del cumplimiento de tales expectativas y la realidad era muy distinta: se mantenía la explotación del hombre por el hombre, pervivían las contradicciones entre campo y ciudad o entre trabajo manual e intelectual, el Estado controlaba e interfería en múltiples aspectos de la vida social, aparecía una nueva casta privilegiada política y burocrática…

Las distorsiones políticas y sociales del modelo socialista se derivaban en buena medida del monopolio del Partido Comunista. El principal problema de los países comunistas fue el de participa­ción de los individuos en la solución de los asuntos de la sociedad, y la ausencia de derechos humanos. La esfera de las libertades estaba sometida al dictado de los guardianes que monopolizaban el pensamiento y los medios de comunicación. Se requería una transformación radical del modelo político del sistema que afectara a la participación auténtica en la adopción de las decisiones relacionadas con la vida social, garantizando los derechos y libertades ciudadanas. Sin embargo, las reformas de Gorbachov lo que consiguieron fue debilitar la cohesión del bloque comunista y poner fin al liderazgo económico y político de la URSS dentro del mismo.

***

Últimas colaboraciones de Juan Antonio González Fuentes en Ojos de Papel:

-LIBRO: Stieg Larsson: Millennium 3. La reina en el palacio de las corrientes de aire (Destino, 2009).

-PELÍCULA: Niels Arden Oplev: Millennium 1: Los hombres que no amaban a las mujeres (2009).

Más de Stieg Larsson:

-Millenium 1. Los hombres que no amaban a las mujeres (Destino, 2008)

-Millennium 2. La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina (Destino, 2008)


NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.


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