Juan Antonio González Fuentes
La última vez que viajé a París visité la última casa que al parecer habitó August Rodin, un inmenso hotel destartalado y avejentado rodeado, eso sí, por espléndidos jardines. En la mansión se exhiben esculturas y dibujos del maestro, y también obra y recuerdos de otros artistas importantes que tuvieron alguna relación con Rodín: Rilke, Zuloaga... Lo que no pude ver fueron huellas de Camille Claudel, la mujer a la que el amor por Rodin acabó conduciendo a la locura.
La pareja se conoció en París en 1883. Veinticuatro años les separaban. Él tenía entonces 43 años y su fama empezaba a ser algo tangible. Ella, prácticamente, acababa de salir de la adolescencia, y tenía sólo 19. El artista alquiló para poder vivir juntos las habitaciones del Clos Payen, morada que ya había acogido tiempo atrás a otra pareja célebre, la formada por George Sand y Alfred de Musset. Allí Camille ejerce de amante, amiga, mujer, ayudante, inspiración y artista rival. Es el tiempo en el que Camille posa para Rodin, el tiempo en que la joven colabora con el maestro en la realización premonitoria de las figuras de La puerta del infierno. El escritor Octave Mirbeau descubre la personalidad de la artista y proclama a los cuatro vientos su valía. Los celos pronto acabaron con el idilio. Rodin jamás dejó del todo a su antigua amante, Rose Beuret. Camille no lo soporta y abandona al artista. Lo que había unido la admiración y el impulso artístico lo separa el amor imperfecto, la cara doméstica y rutinaria del amor. Fruto de la hecatombe es una obras maestras de la joven Claudel, L’Age Mur.
Camille Claudel
A partir de ese momento comienza una cuesta abajo que lleva directamente a Camille al infierno y la locura. La escultora vive en la miseria, no trabaja mucho y vede muy poco. Pasan los años y en 1891 Camille entabla una relación con el músico Claude Debussy, pero el recuerdo hiriente, constante de Rodin envenena e imposibilita cualquier otra relación, cualquier otra salvación posible. Además Debussy también está unido a otra mujer. El fracaso sentimental coincide en el tiempo con los primeros rayos reales del éxito: buenas críticas en los periódicos y revistas, y una gran exposición en 1905.
Pero la amargura lo acaba por envolver todo. Camille definitivamente pierde el juicio, el suyo propio pero también, a corto y medio plazo, el de la historia. La emprende con su obra, que es destruida en el taller por su mano, y en 1913 pierde el único apoyo con el que contaba en el mundo: su padre, quien había impedido el internamiento de su hija en un manicomio. Sin el padre la familia tiene vía libre, y su madre y hermana deciden internarla el sanatorio de Ville-Evrad y luego en Montdevergues. Su hermano, el poeta Paul Claudel permanece lejos, ejerciendo en el cuerpo diplomático francés, y cuando regresa y Camille se recupera, no saca a la joven del manicomio, a pesar de sus ruegos y súplicas.
El poeta jamás ayudó a su hermana. Dicen que nadie de la familia la visitó ni un solo día de los que vivió en el manicomio de Montdbergues: treinta años. Cuando murió en 1943 fue enterrada sin nombre en el cementerio del sanatorio. Sobre su tumba tan sólo unos números y una letra: 1943 –n392. El hermano Paul, el poeta católico por excelencia de la Francia de entreguerras, murió una década más tarde. Dios lo tenga en su gloria.
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Reseña de Juan Antonio González Fuentes en el número de diciembre de Ojos de Papel:
-After Dark, libro de Haruki Murakami
NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.