Juan Antonio González Fuentes
Los años 1989-1991 vieron el final de un sistema internacional de alcance mundial, el de la bipolaridad y la larga Guerra Fría. El derrumbe de la URSS resultaba el fin de un modelo político que desde 1917 se presentaba como la alternativa al capitalismo y la democracia liberal, y que desde 1945 se había extendido a buena parte del mundo. Siempre sin olvidar que el comunismo no desapareció totalmente, manteniéndose en el poder en países como China, Corea del Norte, Vietnam y Cuba, pero en el primer caso con una evidente evolución hacia formas de organización social y económica más cercanas al capitalismo, y en los demás casos con serias dificultades. Al menos en apariencia el sistema de mercado capitalista, acompañado por la democracia liberal, había salido triunfante de la pugna y se presentaba como el único sistema posible. Toda una época había terminado y en muchos medios liberales el final de la guerra fría y del sistema socialista desató una euforia de triunfalismo y optimismo, hasta el punto de que el polémico analista norteamericano Francis Fukuyama llegó a hablar del “fin de la historia”.
Para algunos, los cambios operados en el ámbito internacional entre la década de los ochenta y primeros años noventa anunciaban la instauración de un nuevo orden internacional, cuyo liderazgo (que para algunos debía ser corresponder a la ONU) fue reclamado por los Estados Unidos. Un nuevo orden que George Bush padre cimentaba en la paz, la seguridad, la libertad y la primacía del derecho. Frente a las relativas seguridades que ofrecía el mundo bipolar, la nueva situación era de una complejidad y peligrosidad inesperada, como pusieron de manifiesto los años siguientes al fin de la guerra fría y a la descomposición del bloque comunista, que ofrecieron pronto más sombras que luces.
También se vieron defraudadas las esperanzas puestas en Naciones Unidas, sobre quien había recaído el mayor reto en la reordenación de las relaciones internacionales al servir de foro de encuentro de todos los países y de plataforma para orientar en todos los asuntos referidos a la paz, la estabilidad y el desarrollo económico de la comunidad internacional. Teóricamente, el fin de la Guerra Fría supuso para la ONU el inicio de una nueva etapa donde por primera vez podría hacerse efectivo el mandato de la Carta Fundacional de la Organización, es decir, promover la paz sobre la base de la diplomacia preventiva, velar por el respeto a los derechos humanos y promover el desarrollo integrado. Los graves problemas conocidos por la sociedad internacional en los años noventa frustraron estas posibilidades, dadas las dificultades para manejar mediante los mecanismos de la multilateralidad y la cooperación internacional la multitud de conflictos nuevos asociados a la más compleja situación conocida por el mundo en los últimos diez años, así como la resistencia de los países desarrollados a implicarse en la extensión del desarrollo y la justicia social. De hecho, las divergencias entre el Norte y el Sur no han dejado de ampliarse y la bipolaridad Este-Oeste le ha ido sustituyendo la bipolaridad Norte-Sur.
La Guerra del Golfo Pérsico de 1990-1991 fue el primer gran conflicto de la nueva era y puso de relieve también algunas de las claves del nuevo orden internacional, como el surgimiento continuo de nuevas amenazas a la paz, la creciente contraposición entre el mundo musulmán y el occidental, así como la hegemonía político-militar de los EEUU. El conflicto fue en buena medida hijo de la larga guerra entre Irak e Irán (1980-1988), en el que el país gobernado por Sadam Hussein había sido utilizado tanto por Occidente como por la URSS como dique de contención del fundamentalismo islámico encarnado por Jomeini. La necesidad de reconstruir su país y de sostener al enorme ejército llevó a Hussein a la invasión de su pequeño vecino, en realidad una antigua provincia iraquí, sin contar con una respuesta militar occidental que hubiese resultado imposible en la lógica de la guerra fría. Sin embargo, a la generalizada condena suscitada por la violación de la legalidad internacional se sumó la enorme importancia de Kuwait como productor de petróleo (entre Irak y Kuwait sumarían el 20% de las reservas mundiales) y la fortaleza que podía alcanzar Irak como potencia regional en una zona tan sensible como la del Golfo Pérsico. El resultado fue la intervención militar de los EEUU y sus aliados, apoyada por la ONU y con la inhibición de la tambaleante Unión Soviética. De esta manera parecía asentarse este nuevo orden mundial basado en la hegemonía americana.
Imágenes de la Guerra del Golfo (2 de agosto de 1990 – 28 de febrero de 1991)
El mundo musulmán ha sido desde entonces uno de los principales focos de conflicto y tensiones internacionales. De una manera esquemática se puede señalar:
-La continuidad del conflicto entre israelíes y palestinos, con la intifada, el terrorismo islamista de Hamás, el terrorismo de Estado israelí, los asentamientos judíos, los muros de separación… Un conflicto con una enorme repercusión simbólica en los países árabes y musulmanes, que presencian como Israel viola sistemáticamente los derechos humanos más elementales y las resoluciones de la ONU gracias al respaldo de EEUU y la pasividad occidental.
-La situación de Afganistán, marcada por la imposición del régimen talibán, la guerra civil crónica y las divisiones étnicas, hasta llegar a la invasión estadounidense. En este país se encuentra una de las claves del auge del fundamentalismo islámico y del terrorismo de Al-Qaeda, cuyas raíces están en las guerrillas anticomunistas financiadas por EEUU en los años ochenta, en las que combatieron numerosos voluntarios de otros países musulmanes.
-Muy estrechamente vinculado a los aspectos anteriores, así como al ejemplo de la Revolución Islámica de Irán, está el fuerte desarrollo del integrismo y el fundamentalismo islámico. Junto a las redes terroristas islamistas de carácter internacional, hay que destacar la fuerza de estos movimientos en el Norte de África (Hermanos Musulmanes en Egipto, Frente Islámico de Salvación en Argelia) y en Oriente Medio.
-La ofensiva terrorista de Al-Qaeda contra Occidente, traducida en los brutales atentados de Nueva York (11 de septiembre de 2001), Madrid (11 de marzo de 2004) y Londres (7 de julio de 2005).
Otro notable foco de conflictividad ha estado vinculado al hundimiento del sistema comunista y de la Unión Soviética, origen de una situación de desestabilización y conflictos armados en los Balcanes, el Cáucaso y el Asia Central. La desintegración de la antigua Yugoslavia y los nacionalismo étnicos enfrentados en la zona han dado lugar a la guerra entre Croacia y Serbia/Yugoslavia, iniciada en 1991 y extendida luego a Bosnia-Herzegovina (1992-1995), y posteriormente a la guerra de Kosovo (1998-1999), conflictos marcados por la extensión de una brutal táctica de “limpieza étnica” y la desafortunada intervención occidental. En la zona del Cáucaso hay que señalar en primer lugar el conflicto de Chechenia (entre separatistas chechenos y tropas rusas), pero también los de Georgia, Armenia/Azerbaiyán, etc., mientras que en las repúblicas de Asia Central (Tayikistán, Uzbekistán) existe una situación de gran inestabilidad por las tensiones políticas y étnicas. En estas zonas de la antigua URSS las divisiones étnicas y la tendencia heredada al autoritarismo político se unen a la extensión del fundamentalismo islámico.
También hay que destacar la grave situación de África, marcada por la miseria, los enfrentamientos étnicos y las guerras. Si bien algunos conflictos ligados a la guerra fría pudieron solucionarse en los años noventa (Angola, Mozambique, hasta cierto punto Sudáfrica), se desataron otros étnicos y faccionales (Ruanda y región de los Grandes Lagos, Congo, Somalia, Liberia, Sierra Leona, Sudán); continúa estancado, aunque apagado por una larga tregua, el problema del Sáhara Occidental. En la mayor parte del África subsahariana la guerra, la enfermedad (con la extensión pandémica del sida) y el hambre forman un círculo vicioso difícil de romper, que condena a la miseria y la muerte a millones de africanos.
En cuanto a Iberoamérica, los últimos quince años han resultado más complejos y difíciles de lo esperado por los más optimistas. Inicialmente pareció también observarse un “nuevo orden” post-bipolar marcado por la extensión de la democracia liberal y cierta tendencia a la desactivación del fenómeno guerrillero (Nicaragua, Guatemala, Salvador, Perú, parcialmente en Colombia), que sin embargo no se ha generalizado, pues además de persistir en la sufrida Colombia incluso tuvo un peculiar resurgir en México (EZLN en Chiapas y otros grupos menores). Por otro lado, la extensión de la democracia liberal, asociada a políticas económicas neoliberales y a la continuidad de la situación de pobreza de la mayoría de la población, ha sido contestada con un resurgir de las posiciones progresistas en sus diversas expresiones (Brasil, Uruguay, Argentina), en el caso de Venezuela con un renovado revolucionarismo populista, mientras se mantiene el sistema comunista en Cuba.
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Reseña de Juan Antonio González Fuentes en el número de diciembre de Ojos de Papel:
-After Dark, libro de Haruki Murakami
NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.