Escucho en las noticias de televisión que el monstruo austriaco Josef Fritzl le ha dicho a la policía de su país que no se considera un monstruo, puesto que pudo haber matado a su hija y a los hijos que tuvo con ella, fruto de las continuas violaciones a las que la sometió a lo largo de la friolera de 24 años, y no lo hizo. El monstruo Fritzl está convencido que los rastros de idiota humanidad que le quedan en su mente, lo alejan sin equívoco de la categoría de monstruo, presunción que en mi opinión subraya los rasgos monstruosos del citado monstruo. La humanidad de Fritzl hace que su monstruosidad sea mucho más repugnante e incomprensible que los rasgos monstruosos de Alien, Drácula, el Hombre Lobo o Frankenstein, grandes monstruos a los ojos humanos que no lo son tanto, precisamente, por no tener la condición de humanos o de haberla perdido sin consentimiento.
Son tan evidentes los hechos y circunstancias que hacen de Josef Fritzl un monstruo sin paliativos y sin excusas, que exponerlos o comentarlos, además de una pérdida de tiempo, puede acabar convirtiéndose en una humanización del sujeto que, con sinceridad, creo que no merece. Pero del caso abierto Josef Fritzl, tan espeluznante que traspasa la frontera de lo creíble, hay dos cuestiones que sí me invitan a la reflexión, reflexión que deseo compartir con ustedes.
Quizá uno de los elementos que contribuyen a dejar más boquiabierto al personal en casos de esta índole monstruosa, es pensar que se producen en medio de lugares que son paradigmas de civilización, nivel económico y cultural, democracia y alto nivel de vida. De forma quizá injusta nuestra mente localiza la posibilidad geográfica de tamaña barbarie en lugares remotos y primitivos, nunca en el mismo centro de la civilizada y desarrollada Europa, más concretamente en Austria, el país de los valses de Strauss y los cafés con pastelería fina.
Josef Fritzl
Y sin embargo Austria es el país en el que nacieron
Hitler y también el psicoanálisis, el país que repugnaba al nativo
Thomas Bernhard precisamente por su condición de gran sepulcro blanqueado. A este respecto siempre recuerdo la irónica maldad de otro vienés genial, Billy Wilder, quien comentaba que Austria tuvo la habilidad de hacer del alemán
Beethoven un vienés, y del austriaco Hitler un alemán. ¿Por qué sociedades tan sofisticadas, ricas y cultas como la austriaca engendran en su seno monstruos tan inapelables como Hitler o Fritzl? ¿Es la barbarie humana un virus capaz de crecer y desarrollarse en todas las condiciones, incluso en las que supuestamente le son menos favorables?
Otro asunto que me inquieta y sobre el que creo merece la pena hacer reflexión es el del entorno de impunidad en el que estos monstruos se desenvuelven; un entorno que imagino fomentado, alimentado y crecido por el silencio, el miedo y la pérdida de trato humano y vecindad. Me refiero al hecho de que una niña pueda desaparecer de su casa dejando una carta como explicación; que pueda ser secuestrada por su propio padre y escondida en los bajos de una casa familiar durante 24 años; que tenga siete hijos en ese escenario de horror; que se amplíen las habitaciones de dicho escenario, que en ellas se instalen lavadores y televisores, conducciones eléctricas, desagües, agua, camas...; que aparezcan en la puerta de casa supuestos hijos de la hija desaparecida y sean incorporados sin muchas preguntas a la familia; que puedan sostenerse con el sueldo de un electricista jubilado hijos y más hijos, con sus ropas, comidas...; que el padre secuestrador y violador tuviera ficha policial como violador y no fuera investigado a fondo por la policía eficiente de un país tan civilizado y eficiente como Austria, etc, etc...
Y que todo este cúmulo de sucesos se desarrollasen a lo largo de más de dos décadas sin que nadie, nadie se percatara de nada: ni la propia mujer del monstruo, ni el resto de hijos, ni los vecinos, ni los amigos, ni la policía... ¿Nadie?, ¿nadie de verdad? El caso me recuerda al que cuenta
Daniel Mendelsohn en su espeluznante libro
Los hundidos,
reseñado por mi en estas mismas páginas. Cuenta Mendelsohn la historia de cómo parte de su familia judía fue masacrada en un pueblo hoy perteneciente a Ucracia por los nazis. Sucumbieron todos sus familiares. Pero en aquel pueblo, aproximadamente en 1942-43, había más de siete mil judíos si no recuerdo mal, de los cuales, en 1944, sólo vivían 3. Pues bien, cuando él se acercó al pueblo para investigar
in situ qué había pasado, nadie sabía absolutamente nada, nadie conocía el destino de los siete mil muertos, nadie contaba a las claras qué sucedió y cómo fueron cómplices silenciosos del horror.
El caso del monstruo Fritzl me resulta semejante: ¿24 años de horror constante en un escenario minúsculo y cerrado sin que nadie se percatase de nada? Imposible, no me lo creo. La aparición impune de un monstruoso Fritzl, significa necesariamente que el horror habita un amplio escenario cercano, que en él, gracias al silencio o al mirar cobarde hacia otro lado de todos, se alimenta el corazón demencial de la fiera. El monstruo Fritzl no es fruto de un solo doctor Frankenstein, su aparición la ha permitido un doctor Frankenstein colectivo