Juan Antonio González Fuentes
Fidel Castro, a nadie puede escapársele, es el último mito, la última leyenda viva de la historia política mundial del siglo XX. Una revolución comunista en un país a tiro de piedra de las costas norteamericanas en plena Guerra Fría, y casi seis décadas ininterrumpidas en el poder lo contemplan. Ni más ni menos.
A lo largo de los años, Castro y sus distintos relevos de secuaces han sido un referente continuo para la juventud “progresista” occidental, esos que admiraban y admiran boquiabiertos, embelesados, los jaleados “logros” del régimen, pero sobre todo la figura icónica del barbudo vestido de caqui y metralleta en mano desafiando continuamente al vecino yankee, esa especie de Imperio del Mal y de la prepotencia capitalista que, como un maligno virus, aspiraba y aspira aún a colonizar con su “estilo de vida” todas las naciones del orbe.
Sí, Castro es el último mito vivo del siglo XX. Su rostro escenificado y comercializado en pósters, en camisetas, en tazas para tomar café, en carpetas adolescentes, en vitolas de puros habanos, en cuadernos para tomar apuntes…, rivaliza con el del Ché, el de Marilyn, el de Kennedy, el de Lenin, el de Lennon o el del mismísimo Marx, don Carlos, a la hora de encontrar un hueco en los corazones imberbes y en los bolsillos de paga paterna o trabajo de verano de la juventud occidental.
Fidel Castro
Pero el mito, la leyenda, se jubila. No ha tenido suerte en su final activo de mito viviente don Fidel. Un personajazo como él quizá no merecía hacer su mutis por el foro como un jubilado más, decrépito y fantasmal, cabalgando una silla de ruedas de seguridad social de país pobre y enfundado en un viejo chándal Adidas reliquia de las viejas olimpiadas moscovitas. El mito se jubila convertido en un pobre espantajo, casi digno de lástima y de una limosna afectiva que en modo alguno merece un dictador con larga lista de crímenes a sus espaldas, pesándole en su negra conciencia de revolucionario de vodevil grotesco y pasado de moda, de película de serie z dirigida por un Ed Wood pasado de vueltas.
Fidel Castro se jubila cargado de trienios asesinos, esperando las sopitas calientes que le otorgue hasta el próximo final la última misericordia de la historia, esa que él nunca quiso otorgar a los que no creían en sus palabras, en sus consignas desquiciadas de revolucionario chillón e indigesto. Es muy probable que la jubilación le estropee para siempre a Castro el brillo de la posteridad. La posteridad tiene predilección por los cadáveres jóvenes o por las obras incontestables de una u otra manera, y me temo que el vejete famélico del chándal cutre postrado en la silla de ruedas es un mal marketing para que la posteridad trabaje en su favor. Y callado está dicho, las obras del señor barbudo quedarán cubiertas por espesas capas de polvo sucio en cuanto el ex mito pase a ser tibio finado.
A Castro, el ser humano y la leyenda sólo le quedan los recuerdos. El futuro para las dos caras de la moneda es de una estrechez funeraria, cabe en las dimensiones de un ataúd. A Fidel Castro el tiempo le ha jugado una mala pasada, se ha burlado de él en sus mismas barbas, lo ha convertido en papel mojado, en moneda falsa y sin posibilidad de cambio. El tiempo es un juez severo e insobornable; nadie, ni siquiera los más sólidos y decididos opositores a leyenda se ven libres de su sentencia. Castro está sentenciado, la vida ya lo ha condenado.
NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.