Juan Antonio González FuentesDurante el verano de 1993 estuvo abierta al público, en el madrileño
Museo del Prado, una exposición dedicada a la pintura victoriana cuyo subtítulo resumía el espíritu y la cronología de las obras expuestas, “
De Turner a Whistler”. El recuerdo de este acontecimiento cultural viene que ni a propósito para recomendar la lectura de un ameno y muy atractivo libro,
Eminent victorians, cuyo autor, el incómodo y brillante
Lytton Strachey, pasará a la historia de la literatura, además de por éste y otros títulos de interés, por ser una de los más fidedignos representantes del
grupo de Bloomsbury (véase al respecto el sólido trabajo de
León Edel editado en español por
Alianza Editorial), círculo de tertulianos cuyas actividades intelectuales y sociales alcanzaron tanta notoriedad entre 1904 y 1920, y que estuvo conformado por unos cuantos racionalistas liberales entre los que figuraban personalidades en diversos campos de la cultura con
Leonard y Virginia Woolf, Clive y Vanessa Bell, Maynard Keynes, E. M. Forster, Roger Fry o
Duncan Grant.
Victorianos eminentes es, sin duda, un brillante manifiesto generacional. Manifiesto en el que uno de los últimos y, en esencia, más verdaderos victorianos que existieron aprovecha la oportunidad que le brindaban tanto su madurez literaria como su gusto por la historia para reflexionar en alta voz y poner en tela de juicio los hasta ese momento incuestionables logros del imperio británico y, por ende, de la sociedad que lo sustentaba. En este sentido, la publicación en 1918 de
Eminent victorians supuso tanto una evidente paradoja como una ejercicio de valiente, sofisticado y elegante desenmascaramiento de los valores sobre los que se sustentó todo el complejo andamiaje victoriano. Strachey arrancó con aparente suavidad los velos que cubrían la tierra de la que se alimentaban las raíces del imperio, es decir, los prejuicios, las apariencias, la ambición de poder, la incompetencia, la intolerancia, el fanatismo... Como no podía ser de otra forma en quien se había educado bajo los influjos de la era, Strachey usó para lograr su propósito la ironía y la sutileza, erigiendo así un discurso político y moral disfrazado de ese género literario tan querido por los británicos, la biografía, tal vez porque glosando la existencia de los demás uno adquiere la capacidad y la coartada de decir muchas y mejores cosas.
Lytton Strachey:
Victorianos eminentes (Valdemar)
Cuatro son los personajes sobre los que Strachey fijó su irónica mirada con la idea de presentar la esencia de la sociedad británica del XIX. No son cuatro personalidades a las que podamos considerar de primera magnitud dentro de la larga colección de victorianos eminentes, entre los que echando mano de la memoria podemos encontrar nombres de la relevancia de
Dickens, Ruskin, Henry James, William Morris, Oscar Wilde, Stuart Mill, Disraeli, Gladstone, Livingstone, Kliping o la propia
reina Victoria, sino de los que situándose en un segundo plano de relevancia pública encarnaron, sin embargo, el espíritu y las formas de todo el conjunto, siendo así paradigmas de su entorno y circunstancias.
El
cardenal Manning, Florence Nigtingale, Thomas Arnold y el
general Gordon, fueron: los coloristas y eficientes personajes elegidos para su propósito por Strachey, entiéndase, formar el decorado sobre el cual desarrollar su verdadera intención: juzgar el engranaje de su tiempo desde la razón y la nostalgia. De ahí la paradoja, de ahí el sutil interés del trabajo.
La versión en castellano de
Victorianos eminentes (
Valdemar) cuenta además con otro importante aliciente que se incorpora en silencio a la amena lectura. Me refiero al estupendo trabajo desarrollado por
Dámaso López García, el certero prologuista e impecable traductor de esta obra, y actual decano de la facultad de Filología de la Universidad Compluetense de Madrid.
López García, amigo y "maestro" desde hace ya mucho tiempo, y a quien debemos magníficas traducciones de
Conrad, Eliot, Virginia Woolf, Stevenson, Seamus Heaney o
Philip Larkin, entre otros, es un brillante intelectual en cuyos trabajos siempre se iluminan aspectos antes oscuros de los autores traducidos, siempre se dan opiniones contundentes, siempre se plasman ideas y lecturas fruto de una inteligencia de primer nivel y, para colmo del refinamiento, elegante.
Un libro imprescindible de un autor muy recomendable y servido en un español de mucha altura.
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NOTA: En el blog titulado
El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.