Juan Antonio González Fuentes
Cae estos días en mis manos un libro curioso. En el volumen,
Susana Chillida, hija del escultor
Eduardo Chillida, desaparecido ahora hace más o menos un lustro, recoge once conversaciones que entre los años 1992 y 1997 el artista mantuvo con diferentes amigos y familiares, desde el cineasta y escritor
Gonzalo Suárez, hasta el director emérito del Museo Guggenheim de Nueva York,
Thomas Messer, pasando por la propia Susana Chillida o el escritor y esposo de ésta,
Eduardo Iglesias.
Las once conversaciones fueron editadas bajo el título
Elogio del horizonte, conversaciones con Chillida, por la editorial Destino (2003) en una cuidada edición en la que, a mi modo de ver, es de destacar la inteligente selección de imágenes fotográficas, selección que además de cumplir con el objetivo primordial de ilustrar el libro, lo hace, creo, plasmando el deseo de poner en escena un solo Chillida pero con al menos dos vertientes distintas.
Eduardo Chillida
Por un lado están las imágenes que muestran la dimensión artística y cultural del escultor vasco a través de la reproducción de algunas de sus más importantes obras repartidas por todo el mundo, y a través también de presentarnos al personaje acompañado de algunos otros sobresalientes actores del arte y la cultura occidentales del siglo XX, por ejemplo
George Braque, Marc Chagall, Antonio Tàpies, Alexander Calder, Heidegger y
Emil Cioran, autores con los que, por cierto, preparó sendos libros en 1969 y 1982 respectivamente.
Por otro lado están las fotos que enseñan la dimensión más familiar y digamos “civil” del artista, las que le muestran como un divertido padre de familia, un hombre enamorado de su mujer
Pilar Belzunce, un buen amigo de sus amigos, o un competente portero del equipo profesional de fútbol de la Real Sociedad de San Sebastián.
En este sentido,
Elogio del horizonte, título que hace explícita referencia a la impresionante escultura instalada en 1987 frente al mar abierto en la ciudad de Gijón, es un libro concebido claramente como un homenaje filial a Chillida, y entendiéndolo así no deja de ser lógico que estas páginas rezumen fuertes aromas de elogio, elogio por otra parte mucho más que merecido.
Elogio del horizonte (Gijón, 1989)
Quizá el principal problema del libro es que buscando subrayar las condiciones del hombre bueno que al parecer era Eduardo Chillida, su dimensión puramente creativa queda un tanto desdibujada a lo largo y ancho de unas conversaciones que, opino, no ofrecen lo que cabía esperar desde el punto de vista del análisis de la propia obra y del planteamiento y discusión entre los interlocutores de conceptos, categorías, claves técnicas, porqués y
paraqués. Otro problema, sin duda más llevadero y que ya se anuncia en la introducción de la obra, es el de las reiteraciones en las que se incurre a lo largo de las conversaciones. A planteamientos semejantes el artista ofrece respuestas muy parecidas, y así nos queda muy claro tras leer
Elogio del horizonte que a Chillida le encantaba vivir en San Sebastián, el mar, el fútbol, la poesía de
San Juan de la Cruz, la música de
Juan Sebastián Bach y que era vasco por los cuatro costados, aunque ante todo se sentía hombre.
Pero repugnándome la sola posibilidad de ser injusto por lo quisquilloso en mi comentario, espero que no sea necesario recalcar que estas conversaciones con Chillida configuran un hermoso e imprescindible libro sobre uno de los más grandes artistas de nuestra contemporaneidad. Un gran libro porque revela los lazos existentes entre la vida y la obra de Eduardo Chillida, porque da idea de su vitalismo y de su constante necesidad de traspasar las barreras impuestas por lo prefijado, porque nos lo enseña como un ser que permanentemente se cuestionaba a sí mismo y a lo que le rodea, porque nos descubre su decisiva relación formativa con la ciencia y la filosofía y, por ultimo, porque propone que sea la percepción del espacio –y no la lengua o lo que denominamos “edificio cultural”– lo que actúe de elemento común entre los hombres, dado que todos los humanos, nos situemos en el punto del planeta en el que nos situemos, siempre tenemos ante nosotros un mismo tipo de encuadre, y en su final, la línea del horizonte.
Para todos los hombres el horizonte, como concepto y trazado espacial, es siempre el mismo, por eso Eduardo Chillida se pregunta si no será el horizonte la verdadera patria del ser humano; de ahí su elogio, su homenaje al horizonte que, al igual que en su escultura gijonesa, también queda expresado en este trabajo que aquí comentamos.
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NOTA: En el blog titulado
El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.