Juan Antonio González Fuentes
Contemplo una foto de
Raymond Carver y su rostro me parece el de un elegante y sofisticado carnicero al que de vez en cuando le compro medio kilo de carne picada y filetes de hígado y lomo. No, no me refiero a un asesino en serie, sino a alguien que despieza y corta con eficacia artesanal, detrás de un pulcro y cuidado mostrador, pechugas de pollo o tiernos filetes de ternera.
Sin embargo el norteamericano Raymond Carver (1939-1988) escribía, y la muerte acudió a su encuentro en el momento en el que quizá empezaba a recoger los sabrosos frutos, mundanos y sociales, de su trabajo. No publicó mucho Carver, tampoco tuvo suficiente tiempo para hacerlo. Cuarenta y nueve años no me parece un espacio temporal generoso, claro que tal apreciación, seguro, es cuestión de opiniones. Carver pudo publicar apenas media docena de colecciones de relatos, un género, si es que los géneros existen a estas alturas de la historia, en el que hoy casi todo el universo está de acuerdo que logró aciertos francamente reseñables, a la altura de los más grandes cuentistas de las últimas décadas.
No soy muy aficionado a los cuentos, y no sabría decir el porque, al menos así, a vuela pluma. Pero reconozco no haberlo pasado del todo mal con algunos de sus títulos:
¿Quieres hacer le favor de callarte, por favor?, Tres rosas amarillas, Catedral...
Raymond Carver
Pero Carver también escribió poesía, y según su viuda, la poeta (¿o poetisa?)
Tess Gallagher, no lo hacía de manera circunstancial, entre un relato y otro, así como para soltar la mano e ir haciendo tiempo. No, siempre según su viuda, Carver era poeta ante otras posibles circunstancias, oficio del que se desviaba para escribir sus relatos, e imagino que para poder comer todos los días, añado yo como coletilla y pesado lastre.
La obra poética completa de Carver se recopiló en inglés en 1997, casi una década después de su final. El título del volumen
All of us, es decir,
Todos nosotros, ha alcanzado en su más reducida edición en español (editorial
Bartleby, traducción de
Jaime Priede) un éxito asombroso, tendiendo en cuenta que estamos hablando de algo tan minoritario como la poesía. Veinte semanas continuadas en la lista de libros de poesía más vendidos en toda España avalan su tirón. La razón, creo yo, es que la poesía del norteamericano está escrita en línea recta, es decir, sin meandros ni alusiones abstractas. Se expresa con un lenguaje sencillo y claro, con una metafísica comprensible, que hace que el lector sepa exactamente de qué se le está hablando. Es una poesía realista, cotidiana, entendible, sí, esa es la palabra quizá, entendible, y por lo tanto “satisfactoria” para quien se acerque a ella. A mí en particular esta poesía me gusta leerla, me acompaña, me acuna..., pero no me lacera en absoluto las entrañas del espíritu. Algo que hoy sí le pido a la poesía que me embarga, la que me noquea.
La poesía de Carver no me noquea de ningún modo. Eso sí, es como un apetecible bistec a la plancha: digestivo y sabroso. Animo sin duda a leer los poemas de Carver, y más tarde, ya con el estómago ligero, las cargas de profundidad de una poesía de otro rango, por ejemplo, las
Iluminaciones de
Arthur Rimbaud, que acaba de traducir
Antonio Colinas para la editorial
Devenir. Luego comparen y decidan ustedes mismos.
________________________________________________________________
NOTA: En el blog titulado
El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente .