Juan Antonio González Fuentes
Lord Jim (1900) es una de las obras emblemáticas de la novela de aventuras y de las pasiones humanas. Estas líneas intentan dar algunas de las claves del autor y la obra de ese libro para leer en ese “momento en que comenzamos a atisbar en el horizonte las inevitables dificultades que en la vida nos aguardan”.
Recuerdo que, cuando todavía embarcado en la primera juventud, allá por 1990, leí el libro de memorias de
Joseph Conrad,
Crónica Personal (Remembranzas), inmediatamente decidí que me hubiera gustado mucho vivir la existencia de este escritor británico asimilado, venido al mundo en el año de 1857 en un rincón de Polonia (entonces bajo la dominación rusa), con el nombre de Teodor Jósef Konrad Korzeniowski.
Es obvio que en aquel tiempo y situación, lo accidentado y difícil de la vida de Joseph Conrad (que fue, por cierto, lo bastante generosa en este terreno como para colmar la paciencia de cualquiera) no llamó tan poderosamente mi atención como el hecho, en principio extraordinario, de que el escritor hubiese logrado vivir hasta tres vidas completamente distintas por sus situaciones y circunstancias.
Me refiero, primero, a la vida de niño y adolescente en su Polonia natal como miembro de una distinguida familia de aristócratas, y de la que aún guardo la idea (ya no sé hasta qué punto inventada) de breves viajes en un confortable trineo que un dócil caballo arrastraba por entre llanuras nevadas rumbo a una elegante y engalanada casa familiar. En segundo lugar, la vida de joven marino de Su Majestad, sometido a los emocionantes vaivenes de la aventura por los mares de los cinco continentes. Y, por último, la “apacible” vida de un reconocido escritor de ficciones, que escribe historias rodeado por su familia en una sólida casa de campo anclada en las verdes praderas inglesas.
Joseph Conrad
¡Quién podría pedirle más a la vida!, pensaba yo por aquel entonces: una infancia de aristócrata europeo en hermosos paisajes nevados; una juventud aventurera como navegante surcando los Mares del Sur en rápidos y manejables veleros; una madurez como escritor prestigioso en el seno de una de las sociedades más ricas y cultivadas de la época. Claro que, tal vez síntoma feliz de juventud despreocupada, no recuerdo haber caído nunca en la cuenta de lo que
Carlos Pujol, en un libro de lectura tan recomendable como
Victorianos y modernos, llama con singular acierto los “desgarros” de Conrad: la necesidad de exiliarse de una Polonia “desmembrada, ocupada y humillada por varias potencias extranjeras”, y en la que había perdido a su padre como consecuencia de una fracasada sublevación patriótica; el abandono del oficio de navegante sin haber cumplido aún los cuarenta años, debido a serios problemas de salud que ya no le abandonarán hasta su muerte; el afrontar, y no precisamente desde la juventud, los riesgos de una nueva y compleja profesión, la de escritor en una lengua que no es la propia; y una vez asentada su carrera de novelista, y para dar un término a esta lista de “desgarros”, que muy bien podría prolongarse durante unas cuantas líneas más, mencionaré los reproches de público y crítica que le acusaron, entre otras muchas cosas, de poseer “un estilo demasiado cuidado y consciente”, afectado y rebuscado..., reproches que Conrad tuvo el privilegio de compartir, por ejemplo, con su colega y amigo
Henry James, el otro gran escritor británico asimilado del momento.
No, no fue nada fácil la vida de Joseph Conrad. Como hemos visto estuvo marcada por amargos acontecimientos que, como subraya
Miguel Martínez-Lage en su cuidado texto introductorio a
Crónica personal, sin duda alguna contribuyeron a alimentar la preocupación de nuestro autor por “la consideración ética de las motivaciones y el comportamiento humano”. Un asunto que de forma más o menos acentuada, más o menos explícita, recorre toda la obra literaria de Conrad, desde
El negro del Narcissus (1898) hasta
La liberación (1920), pasando por
El corazón de las tinieblas (1902),
Nostromo (1904),
La línea de sombra (1917) y, muy especialmente,
Lord Jim (1900), novela que reeditó hace años Pre-textos en una edición cuidada y muy hermosa.
El argumento de Lord Jim podemos resumirlo de la siguiente manera: Después de embarcarse en el
Patna, un viejo vapor que traslada una muchedumbre de peregrinos, y debido a la colisión con los restos de un naufragio, un Jim sin voluntad y paralizado ante el horror de la situación, abandona el barco junto con el capitán y otros oficiales europeos, pensando que el hundimiento del
Patna es algo irremediable. Sin embargo, el vapor resiste hasta ser auxiliado, y Jim, junto al resto de oficiales del
Patna, sale deshonrado de la investigación que se lleva a cabo.
Decidido a rehacer su vida y expiar su culpa, Jim inicia un peregrinaje por diversos puertos de oriente hasta recalar en Patusan, una isla del archipiélago malayo, donde logra hacerse con el respeto de los indígenas. Pero, traicionado por un bandido blanco que, sin su conocimiento, saquea la isla y asesina a los indígenas, se sacrifica a los deseos de venganza de éstos y muere asesinado.
La obra, concebida en un principio por Conrad como un cuento inspirado en un hecho real (la historia del vapor
Jeddah, que tuvo lugar en el verano de 1880), podemos interpretarla como un viaje iniciático en el que los acontecimientos externos (en definitiva, la vida) arrebatan al protagonista la inocencia, los sueños, las esperanzas, las seguridades y certezas de la infancia y juventud. Pero si en
La isla del tesoro, Las aventuras de David Balfour, o
Tom Sawyer, por poner ejemplos de todos conocidos, la iniciación a estas pérdidas tiene mucho de juego, de lúdica peripecia, en el
Lord Jim de Conrad adopta oscuros tonos de tristeza y tragedia: la conciencia de la propia culpa y un deseo obsesivo de redención, que conducirán al héroe hasta la muerte, son dos de las principales claves que señalan el itinerario de Jim.
“Los héroes de Conrad”, comenta Carlos Pujol en
Victorianos y modernos, son “héroes de barro, muy frágiles, pero con un fuerte sentido de la dignidad humana, resisten los embates de la oscuridad, que es lo irracional y amorfo, el caos primigenio capaz de reconquistar la forma civilizada que los hombres han dado a la vida”... “los destruye un destino que no se deja domesticar ni aclarar”. Sí, el héroe de Conrad es de natural solitario, marcado a fuego por una desventura o un remordimiento que lo empujan a ser un fugitivo, un ser marginado que sólo a través del sacrifico personal y del estoico enfrentamiento con el destino encuentra una salida honrosa a su lamentable situación. Todos estos rasgos caracterizan a Lord Jim, pero gracias a la prodigiosa habilidad literaria de Conrad, nunca hacen de él un personaje pusilánime y patético. Gracias a su completo dominio del punto de vista, Conrad elude el mencionado riesgo, pone distancia de por medio y logra insuflar objetividad a la historia, consiguiendo a la vez un clima muy peculiar, al que dota de una misteriosa ambigüedad.
En nuestros días, más de un siglo después de haber sido publicada, y tal vez de forma más justificada que nunca,
Lord Jim sigue siendo una lectura irreemplazable, como casi todo Conrad. Es uno de esos libros cuyo recuerdo (sobre todo si ha sido leído en el momento en que comenzamos a atisbar en el horizonte las inevitables dificultades que en la vida nos aguardan), siempre nos confortará en la penuria y el abatimiento, pues en los momentos en que por razón de las adversas circunstancias lo necesitemos, con total confianza podremos recurrir a Jim como uno de los mas valiosos y emocionantes referentes éticos y humanos de nuestra memoria.
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NOTA: En el blog titulado
El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente .