El Guadalquivir mide unos 722 kilómetros de largo, lo que le hace el quinto en extensión de España. Atraviesa las provincias de Jaén, Córdoba, Sevilla, Huelva y Cádiz, aunque su cuenca incluye territorios de las ocho provincias andaluzas, así como comarcas de Murcia, Albacete, Ciudad Real y Badajoz. Desemboca en el océano Atlántico por la localidad de San Lúcar de Barrameda. Su nombre deriva del árabe
al-wadi al-Kabir (el río Grande), mientras que los romanos lo llamaron Betis y los griegos, que se interesaron por el Gran Río del sur de Hispania a través de la información recogida por los fenicios, lo llamaron Tharsis, o río de los Tartessos.
Andalucía es el Guadalquivir. Y al revés, el Guadalquivir no se entiende sin Andalucía. La música de este río suena siempre a azahar, a romero, a olivo, a naranjo, a sol de justicia, a guitarra flamenca, a manzanilla, a soleá, y a esa la poesía que habla de acequias, rumores, embrujos gitanos e infancias que son recuerdos de un patio sevillano. Hay mucho tópico en la música del río Guadalquivir, pero ya se sabe que cada tópico se levanta sobre las cenizas calientes de una realidad muy terca. Dicen que en el flamenco es donde mejor se expresa el Guadalquivir, pero me parece un tópico más a sumar a la gran montaña de tópicos creada en torno al río y su andalucismo. Mucho se ha escrito en torno a los ritmos del cauce que recala en Sevilla. Si se escriben juntas en google las
palabras música y Guadalquivir, a uno le sorprenden la cantidad y diversidad de los resultados.
Daniel Barenboim dirige El Amor Brujo ("Danza ritual del fuego") de Manuel de Falla con la Chicago Symphony Orchestra (vídeo colgado en YouTube por goodlionore)
La música del Guadalquivir, sin embargo, no parece llamar la atención de los oídos extranjeros. Por ejemplo, Sevilla es la ciudad del mundo que sirve de escenario al mayor número de grandes óperas de la historia.
Mozart, Verdi, Bizet, Rossini..., escribieron la música de óperas hoy en repertorio cuya acción transcurre en Sevilla, la misma Sevilla que el Guadalquivir atraviesa y caracteriza. Pero no recuerdo que, paradójicamente, el Guadalquivir tenga algún protagonismo llamativo en ninguna de ellas. Y es que quizá las melodías del azahar, la oliva, los naranjos, las palmeras..., requieran para la plena compresión de su sentido un paisanaje natural y de raíz con el entorno ribereño, una familiaridad que trascienda la superficialidad del tópico.
Lo que por otro lado es una evidencia es que sin el influjo andaluz del sonido del Guadalquivir quizá no se comprenda bien del todo la música de los más grandes compositores españoles de la probablemente mal llamada “escuela nacionalista”. Me refiero, claro está, a que los rumores del Guadalquivir respiran con bastante claridad en la música de
Turina, Albéniz, Falla, Granados, Tárrega, Rodrigo... Es un matiz oriental, un aroma a sombra de mezquita o minarete que brilla siempre como marca de fábrica, como extensión y presencia de un españolismo andaluz erigido en tópico monumental, efectivo, afectuoso, reconocible como un pasodoble lento y triste sintonizado en una Nochebuena norteamericana.
Y es que está el pulso del Guadalquivir, abierto a cantar un sonido que sólo puede ser de España.