Guardo muchos recuerdos de la ciudad de Praga,
algunos kafkianos, nunca mejor dicho. Entre ellos la estatua de Smetana con el Moldava al fondo, y la silueta del
puente de San Carlos cruzando un tramo de su caudaloso río casi de puntillas. Praga es una ciudad hermosa que huele a metamorfosis, a cerveza, a Golem, a fantasmas, a teatros de sombras y a antiquísimo
cementerio judío. En Praga el pasado es un estado de la cuestión mucho más vivo que el presente, e infinitamente con más futuro que el futuro.
El Moldava parte en dos la ciudad, es su principal partitura, la banda sonora perfecta para una estampa de castillos, poetas de febril mirada y una arquitectura urbana en la que lo diminuto siempre se agiganta: ¡toda la belleza del mundo!, dejó escrito al respecto el poeta
Jaroslav Seifert. Praga fue la tercera capital de un imperio de opereta que cuando se desmoronó a golpe de bayoneta y trincheras (por completo ajenas al más mínima sendero de gloria), dejó paso franco al subconsciente, al psicoanálisis y los caligramas más zánganos de la vanguardia. Praga es una ciudad que no precisa del diván de
Freud, pues Praga es en sí misma un diván laberíntico que conduce a sus visitantes a interpretar los sueños.
El bohemio
Bedrich Smetana murió en Praga en 1884 nada más cumplir sesenta años. Diez años antes, en 1874, le devolvió al río de la ciudad todos los sonidos que previamente le había quitado. El “regalo” tomó forma de poema sinfónico -el segundo del ciclo que el músico tituló Mi Patria (Ma Vlast)-, y con gratitud lo tituló de la manera más sencilla y elocuente: El Moldava. La obra es un cuadro sonoro de carácter programático que plasma con sonidos el viaje del río mientras atraviesa tierras de Bohemia y Moravia hasta su llegada a Praga, transformado ya en un río majestuoso y célebre. El propio Smetana proporcionó una serie de indicaciones a modo de programa que encabezan cada una de las secciones.
Second Queensland Youth Orchestra dirigida por Sergei V. Korschmin interpreta el segundo movimiento de El Moldava de Bedrich Smetana (vídeo colgado en YouTube por A1okEZ)
La composición describe el curso del río Moldava: su nacimiento en dos pequeños manantiales, el Moldava Frío y el Moldava Caliente; su discurrir a través de bosques y pastizales, de un territorio en el que se celebra una boda alegre y campesina. También se describe la danza de las náyades a la luz de la luna y las cercanías del río en las que se vislumbran castillos y ruinas. Luego la música dibuja cómo el Moldava se precipita en los rápidos de San Juan, y cómo poco más tarde se ensancha y fluye plácidamente hacia Praga, donde pasa ante el castillo para desaparecer en la lejanía, desembocando en el río Elba. La obra se estrenó el 4 de abril de 1875 en Praga.
Mientras Smetana le escribía música al río de su vida, él se contaba a la vez en partitura. Me refiero a la redacción de su primer cuarteto, al que tituló De mi vida, pues es una pieza por completo autobiográfica. En 1874 Smetana estaba acosado por un lado y por otro. Para las autoridades imperiales austriacas era un revolucionario, para los medios musicales de Praga era un vanguardista, y para los artistas más jóvenes de su en torno era ya sólo un pobre viejo del que nada cabía esperar y que nada había hecho por la auténtica música checa. En la noche del 19 al 20 de octubre de ese mismo año, Smetana comprobó que su sordera era ya definitiva, y cayó en un estado total de abatimiento del que salió empezando a escribir las primeras notas de su primer cuarteto, el “cuarteto de su vida”. La pieza fue estrenada con éxito el 29 de marzo de 1879, aunque fue tras su reposición en Weimar cuando entusiasmó incluso a un
Franz Liszt que elogió la partitura sin reservas. Sin embargo la edición definitiva de la obra no llegó hasta después de la Segunda Guerra Mundial, en 1946.
Dvorak String Quartet in E Flat Major, Op. 51, Enso Quartet, Library of Congress (vídeo colgado en YouTube por ensoquartet)
El otro gran compositor checo de un romanticismo tardío y nacionalista fue
Antonin Dvorak (Bohemia 1841-Praga, 1904). Dvorak escribió su décimo cuarteto, el op. 51, a petición de
Jean Becker, primer violín del Cuarteto Florentin, quien había quedado fascinado por el Sexteto op. 48, y muy especialmente por su dumka (canción del folclore eslavo). El compositor escribió el cuarteto entre el día de Navidad de 1878 y el 28 de marzo de 1879, y lo estrenó en Berlín el Cuarteto Joachim el 29 de julio de ese mismo año, en la Sala del Conservatorio. El segundo movimiento de esta obra, un Andante con moto, es una dumka nostálgica en sus momentos tiernos, aunque repentinamente se vuelve explosiva y danzarina en sus instantes de exhuberancia rítmica. Todo el cuarteto, que presenta la tradicional estructura en cuatro movimientos, emplea diversos materiales populares del folclore eslavo, pero utilizados por Dvorak con una sutileza y espontaneidad realmente originales. El lirismo de la pieza ya no está en deuda con
Schumann, y los ritmos más saltarines del movimiento final parecen inspirados por un
Haydn nacido en Bohemia. Es el cuarteto “más eslavo” de todos los de su autor. No lo puedo asegurar, pero no me extrañaría nada que la “música del río Moldava” estuviera detrás de la inspiración de esta obra.