Por estos días unas sesenta editoriales catalanas se debaten entre la vida y la muerte y no por su mala gestión, sino como daño colateral producido por la ruina de una empresa distribuidora, víctima a su vez de la voracidad del paranoico economicismo que campa por las alturas de los mercados.
Lo terrible del asunto es que, en la mayoría de los casos, se trata de empresas bien asentadas, con prestigio, honradez y negocios viables, aunque, como todas las pequeñas empresas, bailando con lobos. Conozco bien la angustia de algunos que, sin comerlo ni beberlo, trabajando honradamente, han tenido que cerrar el negocio. Hace un par de años, cuando otra gran empresa de distribución catalana cerró, su dueño me explicaba que, aunque el negocio le iba aceptablemente bien, no pudo afrontar la deuda de otra persona muy cercana a quien había avalado. El hombre se debatía entre la rabia y el amor que profesaba a esa persona. En tiempos en que los que verdaderamente ostentan el hiperpoder económico imponen unas
normas leoninas a los pequeños, es inevitable perjudicar y ser perjudicado involuntariamente precisamente por amigos o familiares, porque en ellos se suele confiar y, muchas veces, a su pesar, entran en una situación de impagos. Estoy sufriendo en mis propias carnes ambas situaciones. Por un lado, la de un amigo que no puede pagarme una deuda que ha puesto en peligro nuestra propia viabilidad, y por otro, como consecuencia, la dificultad para pagar a dos amigos impresores. Si perdemos la perspectiva podremos estar peleándonos entre nosotros, mientras que los de arriba van cerrando el grifo, porque para incrementar por arriba cada trimestre un treinta por ciento de ganancias empresariales, hay que hacerlo a costa de incrementar la pobreza entre los de abajo.
El resultado: la industria editorial y del libro en general, incluyendo librerías, de la pequeña y mediana empresa catalana puede estar en vías de extinción a poco que los de arriba fuercen otra vuelta de tuerca.
No ofrece mejor perspectiva para el futuro del libro la mirada hacia lo que está ocurriendo con las grandes editoriales. En realidad también están desapareciendo. Seix Barral, Destino… son ahora pequeños satélites, de las más de cincuenta editoriales que se difuminan y marean dando vueltas en torno al Gran Señor Planeta, tan ocupado en cadenas de televisión, periódicos y revistas, que la industria del libro es una ficha más en la estrategia de convertirse en un grupo de poder ahora que la política está más debilitada que nunca. Lo mismo puede decirse de los otros dos o tres grupos editoriales que se están apoderando de todo el mercado editorial español.
La industria del libro, mirado desde la perspectiva economicista que es la que dicta las normas de los grandes grupos de poder, es la industria del “bestsellerismo”. Los grandes almacenes tienen un sistema que da de baja automáticamente a los libros que en sus comienzos no produzcan el rendimiento fijado.
Un pensador clásico afirmó que la misma dificultad tienen los sabios en hacerse ricos que los ricos en hacerse sabios. Y en la industria editorial la riqueza y la sabiduría han de mezclarse.
Lo curioso es que en el mercado es perfectamente compatible el concepto legítimo del libro como objeto meramente económico y como objeto cultural con viabilidad económica. Las grandes editoriales necesitan de las pequeñas como el Barça necesita del barça B y de otros equipos para engrosar su cantera. Entonces, si las pequeñas editoriales no son nunca una competencia para las grandes, ¿quién está empeñado en que desaparezcan y por qué?
Uno de los grandes tesoros de Cataluña, y en especial de Barcelona y su entorno es (era) la proliferación de editoriales grande, medianas y pequeñas no sólo por el magnífico tejido económico, sino como un excelente pulmón cultural que oxigena y enriquece el mundo de las ideas haciendo de Barcelona punto de referencia de progreso, pluralidad e innovación.
Pues bien, si no nos ponemos a trabajar activamente tanto desde la industria de la pequeña y mediana editorial como desde la
sociedad civil, este hervidero de ideas y pluralidad pronto pasará a formar parte de lo que “la crisis se llevó”.
El sector editorial es un sector estratégico en el avance de la civilización y del humanismo. Ambos conceptos se oponen al economicismo insensato y a la uniformidad en la ignorancia y en la banalización universal que necesitan los profetas del nuevo orden. Las grandes fortunas han construido sus paraísos fiscales, las grandes empresas construyen sus infiernos laborales, lejos de los países con legislaciones que protejan a los trabajadores. La ignorancia es la garantía de la injusticia y la uniformidad de pensamiento asegura que el rebaño será conducido con mansedumbre al redil.
La industria del libro como objeto cultural y de propagación del pensamiento plural no es enemiga de ninguna otra. “En nuestro mal, oh Cid, no ganáis nada”, estas palabras de una débil niña hicieron cambiar los planes de una hueste de guerreros. Exactamente eso es lo que debemos gritar. Pero ahora los guerreros no escuchan a la niñas, se necesita la voz social, potente. Y esa voz que cambie el final patético que nos tienen preparado, sólo puede venir de los lectores que ven en el libro algo más que un producto comercial.
Ediciones Carena ha servido como plataforma de expresión a más de quinientos autores, que han visto plasmados y transmitidos sus sueños. Somos una más entre las muchísimas empresas de la cultura que, con la excusa de la crisis, se pretenden borrar del mapa, porque efectivamente, constituimos un peligro para la sociedad del pensamiento único que se nos está preparando. Por una vez pido el apoyo activo a nuestra editorial y a otras. Un esfuerzo en la compra y activación de nuestros libros. Es una inversión social para evitar la reversión mental que se propicia desde el núcleo del poder que, ya se puede afirmar, radica en los paraísos fiscales con un descaro aplastante.