José Membrive
En la librería Carabajal de Cartagena se presenta el poemario Mi corazón espera (ediciones Carena), de Montserrat Samper, murciana de San Pedro del Pinatar. Cuando, a la una de la tarde, la saludo, su presencia acentúa el aspecto angelical de la fotografía de la portada. Es una mujer rubia, de ojos azules y mirada perdida en un punto hondo. Parece una dulce doncella raptada de tierras nórdicas poseída por una imaginación que la desubica. Como si su reino no fuera de este mundo. Se parece a su poesía y a esa apacible cordillera de Islandia antes de estallar. Pero su poemario, con lenguaje de manantial y musicalidad rayana en el silencio apenas modulado por unos versos sencillos, es un auténtico volcán, capaz de proyectar con su estallido la ceniza por todo el entorno. Igual que ese cuyos vómitos nórdicos mantienen en alerta a media Europa.
Estos dos volcanes han marcado este día largo. Comenzó a las cuatro de la mañana cuando el despertador, con desesperante contumacia, me ha levantado de la cama. Llovía y hacía un frío casi invernal en la Anoia (Barcelona), pero eso no ha impedido que a las cinco y media ya estuviera en la plaza de España empujando para poder entrar en el autobús del aeropuerto. Las cenizas nórdicas se acercaban peligrosamente al Prat, pero el avión me ha dejado en Alicante a las 8,30. Antes, unas deliciosas imágenes de nubes surcando la atmósfera en diversos estratos, como ejércitos sin capitán ni misión, me han dejado apabullado.
En Murcia era primavera y el periódico estaba manchado con la imagen de un asesino, “he matado a palos a mi mujer” le confiesa a una vecina. Ha resuelto a su manera el menor de los problemas que Montserrat liquida con dos o tres sencillos poemas. Él es fuerte, señor, con los pies en la tierra. Ella es débil, señora, con los versos en el aire. Él aparece en primera plana, generando lágrimas de dolor entre sus propios hijos. Los medios de comunicación lo consideran digno de atención primera y expandirán sus razones. Ella presentará su humilde poemario entre sus allegados.
Montserrat Samper: Mi corazón espera (Ediciones Carena, 2010)
Mientras charlábamos, Montserrat Samper ha ido desgranando lo que sus poemas transcriben: un salto al vacío desde una vida avasalladamente cómoda, con dos hijos sobre sus alas. No, no, la poeta no es frágil, es muy, muy fuerte gracias al banco de afectos y pensamientos que su antigua relación con la poesía le ha proporcionado. En su mente esa historia de crecimiento interno, ese acumular magma hirviente que el artilugio de los sentimientos va atesorando para volar con las barreras más o menos duras que la vida tiende sobre los caminos. Las gruesas capas de ideología pétrea que aplastan a tantas personas han saltado por los aires gracias a su inspiración, a su sensibilidad incurable, a su autoindagación, a su poesía. El primer efecto de la buena poesía es liberar al propio poeta. Sólo desde su libertad radical interior se puede escribir poesía y sólo desde la libertad interior se puede construir una vida social autónoma.
Por la tarde, mientras ella recitaba sus versos, yo veía extenderse su ceniza luminosa por la atmósfera de la librería, con la misma desenvoltura que las oscuras líneas isobáricas se desplazan por los mapas meteorológicos.
Por la mesa vuelve a aparecer el periódico con el asesino. Si alguien le hubiera enseñado a escribir poesía, si, como mínimo hubiera leído con serena profundidad las poesías de Montse, estoy seguro, este crimen no se habría producido. La sensibilidad está muy cercana a la sabiduría, a años luz del odio a quien te quiere.
Montse hablaba de batallas perdidas. Aparentemente, el asesino había ganado la guerra a su cónyuge en sucia contienda de palos. Él era el fuerte, el vencedor y los periodistas lo sacaban en primera página. Ella era la débil, la perdedora de batallas que, al final, había encontrado el cráter por el que liberar su fervor vital. Humilde, calladamente, había llegado hasta el azul. Y ahora reinaba sobre el amor. “Quiero no quererte” proclama. Y toda la cordillera se viene abajo. La dulce Montse, pasa de víctima a señora del amor. Sin darse cuenta ha ganado la guerra, o mejor dicho, ha transformado en horizonte, en campos de cultivo, lo que en otros tiempos fueron campos de batalla.
Queda luminosamente sola: “Bendita luz que entra por mi ventana!/ porque sé que si te vas/vendrá mi sonrisa cada mañana”.
Al final unas cuantas personas aplauden a Montse. Compran su libro, mientras el asesino, arrugado en las hojas de periódico, espera en la papelera el camión de la basura.
NOTA: En el blog titulado Besos.com se pueden leer los anteriores artículos de José Membrive, clasificados tanto por temas (vivencias, creación, sociedad, labor editorial, autores) como cronológicamente.