Juan Antonio González Fuentes
Fernando Abascal Cobo es un excelente poeta y profesor. Pero sobre todo es un excelente amigo; un amigo de esos que uno sabe que no se merece. Cuando a comienzos del pasado mes de diciembre, los responsables culturales del Ayuntamiento de Santander me ofrecieron presentar mi último libro, La lengua ciega (DVD ediciones, Barcelona, 2009), en las llamadas tertulias literarias que se desarrollan en el mítico restaurante santanderino El Riojano, acepté de mil amores y enseguida pensé en el poeta y amigo Abascal para que me acompañase en el acto de presentación. La velada fue muy entretenida y amena, y el diálogo que mantuvimos Fernando y yo, entre nosotros y con el público, fue muy sugerente y vivificante.
Fernando escribió unos párrafos de introducción que son los que ahora quiero dejar aquí colgados. Me parecen, qué les voy a decir, muy atinados, muy sabios, muy hermosos. Le dejó con ellos, les dejo con él, con mi amigo Fernando Abascal, un poeta:
“La lectura de algunos poetas y pensadores, ¿acaso no es el poema un pensar?, me sugiere la idea de que la mejor poesía, la de más peso, siempre se nos muestra como una escritura vertical, perpendicular a las palabras, reveladora en su aparente penumbra de significados ocultos. El poema ve.
Otras poéticas desnatadas tienen como rasgo más definidor su horizontalidad, son escrituras que se acogen a una dócil y plana transparencia; en ellas, el decir está encarrilado, no genera dudas, se limita a buscar la complicidad del lector, el trueque fácil, el pacto amable; poesía, por tanto, continuista que dice lo dicho sobre lo dicho y en la que el poema no desvela el “saber” sino que lo atasca en su discursiva horizontalidad. Y los lectores queremos “saber”, incluso “saber” lo que el poeta tal vez no sepa.
Fue la lectura de la obra de un extraordinario poeta argentino, Roberto Juarroz, quien recogió su extensa obra bajo el título “Poesía vertical”, la que me hizo ver la necesidad de una escritura también vertical, de vértigos hacia arriba y hacia abajo, que huya de los espacios poéticos fosilíferos, de las transitadas autopistas de lo convencional o de lo “poetizante”; una poesía exiliada de la vacua normalidad, incluso de sí misma. Me explico.
La poesía es uno de los géneros de pensamiento más poderosos. La mejor escritura posee una extraordinaria capacidad incisiva, ejerce una potente verticalidad a la hora de excavar en las palabras, indagar en sus significados, conformar extrañas asociaciones de conceptos, explorar las capacidades semánticas de la lengua y hasta de la misma sintaxis para construir un código propio, una lengua nueva y no meramente instrumental en la que la palabra se vuelva aquella “luz no usada” de Fray Luis de León.
La mejor poesía se muestra, pues, como algo imprevisible para el lector, que se ve sometido a una reevaluación del discurso, a participar de la sublevación de las palabras ante esa impostura que rotulamos como orden. Como dice Juarroz: “el poeta es un cultivador de grietas”. Y es precisamente ahí, en esas grietas, donde la escritura poética más verdadera se sitúa, en los intersticios donde la lengua se quiebra, se vuelve sobre sí misma, se “pregunta”, se “hace”.
De este modo, el poema nos obliga a una lectura detenida, tensa y a la vez intensa; una lectura exigente y no convencional o codificada. Hablamos de una poesía vertical en el sentido de poesía escrita contra la costumbre del lector para adentrarse en las orografías discontinuas de la extrañeza. El poema no trata de seducir, más bien trata de interrogar al lector, desviarlo del “curso”, del “uso” poético.
Juan Antonio González Fuentes: La lengua ciega (DVD, 2009)
No quisiera dejar de comentar muy brevemente algunas de las consideraciones que en el prólogo del último libro de Juan Antonio González Fuentes, La lengua ciega, expone el escritor y académico Álvaro Pombo. Afirma el autor de El metro de platino iridiado que “los significados de los textos de este poeta no se dan en primer término (...), sino que tienen que ser obtenidos al final de la lectura”. No alcanzo a entender en su totalidad esta aseveración del magnífico novelista y poeta, por otra parte válida para todos los textos que, como “tejidos” que son, a su vez se descomponen en textos menores cargados de significado. Tampoco creo que los poemas de González Fuentes se construyan palabra a palabra, como dice Pombo, sino que, en mi humilde opinión, están conscientemente enhebrados por el autor y no sólo para desembocar en un significado final o conclusivo. En la escritura quebrada de González Fuentes, en su “lengua ciega”, el poeta, mediante una personal actividad asociativa y a través de un extraordinario manejo en la fluidez de planos, nos sitúa frente a un discurso que, si bien suele concluir en una frase que cristaliza lo dicho, en absoluto sus palabras se nos presentan como meros significantes deshilvanados. ¿Acaso no es la propia realidad la deshilachada alfombra que pisamos?
La lengua ciega es una hermosa sinestesia que define perfectamente lo indecible del ver o, mejor dicho, las oscuridades sobre las que discurre nuestro decir. Afirma el poeta y crítico Miguel Casado en su excelente libro La poesía como pensamiento que, “llenas de historia y de conveniencias sociales, las palabras del uso están vacías de realidad, no nombran. Desdecirlas es encontrar su núcleo de vida”.
En su último libro, González Fuentes quiebra lo narrativo, “desdice las palabras”, disloca la sintaxis, nos muestra los ángulos de esa lengua ciega “frente a su campo en extinción”. Por un lado, el poeta desordena las piezas del tablero poético, avanza subido a las palabras que “hilvanan humo” en busca de la luz, uno de los conceptos fundamentales y recurrentes en su poesía. Hay, por otra parte, una insistencia en la idea de “sed” como distancia, sed que “divide con suave música de vendimia”; “sed que se agrieta”. A través de una “lengua ciega”, de un decir en vilo y a tientas por la realidad, el poeta busca la luz, una luz que a veces se torna “severa” o sin esperanza; de ahí los “bosques que están siempre huidos” o “la traza muerta que acoge siempre la misma nieve”.
Dividido en tres secuencias poéticas: los dieciséis poemas que componen “Música de vendimia”; los quince de “Los bosques huidos” y los dieciséis de “La misma nieve”, en “La lengua ciega” se nos habla del decir y del ver, dos maneras de expresar y de entender el mundo, ese mundo en el que se construye, a través del “diálogo con las cosas”, la identidad del poeta: “soy lo que me rodea”. Y es que toda identidad no deja de ser un producto verbal; las palabras conforman ese frágil andamio de certezas sobre el que nos movemos y nos deslizamos. En el gran Texto podemos leer que el Verbo se hizo carne, o, lo que es lo mismo, que la palabra se armó de cuerpo, se puso el cuerpo, que diría César Vallejo, para comprenderse como ser. Siempre hablamos y decimos para ver, para vernos y para que nos vean.
El ultimo libro de poemas de Juan Antonio González Fuentes nos “llama la atención” por su densidad conceptual, por su velada belleza; se trata de una obra que requiere del lector un esfuerzo cómplice, una lectura atenta e inteligente. “Las palabras señalan sus cimientos”, afirma el poeta en su ver más allá, en la ceguera de la lengua, en la luz de las sombras “que nos son iguales”. Para González Fuentes, ese poder deíctico de la lengua nos dirige hacia ciegas raíces, hacia los pozos oscuros donde el lenguaje se hace, como si la palabra, sedienta, ansiara salir de la caverna platónica, de la gran topera en que vivimos y buscar una luz inextinguible. Sin embargo, el poeta sabe que la lengua es insuficiente para iluminar el camino y avanza, a lomos de ella, tanteando las sombras de lo que se va, de lo que se “es” y “se siente”, con la extrañeza del insomne.
No es González Fuentes un poeta de lo oscuro, más bien su poesía se caracteriza por definir esa luz apagada de las cosas, lo que está en la parte no iluminada, el envés del mundo. La lengua busca nombrar, “ver”, atrapar la sustancia (por emplear un concepto muy pombiano) de lo que se va o de lo que sucede.
Estamos ante un poeta que define la luz en la oscuridad y que se muestra de una manera no convencional, sin perseguir musicalidades, ritmos solemnes o acentuaciones llamativas. Más bien lo contrario. González Fuentes persigue la dureza en el decir, afila las palabras como las ideas, se muestra aparentemente frío ante el hecho poético, pone distancia entre las palabras, como si disfrutara del silencio de un hueco para, después, acercarse, acercarse, como la buena, la excelente poesía”.
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Últimas colaboraciones (FEBRERO 2010) de Juan Antonio González Fuentes en la revista electrónica Ojos de Papel:
LIBRO: Oliver Matuschek: Las tres vidas de Stefan Zweig (Papel de Liar, 2009)
LIBRO (enero 2010): Alex Ross: El ruido eterno. Escuchar al siglo XX a través de su música (Seix Barral, 2009)
CINE (enero 2010): James Cameron: Avatar (2009)
LIBRO (diciembre): Gerald Martin: Gabriel García Márquez. Una vida (Debate, 2009)
-LIBRO (noviembre): Miklós Bánffy: Los días contados (Libros del Asteroide, 2009)
-CINE (noviembre): Woody Allen: Si la cosa funciona (2009)
-LIBRO (octubre): Luis García Jambrina: El manuscrito de piedra (Alfagaura, 2008)
-CREACIÓN (octubre): La lengua ciega (DVD, 2009)
-CINE (octubre): Isabel Coixet: Mapa de los sonidos de Tokio (2009)
-LIBRO (septiembre): P.D. James: Muerte en la clínica privada (Ediciones B, 2009)
-LIBRO (julio): Stieg Larsson: Millennium 3. La reina en el palacio de las corrientes de aire (Destino, 2009)
-PELÍCULA (julio): Niels Arden Oplev: Millennium 1: Los hombres que no amaban a las mujeres (2009)
Más de Stieg Larsson:
-Millenium 1. Los hombres que no amaban a las mujeres (Destino, 2008)
-Millennium 2. La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina (Destino, 2008)
NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, creación, historia, artes, música y libros) como cronológicamente.