Les quiero dejar una curiosidad entre las manos, o mejor dicho, ante los ojos. Se trata de un asunto en el que se relacionan los tuertos y el cine. ¿Nos les resulta una paradoja casi espectacular, y cuando menos inolvidable? Sí, tuertos y cine. Pero precisamos más. Me estoy refiriendo a directores de cine tuertos (o al menos con parche en un ojo), y no escribo sobre directores de andar por casa, no, escribo y hablo de algunos de los más grandes directores de la época del cine.
¿Directores de cine tuertos?, se preguntará algún lector con toda la razón del mundo. Pues sí, le aseguro yo desde esta tribuna. ¿Pero serán uno o dos a lo sumo?, volverá a preguntarse seguro el lector avispado. Pues no, le contesto yo desde aquí: no son ni uno ni dos, son sorpresivamente algunos más. Pero vayamos ya al grano y demos nombres.
El más importante de todos sin duda fue
John Ford, para muchos cinéfilos el
más grande director de cine clásico de la historia. Sí, el autor de películas como
Centauros del desierto, La diligencia, El hombre tranquilo, Siete mujeres, El hombre que mató a Liberty Valance o
My darling Clementine, llevó en el último tramo de su vida un parche en el ojo. El problema es que no sabemos exactamente por qué, dado que el parche cambiaba de ojo a voluntad del cineasta. Un día en el izquierdo, otro en el derecho. ¿Un signo de coquetería último? ¿Ganas de emular a los piratas? La cuestión no está resuelta del todo, al menos que yo sepa. Pero las fotos están ahí para mostrarnos al viejo director con el parche correspondiente.
Raoul WalshOtro cineasta tuerto, o con parche para ser más precisos, fue el gran
Raoul Walsh, toda una leyenda del gran cine de aventuras, con títulos a sus espaldas como
Murieron con las botas puestas, Tambores lejanos o
El mundo en sus manos. Walsh, alumno en los años del cine mudo de genial
Griffith (experiencia que compartió con el ya mencionado Ford), se puso un parche en un ojo desde bastante pronto en su carrera, lo que siempre le dio un aire de misterio y aventura que le iba como anillo al dedo al tipo de cine que dirigía con inigualable sabiduría.
Otro gran “parcheado” de la historia del cine fue el vienés
Fritz Lang, quien a lo largo de su vida alternó el aristocrático monóculo con el más canallesco parche. El monóculo intuyo que era para subrayar su aire imperialmente austrohúngaro, al igual que
Stroheim y
Sternberg, los dos
Eric de nombre, se pusieron el von de pega delante de su apellido para que los snobs hollywoodienses les abrieran de par en par las puertas de sus mansiones. Sí, Lang sustituyó el monóculo por el parche, quizá tomó la decisión cuando su cine se hizo más preciso, seco y líricamente impecable. Creo sin embargo que hay imágenes de Fritz Lang en las que lleva el parche y el monóculo, genialidad glamurosa que de ser cierta no sé cómo ha pasado aún desapercibida por los grandes de la moda.
A estos tres monstruos del cine hay que sumarles al menos tres nombres más. Los tres con carreras más que importantes en la industria norteamericana del cine, y por tanto, en la historia universal del cine. Me refiero al húngaro
André de Toth, a quien debemos piezas tan significativas de su buen saber hacer como
Los crímenes del museo de cera, El rifle Springfield o
Pacto de honor. Y para terminar
Nicholas Ray y
Sam Fuller, dos de los cineastas más grandes del final de la época dorada de Hollywood. Los dos con parches en los ojos marca de la casa, los dos con puestas en escena personales más que reconocibles.
Me han salido seis grandes cineastas de la historia del cine a los que no llamaré tuertos, pues me consta que alguno no lo era, pero que llevaban parche en un ojo, por lo menos durante una etapa de su carrera. Entre los seis dirigieron centenares de películas que aún concitan la admiración y el interés del público. Algunas de esas películas son auténticas obras maestras. Visto lo visto (y suena casi a chiste hablando de tuertos), ¿no les vendría bien quedarse tuertos a más de un director (perdón) y directora de cine actual? Dejo la sugerencia rocambolesca aquí planteada, aunque ahora que lo pienso, y me viene a la mente el maestro Ford, bastaría con que se taparan un ojo, que dirigieran sólo con uno. Seguro que muchos lo agradeceríamos.