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    AUTOR
León Trotsky

    GÉNERO
Autobiografía

    TÍTULO
Mi vida. Memorias de un revolucionario permanente

    OTROS DATOS
Traducción de Wenceslao Roces. Barcelona, 2006. 645 páginas. 22 €

    EDITORIAL
Debate



León Trotsky, Coyoacán (México) en 1940

León Trotsky, Coyoacán (México) en 1940


Reseñas de libros/No ficción
León Trotsky: "Mi vida. Memorias de un revolucionario permanente" (Debate, Barcelona, 2006)
Por Rogelio López Blanco, miércoles, 3 de mayo de 2006
Lev Davidovich Bronstein (1879-1940), más conocido por su nombre de guerra, Trosky, escribe esta autobiografía en 1930, diez años antes de su muerte, cuando un comunista catalán, Ramón Mercader, le asesina por orden de Stalin en México. La redacta en Constantinopla, poco después de su deportación de la Rusia soviética por el aparato de poder comandado por este último, tras más de un año de destierro en Alma-Ata, un poblachón que hacía las veces de capital de Kazajistán, Asia Central.
Estas circunstancias son determinantes en la concepción y el enfoque del libro. El Trotsky que acaba de ser expulsado, que había sido uno de los grandes protagonistas de los acontecimientos que dieron lugar y consolidaron la República de los Soviets, constituía el foco de referencia fundamental de la oposición interna, dentro de los partidarios de la revolución, frente al grupo de poder encabezado por Stalin en el partido comunista. Tras la muerte de Lenin, en enero de 1924, después de un largo interregno como consecuencia de la enfermedad que acabó con su vida, en el otoño de 1924 se puso en marcha una formidable campaña contra el presumible sucesor del indiscutible caudillo de la Revolución de Octubre. Inicialmente, la troika compuesta por Stalin, Kamenev y Zinoviev, y más adelante el primero de ellos, aprovechando en parte los achaques del propio Trosky y su desprecio por la política menuda, fueron comiéndole el terreno, relevándole de sus importante cargos de Comisario de Guerra (1925) y arrinconándolo en la administración hasta acabar por expulsarle del partido en 1927. Un poco más tarde, en 1928, se produjo el mencionado confinamiento en Asia Central, medida que no satisfizo a las autoridades porque continuó desde allí su actividad política, lo que llevó a su expulsión.

En este contexto de persecución personal, de distorsión de su papel en la Revolución y en la Guerra Civil, de difamación de su actuación política, ataques todos ellos sustentados en unas supuestas traiciones a Lenin, fue alumbrado y redactado el volumen. Aparte de la etapa de la infancia y la adolescencia, que describe con cierta distancia y frialdad, la obra es un alegato en defensa de sus posiciones y de la actividad desarrollada como un profesional de la revolución. Desde una orgullosa autonomía individual en el campo del análisis político a la hora de extraer sus propias conclusiones, sostiene, aportando incontables pruebas, la coincidencia casi completa con las valoraciones de Lenin a lo largo del periodo de más de veinte años en que mantuvieron relación, sin por ello obviar las discrepancias, algunas de cierto calado, que en ocasiones les separaron temporalmente, pero siempre en la perspectiva de quienes luchaban por un objetivo común, sobre cuya estrategia general estaban de acuerdo.

Aparte del drama de la vida de un político de la revolución, el lector encontrará en esta obra numerosos retratos de personajes, reflexiones teóricas, análisis y manifestaciones que estremecen por su rotundidad

No tiene empacho en reconocer, entre otros, errores como la defensa de la posición menchevique y el respaldo de una reconciliación con los bolcheviques tras la división de 1905, tampoco el desacierto de su planteamiento de paz sin negociación en los tratos con los imperios centrales en 1917-1918 para poner fin a las hostilidades. En justa correspondencia, Lenin le dio la razón a su tesis de la “revolución permanente”, lo que significa reconocer la oportunidad perdida en la revolución de 1905, momento en que Trotsky alcanzó un protagonismo excepcional en la jefatura del soviet de San Petersburgo. En contraste, destacan la confianza que el líder le dio para ponerse tanto a la cabeza de la delegación soviética en las negociaciones de Brest-Litovsk como al frente del naciente Ejército Rojo, que organizó Trosky desde sus mismas bases, y la dirección de las operaciones en la larga y atroz Guerra Civil, periodo decisivo para consolidar una Revolución que estuvo a un paso de naufragar por la presión exterior.

En el periodo final de su vida, Lenin comprendió el significado de la degeneración burocrática encabezada por Stalin y se propuso liquidarlo políticamente, nombrando a Trotsky sucesor, pero la enfermedad del primero, la habilidad para la intriga del segundo y la inmensa capacidad del tercero para labrarse enemigos, frustraron los planes de Lenin. La explicación de Trosky de las razones de por qué el poder se le escapó son rebuscadas, las enmarca en un proceso de reacción dentro de la revolución, de declinar del impulso revolucionario y de los intereses pequeño burgueses de la nueva casta dirigente, de la que Stalin no sería más que una expresión, algo que entra dentro de la lógica de quien cree que existen “leyes racionales de la historia”.

Lo cierto en todo esto es que Trosky representaba un formidable obstáculo para los designios de Stalin y sus verdugos por su prestigio, por la capacidad de arrastre sobre una gran parte de la masa del partido y, particularmente, porque realmente era el heredero del leninismo. Sin embargo, como el propio Lenin manifestaba en su testamento, el gran defecto de Trosky era el exceso de confianza en sí mismo, lo cual, unido al desprecio que sentía hacia Stalin por considerarle mediocre e incapaz, labró su tumba política y personal.

Aparte del drama de la vida de un político de la revolución, el lector encontrará en esta obra numerosos retratos de personajes, reflexiones teóricas, análisis y manifestaciones que estremecen por su rotundidad, como la siguiente: “el sentimiento de primacía del todo sobre las partes, de la ley sobre el hecho y de la teoría sobre la experiencia personal empezó a desarrollarse en mí desde muy temprano y no ha hecho más que afirmarse con el transcurso del tiempo”. Declaraciones como esta, unidas a sus afirmaciones sobre el uso de la violencia física como instrumento de progreso, de que la revolución es como una guerra a muerte o la expresión de su admiración por la labor de Dheshisky en la Cheka, representan claramente que la monstruosidad que fue el sistema comunista no es producto de la adulteración estalinista sino consecuencia de la propia doctrina revolucionaria y su concreción en la dictadura del proletariado, cualquiera que fuera el conductor de la misma. Los ejemplos en otros “paraísos comunistas” (China, Corea, Cuba, Vietnam, Camboya,...) no hacen más que confirmar este nefasto rumbo.
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