El
presidente López Portillo (en esa época todavía los presidentes tomaban las
grandes decisiones poco menos que a voluntad), con la participación de don Jesús
Reyes Heroles, inició en 1977 una larga sucesión de reformas políticas que
culminaría en 1996 y que desembocaría en la pérdida de la mayoría del PRI en la
Cámara de Diputados un año después y la derrota del candidato presidencial de
ese partido en 2000, así como en el tránsito pacífico de un gobierno a otro, de
un sistema a lo que muchos pensamos que sería otro.
Es
posible que sin el 68 se hubieran pospuesto las reformas, pero la disyuntiva
entre democratizar el sistema político o imponerle tintes dictatoriales parecía
inevitable, primero, porque el priismo había perdido su capacidad de inclusión,
como lo evidenció el predominio de las familias fundadas por ex revolucionarios
y ex porfiristas; segundo, porque la acumulación de riqueza desde los años
cuarenta no se tradujo en innovaciones, desarrollo tecnológico y mayor
competitividad, y tercero porque los avances sociales generados por la
revolución tenían el germen de su propia destrucción, como dirían los marxistas:
la educación pública formó una juventud demandante que no se conformaba con
escuela y empleo, sino que exigía democracia; la salud pública abatió las tasas
de mortalidad infantil y aceleró el crecimiento poblacional; la planta
industrial deterioró el ambiente y su concentración en el Valle de México y en
menor medida de Monterrey, Puebla y Guadalajara, provocó una urbanización
monstruosa.
En
vez de conducir el tránsito a una democracia más plena, los dos gobiernos
panistas trataron de aprovecharse de un sistema político
que estaba liquidado y agravaron sus cánceres: la corrupción, la impunidad, las
trampas electorales. Esa deplorable opción política hizo posible el crecimiento
de la mafia sindical que encabezaba “La maestra”, cuyo poder se fundó en la
complicidad de casi todo un gremio: nunca los maestros tuvieron mayores aumentos
de salarios y prestaciones como entre 2000 y 2013 a cambio de obediencia en una
estructura piramidal de movilización ilegítima pero eficaz.
No
cambiar fue una opción política que enanizó al panismo, lo corrompió y lo dejó
descobijado ante la atónita sociedad: detrás de la prédica democrática y honesta
había lo mismo. Y, en efecto, Cordero y Bejarano, hombres de ligas de billetes,
se diferencian en la grosera ineptitud del primero incluso para sus propios
fines y la enorme capacidad de manipulación de masas del profesor. Un querido
amigo compara Carlos Salinas y Felipe Calderón: los dos se legitimaron con
acciones de la fuerza pública, sólo que el priista es uno de los políticos más
talentosos y el otro se convirtió en un pobre hombre.
Cuando
empecé a reflexionar en este comentario se difundió la noticia de una gigantesca
salida de capitales del sistema financiero nacional y pocos días antes se
corrigieron a la baja las estimaciones de crecimiento del PIB para este año. El
trasfondo es un amasijo de problemas que se alimentan a sí mismos: la violencia
criminal y social inhibe la inversión pública y privada, el empleo, el ingreso y
el mercado interno, y propicia la huida de capitales y personas: los primeros se
van en busca de seguridad aun con menor rentabilidad y las segundas se escapan
por las puertas falsas de la emigración, el comercio ambulante, la delincuencia
en alguna de sus múltiples
modalidades, el consumo de drogas o el suicidio. Y
mientras las empresas son abortadas o ni siquiera planteadas, las familias se
desintegran y envilecen, pues la desesperanza, eufemísticamente llamada
depresión, es una enfermedad contagiosa y mata poco a poco.
¿Qué
se puede hacer en una situación tan adversa? Existe un
acuerdo político en lo esencial, que propone
soluciones de fondo, aunque incompletas como la educativa y recortadas por los
poderes fácticos como la de telecomunicaciones, pero que marcan un rumbo: si los
mexicanos queremos rehacer la viabilidad del país, tenemos que ponernos de
acuerdo en lo básico, pues no es posible ni deseable
borrar todas las diferencias. Y lo básico es la
educación, el crecimiento económico y la generación
suficiente de empleos bien remunerados en la economía
formal.
Los
políticos -al menos unos de ellos- están enfrascados en pequeñas luchas por el
poder, en vez de atender lo que más importa a la sociedad. Gustavo Madero
afirmó con el “pacto” su vapuleado liderazgo y fue su promotor entusiasta, pero
Ernesto Cordero lo acusó de colaboracionista (en un partido que ha colaborado y
colabora con el PRD), y hoy, en vísperas de elecciones locales, ambos se unen
para chantajear al presidente o al PRI o para engañar a los panistas, con el
pretexto de salirse del “pacto”. Eso es lo que quedó del partido de Gómez Morín,
González Luna y Luis H. Álvarez.