Vean el
divertido booktrailer de 35 segundos de ¡Oh no, Lucas! (por Chris
Houghton)
El Lucas del título es un perro encantador, con buenas
intenciones, pero acosado por las dudas y lo que estas esconden: la tentación,
el encanto irresistible de lo prohibido. «¿Qué hará Lucas?» es el leitmotiv de
la obra, traducible a «¿cómo resistirse a comerse la tarta, a perseguir a Gato,
a desbaratar la tierra de las macetas, a…?». ¿Acaso no está hecho el mundo para
el disfrute, para el juego intrépido? Es verdad que Lucas le había prometido a
Quique, su dueño, portarse bien, pero… Tal «pero» suspensivo resume el dilema
existencial de Lucas, a quien vemos pasárselo pipa destrozando alegremente todo
a su alrededor (de paso, nos los pasamos pipa con él). Y ahí radica la gran
paradoja: por mucho que nos hayan adoctrinado, por mucho que hayamos prometido
otra cosa, ¡portarse mal, irresponsablemente, puede resultar muy divertido! Y
eso lo sabe cualquier lector desde mucho antes de aprender a leer, y leer ese
controvertido conocimiento así expuesto, a las claras, resulta muy, muy cómico.
La pedagogía más rancia (por no decir la vida misma) tiene su propia salida, más
sucia que airosa, a dicha paradoja: el castigo.
Afortunadamente la
filosofía propone respuestas más elegantes, como bien demuestra la cita de
Epicteto —tan budista él— que encabeza la obra: «La libertad no se consigue
realizando nuestros deseos, sino eliminándolos… Ningún hombre es libre si no es
dueño de sí mismo». La cita, aclaramos, aparece convenientemente situada en la
página de derechos, es decir, no forma parte en sentido estricto del álbum, sino
que está destinada al adulto-mediador, pues ya se sabe que los adultos son
cortos de entendederas y propensos a necesitar una auctoritas para
sentirse seguros. Al destinatario real le bastará identificarse plenamente con
Lucas y sus terribles dilemas, convenientemente aderezados de un humor tierno y
blanco como el pan de molde. ¿Qué hará Lucas cuando caiga en la cuenta de que se
ha portado mal? Chris Haughton, con estoica y simpática elegancia, nos ahorra el
triste espectáculo del castigo (o sea, no nos castiga; menos mal: ¡en el fondo
somos buenos!) y le da a Lucas una segunda oportunidad para demostrar su
aprendizaje sobre el libre albedrío. Nada de reprimendas ni escarmientos, que
bastante tiene Lucas con soportar el más sentido arrepentimiento… Así que Quique
se lo lleva al parque a dar una vuelta. Y allí Lucas, que ha aprendido la
lección —sin sangre—, se porta de maravilla con otra tarta, con Gato e incluso
con las flores. Lo que ya no sabemos es si también resistirá la tentación de
abordar un oloroso cubo de basura… Al parecer, hay lecciones que necesitamos
aprender todos los días, no importa la edad que uno tenga. Ah, y no se pierdan
la imagen de la cubierta posterior, que resume lo otro que también necesitamos
todos los días.
¡Oh no, Lucas! no
resultaría tan seductor sin las maravillosas ilustraciones de Chris Haughton. La base es una
estética minimalista, de colores planos y vibrantes, grandes volúmenes, ausencia
de fondos y objetos sencillos. A ello se añade un toque expresionista con los
elocuentes ojos (y las orejas) de Lucas, capaces de registrar todos los estados
anímicos que subyacen a la trama: el deseo, la duda, la diversión, la
contrición, la satisfacción por la superación... Desde Bécquer para acá, pocos
ojos azules habían dicho tanto con tan poco, sobre todo cuando a Lucas se le
pianta un lagrimón.
Por último, no podemos dejar de reseñar la calidad de la edición, algo que
impactará incluso a los más exigentes en cuestiones materiales. Mientras haya
editores nada cicateros, verdaderos orfebres que dedican su savoir faire a
pequeñas joyas como ¡Oh no Lucas!, no todo está perdido en el proceloso
mar de la edición. Como diría el mismísimo Lucas, ¡bien hecho!
Nota de la Redacción: no se pierdan el makin of... del
perro maladrín