Las
carencias de la población son el campo más fértil para el embarnecimiento de las
propuestas de la izquierda que, por definición, están a favor de las mayorías.
Uno de los segmentos que mayores motivos tienen de inconformidad, es el de los
jóvenes, bien sea porque ocho millones de ellos carecen de escuela y empleo o
porque los egresados, incluso con maestrías y doctorados, son rechazados por el
mercado laboral en la economía formal a consecuencia de una política económica
que privilegia la estabilidad –incluso en el estancamiento—y de la maduración de
procesos perversos, como la monopolización, la expansión descomunal de la
economía informal, la venta de la banca a instituciones extranjeras y la
preferencia de éstas de destinar el ahorro al consumo en vez de la
inversión.
En
estas circunstancias, no debe extrañarnos que abunden los profesionistas metidos
a taxistas, vendedores ambulantes, migrantes e incluso operadores del crimen
organizado, lo que no sólo le niega a la juventud un porvenir digno, sino que
representa un lamentable desperdicio de recursos humanos, financieros y
técnicos. Lo sorprendente no es que haya surgido el movimiento
#YoSoy132, sino que no se haya expandido hacia los
muchachos que ni siquiera tienen acceso a las universidades públicas y mucho
menos a las privadas.
Todo
esto ocurre en el trasfondo de una guerra perdida contra el crimen organizado,
cuyo costo en muertos, heridos, desaparecidos y desplazados ha sido descomunal e
inmoral, sí, inmoral, señores del PAN. Sobre todo cuando el principal
objetivo de esa lucha ha sido abatir el narcotráfico para moderar
la oferta de drogas en Estados Unidos, lo que intensificó la violencia, la
inseguridad y el miedo en vastas regiones del territorio
mexicano.
La
devastación de la economía y la explosión de la inseguridad crean condiciones
favorables al éxito de una opción política de izquierda y, sin embargo, los
partidos y movimientos que se asumen como “progresistas” perdieron las
elecciones de 2006 en gran medida por los graves errores de López Obrador y por
la eficacia de la “guerra sucia” que en su contra montó el PAN, y el candidato
“progresista” volvió a perder en 2012 sin “guerra sucia”, a pesar de que intentó
mudar su imagen de rijoso por la de amoroso.
¿Por
qué ocurrió todo esto?
En
primer término, por la proclividad de la izquierda mexicana a entrar en
conflicto consigo misma, lo que ha convertido a su principal partido, el PRD, en
una colección de tribus que sólo se ponen de acuerdo cuando coinciden sus
propósitos electorales.
En
segundo lugar porque los partidos, movimientos y líderes de izquierda no han
dado congruencia a su discurso con sus actos.
López
Obrador asegura que no cree en las instituciones y se propone cambiar el sistema
para construir una sociedad más justa. Para ello se separó de los partidos que
le prestaron su registro y privilegios de ley, pero no con el fin de llamar a
una revolución –que es la manera conocida de cambiar el sistema—sino para crear
otro partido que tendrá que acatar las disposiciones constitucionales y del
COFIPE para obtener su registro y, si tiene éxito, se convertirá en una
institución política dentro del sistema que pretende
eliminar.
Uno
debe suponer que los líderes, grupos y organizaciones que no siguieron al ex
candidato en esta aventura están dispuestos a promover sus propuestas dentro del
marco institucional y con apego a la constitución y las leyes que existen. La
posición más relevante de los legisladores de izquierda después de las
elecciones ha sido oponerse enérgicamente a la reforma laboral, pero para
lograrlo, optaron por tomar la tribuna, es decir, por violar el reglamento
interior de la Cámara de Diputados y tratar de impedir que ese órgano,
esencial para
la democracia por ser la institución más plural del
Estado, desempeñara normalmente sus trabajos.
Con
esta actitud, los diputados de la izquierda no sólo se apartan de la ley y
pretenden inmovilizar una de las instituciones, sino que ni siquiera tienen
éxito, debido a la decisión de la mesa directiva, encabezada por Jesús Murillo
Karam, de instalarse en un palco y desde allí dirigir la sesión, que se
desarrolló normalmente y aprobó la iniciativa del presidente Calderón con las
drásticas modificaciones que le hicieron principalmente los diputados del
PRI.
Lo
relevante es que la izquierda que pretende cambiar el sistema lo tratará de
hacer a través de un partido político y la izquierda que dice actuar dentro del
sistema violenta la normatividad en su primera acción legislativa. ¿No sería
útil que las izquierdas se preguntaran qué sentido tiene contravenir su discurso
con sus actos? ¿Qué cuentas le darán los diputados progresistas a los
trabajadores a quienes dicen representar? ¿No están autodestruyéndose como
opción política cuando tienen las mejores circunstancias nacionales para
crecer?