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Justo Sotelo: <i>Las mentiras inexactas</i> (Izana editores, 2012)

Justo Sotelo: Las mentiras inexactas (Izana editores, 2012)

    TÍTULO
Las mentiras inexactas

    AUTOR
Justo Sotelo

    EDITORIAL
Izana editores

    OTROS DATOS
ISBN: 978-84-939646-6-5. Madrid, 2012. 232 páginas. 20 €




Reseñas de libros/Ficción
Justo Sotelo: Las mentiras inexactas (Izana editores, 2012)
Por Pedro L. Angosto, miércoles, 5 de septiembre de 2012
"Estoy solo y no hay nadie en el espejo."
(Jorge Luis Borges)

Entre lo nuevo y lo viejo, no sé bien ahora mismo qué lugar ocupa cada cosa, si la verdadera modernidad está en la vieja Olivetti de museo o en la atomización del conocimiento, de los paradigmas y del magisterio, derivado de las nuevas tecnología de la información, Justo Sotelo ha construido una novela que destila un enorme amor a Madrid, a la literatura, a lo verdadero y al amor mismo, una narración en la que conviven Max Estrella con Jethro Tull, Silverio Lanza y Julio Cortázar, la soledad de Borges y sus espejos –siempre presente- con el terremoto Girondo llevándose de calle a las niñas y a Norah Lange, la locura y la razón, los restos de la vieja bohemia intelectual con la que quiere nacer y no dejan, bebiendo whisky bajo la atenta mirada de una ajada copia de un óleo de Edward Hopper con un texto de Murakami, sobre quién Justo ha escrito la única tesis existente en castellano, a sus pies.

No puedo negar mi falta de objetividad –he carecido siempre de ella y creo que no existe- a la hora de reseñar Las mentiras inexactas. La descripción que hace Justo Sotelo del Barrio de las Letras, de sus personajes, sus calles, sus rincones, sus viejas librerías, que son las viejas librerías de un Madrid hoy subterráneo pero que fue esplendoroso y universal antes del golpe de Estado africanista de 1936, me suenan y resuenan, pasean por mi memoria porque está dentro de mi educación sentimental y de mis vivencias más queridas. Durante años viví allí, como observador del nacimiento de aquello que se llamó movida madrileña y que tenía uno de sus santuarios en un local llamado La Luna, atendido por una espléndida Salomé que convertía nuestras noches en algo tan irreal como el paraíso entre el humo de cientos de pitillos, las imágenes en blanco y negro del cinematógrafo mudo, la nueva música y la presencia, casi diaria, de Francisco Nieva recostado en una tumbona según se entraba a mano derecha, al fondo. Justo Sotelo, ha contando en esta estupenda novela el escenario vital en el que andan mis recuerdos y los de tantos otros que vimos en aquel barrio un pedazo del mejor París, un fragmento de lo mejor de muchas vidas y un fresco real de la zozobra  que nos acompaña y que sólo se puede combatir con la amistad, la solidaridad, la sinceridad y la imaginación 

 

El relato, de aparente sencillez, sólo aparente, comienza con el encuentro casual de un joven que regenta una vieja y encantadora librería –me recuerda la vieja Fuentetaja- propiedad de su padre, al que alude sin cesar, y una profesora veinte años mayor que ha dedicado lo mejor de su vida a la investigación y a la docencia. Desde el primer momento sentimos la electricidad. Ella, Nora, herida, violentada, busca libros perdidos para completar un estudio sobre el futuro de la novela, pero al instante queda fascinada por el local, por el escenario mágico y su habitante principal, un hombre joven con mucha más experiencia vital y una gran capacidad de seducción. Él, Sergio, que parece esconder algo en la trastienda de su corazón, siente una enorme atracción por quién algún día del pasado fue su profesora y le abrió puertas del conocimiento hasta entonces confusas. A partir de ahí, la novela se abre como un árbol. De las raíces y el tronco inicial, comienzan a salir ramas y ramas, los amigos y los conocidos de Sergio, cada uno de su padre y de su madre, los lugares dónde se junta la creación y la frustración, la belleza y la ruina, la tranquilidad y el tranquimazín. Escritores, pintores, diletantes, actores, guionistas, bohemios, sabios, supervivientes de la ya vieja movida y Albertina, la última poeta viva de la generación del veintisiete, que se fuma y se bebe la vida a los cien años rodeada de los amigos del joven librero.

 

Miguel Veyrat asegura que Justo Sotelo tiene una considerable influencia de Paul Auster, y es verdad, como dice el gran poeta su literatura es plenamente urbana y se adentra en el alma de las personas que habitan sus entrañas y viven como las luciérnagas en los lugares más recónditos y auténticos, alumbrándose y alumbrando a los demás con esa bombilla incandescente que cuelga al final de su cuerpo, apareciendo y desapareciendo, como las nubes escurridizas, como el sol, como la luna, como la vida misma. Sin embargo, además de esa notoria influencia y la de otros muchos autores de hoy, de su propia hechura, percibo en muchos momentos un aliento más próximo y cercano, el de Pío Baroja, el del Baroja que husmeaba, quería y conocía el corazón de Madrid como la palma de su mano, o el de Luis Martín Santos cantando la belleza del cielo y el amanecer madrileño. Justo Sotelo reúne en el Barrio de las Letras, en torno a la imaginaria librería de la Plaza de Santa Ana, a toda una corte de personajes urbanos que podrían ser protagonistas de una película neoyorquina de Woody Allen, pero también de Jean-Pierre Jeunet, Jacques Becker o, por qué no, de Pedro Almodóvar si alguna vez se atreve a hacer lo que ya le toca. Madrid, el viejo Madrid compuesto por barrios que son pueblos con identidad propia -Letras, Maravillas, Lavapiés, Chueca, Embajadores…- se torna con su pluma en una ciudad universal sin rascacielos ni torres de hierro inalcanzables, pero absolutamente entrañable. En ese contexto maravilloso se suceden las historias, una tras otra, las vidas, las amarguras, la monotonía, la alegría, la curiosidad, demostrando en cada página la inmortalidad de la literatura, sea cual sea su suporte, y del amor, sea cual sea la edad con la única condición necesaria de sentirlo. La vida misma de cada hombre es una novela, y una vez escrita sirve para llenar nuestra vida de vidas, tantas como apetezcamos.

 

Al igual que hace Luis Leante, Justo gusta de nombrar en sus novelas a autores y artistas vivos, entremeterlos en el entramado de sus narraciones; al igual que Alfred Hitchcock, aparecer en sus relatos. Son muchos los personajes que visitan las páginas de Las mentiras inexactas, cuando menos te lo esperas, innumerables, un paseo por la literatura de nuestro tiempo. De entre todos ellos hay uno al que Justo rinde un especial homenaje, un hombre que escribe para ser amado, que llama a la rebelión, que no acepta la realidad injusta que impone el capitalismo, que vive su segunda, tercera o cuarta juventud a los noventa y tantos y es un ejemplo ético en tiempos de inmorales: Jose Luis Sampedro, alguien que pudo tener todos los bienes y lisonjas terrenales, pero que optó hace muchísimo tiempo por ser nada más y nada menos que José Luis Sampedro, un Ser Humano.

 

No huye el novelista de la realidad, del momento en que vivimos desde aquel día extraño y sangriento en que tiraron las Torres Gemelas y el mundo comenzó a caminar hacia atrás por decisión de unos pocos y la abulia de unos muchos. Un mundo viejo y otro nuevo –aunque, como dije, uno no sabe cuál es cuál- conviven sin que hasta la fecha hayan encontrado plenamente el modo de acoplarse. La música de Jethro Tull, como la de King Crimson, la de Morrison o la de Zappa nos habla de una época en la que el olor a “costo” inundaba los tugurios, de un momento en que, de golpe, nos llegó todo lo que nos había sido prohibido durante los años de oscuridad y tuvimos que digerir rápido, a toda velocidad, fascinados, perdido el juicio. Algunos cayeron ante la avalancha, otros se alejaron, quedaron los resistentes, como si aquellos veintitantos –los que tiene Sergio y perdió su padre ha tiempo- fuesen eternos. Jethro Tull nos marcó a muchos, alucinábamos con su música, con el disco del periódico gastado de tanto ponerlo una y otra vez, pero Jethro Tull es el pasado, un pasado que se resiste a morir y que pervive en esa librería antigua dónde se dan la mano la amistad, el amor, el desamor y la literatura, los restos de una juventud tan generosa como ávida de peligros, con un orden nuevo que vive ajeno a sus habitantes, mientras fuera, al fondo un grupo de jóvenes ensimismados se mueven a ritmo de rap, botellón y no hay futuro. El pasado, con sus cicatrices, también está en Nora, y en Sergio, hablando siempre de un padre vital al que todos admiran… y de ese disco de la noche, callando a su madre, pero también el futuro, que nace al calor del amor y de las historias que inventamos al vivir –para vivir- y al escribir, mundos paralelos, abiertos que permiten soñar en tiempos aviesos, en todo tiempo. El humo, siempre el humo del tabaco, el humo del cine en blanco y negro, el humo que consume y nos consume, la melancolía: Todo aquí es melancolía dice uno de los personajes a Nora, tal vez la melancolía, como decían los griegos, como una de las formas más puras de felicidad.

 

De modo magistral, Justo Sotelo nos acerca a un debate de plena actualidad: Ventajas e inconvenientes de las nuevas tecnologías, un debate que surge desde los anaqueles de una vieja librería de libros viejos. Y acierta en su tesis, la novela, la poesía, el teatro, el cine –que necesita más recursos- subsistirán en cualquier soporte, al igual que el amor, la amistad y la generosidad, siempre que haya personas que tengan algo que contar y quieran contarlo, o sea mientras exista el ser humano. Y acierta porque el soporte electrónico nunca matará a la novela, como tampoco lo haría que volviésemos a la vieja tradición literaria oral o a los incunables. La novela es inmortal. Sin embargo, las nuevas tecnologías de la información -internet, las redes sociales, los blogs- son un recién nacido, un niño en pañales que si bien han abierto fantásticas puertas al conocimiento, todavía no nos permite saber hasta dónde llegará ni cuál será la determinación de los poderes sobre su futuro tal vez no tan imparable. Internet, como he dicho, es un instrumento de conocimiento y comunicación maravilloso, pero también de vulgarización, porque nos convierte a todos en periodistas, poetas, novelistas, analistas, pudiendo provocar que la multitud de referencias nos hagan perder los verdaderos referentes, que esa facilidad para comunicarnos en el acto, nos suma en la más absoluta de las soledades, que quienes manejan el mundo las utilicen –como están haciendo- para destruir millones de puestos de trabajo y jugar con los derechos del hombre como se juega con un pelele. Es cierto que toda la librería de Sergio cabría hoy en un aparato menor que un libro de bolsillo, que la de mi padre –tan querida por mí- podría tenerla metida en el bolsillo, sin embargo, pese a que el soporte no acabará con la literatura jamás, uno sigue prefiriendo ver los libros de papel encima de las mesas, en las baldas, en las mesillas de noche, tocarlos, respetarlos, regalarlos, olerlos.

 

Es imposible, tal como nos cuenta Justo Sotelo, Nora, Sergio, sus amigos y sus fantasmas, que la literatura, en cualquiera de sus formas, muera, ni siquiera salga ligeramente tocada de este nuevo mundo que nace, pero otra cosa es el hombre, ¿qué pasará con el hombre?... Es una pregunta de difícil respuesta en estos tiempos, pero como escribe y explica Justo, sea cual sea su mañana, siempre, incluso en los periodos más turbulentos, habrá alguien impelido a contar su vida o la de otros, a inventar su vida o la de otros. Justo Sotelo –su obra- es una prueba irrefutable de ello.

 

La soledad de Sergio escondida tras su capacidad de seducción devoradora y cruel, tras los pasos de su padre, tras su egoísmo y su generosidad; la soledad de Nora, condicionada por vivencias pasadas que reviven en dolores estrictamente femeninos, tras una vida académica sin sobresaltos, la soledad del montón de hombres buenos que atraviesan las páginas de esta gran novela, no lleva a la tristeza ni a la desesperación. Antes al contrario, los dos protagonistas principales, Nora y Sergio, encerrados cada uno en su mundo, terminan por descerrajar los cajones dónde esconden los pesares, y de sus soledades nacen vidas nuevas, demostrando, con la ayuda de los libros, que cuando una persona pierde un brazo, puede volver a recuperarlo, como hacen las estrellas de mar, las lagartijas o la Hidra de Lerna. Amor a los libros, amor a la vida, amor a los derrotados, a los solitarios, a la amistad, a la rebeldía, al amor, al ser humano con mayúsculas y a su capacidad de resistencia, de creación, de inventarse y de inventar, de esconderse y reaparecer para reconocerse tal como es, son los ingredientes de esta estupenda novela que nos regala Justo Sotelo sin pedir nada a cambio.

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