Porque no hay en estas páginas
sombra de profecía o pronóstico: el personaje poético de El diluvio describe la lluvia, busca
habitar en ella. Pues sabe que no cesa/
la lluvia tras el frágil augurio. En este sentido, las palabras no
constituyen aquí un itinerario hacia la tierra prometida, sino una propuesta de
habitabilidad o un mínimo asidero para ella, como ella mismo expresa, la débil frecuencia de pertenecer a
algo.
Las tres partes que componen
el libro (El diluvio; Y ahora, la sed;
Alrededores) proponen una cartografía del dolor a partir de la sensación de
ansiedad y de ahogo. Aquí, como sugiere Raúl Quinto en el prólogo, la lluvia no
destruye y regenera, sino que es una constante donde encontramos en mitad del diluvio, la
sed.
Así, esa sed parece transitar
por carreteras secundarias, donde la soledad se radiografía en la aridez y
quietud del paisaje. Como en el poema, La
mujer que era:
El desierto clama invierno tras la
mirilla,
tu sombra planea tanto vértigo,
que
esta carretera
ya no soporta más peso.
Y en este trayecto conversa
tanto con clásicos como Keats, grandes escritores del siglo pasado como Valente
y Clarice Lispector, como con músicos recientes del panorama indie, como Elvis Perkins o
Fanfarlo.
Este segundo libro de la
autora está repleto de sugerencias, donde se yuxtaponen imágenes a modo de álbum
de viajes que va desenvolviendo las capas de nuestra educación sentimental. De
este modo, nos invita a la inmersión en Let’s submerge:
Fingir, dentro de cada
fotografía,
la ausencia de pisadas, esas que no
tienen
forma ni ruido ni dolor.
Utiliza un lenguaje narrativo,
con poca adjetivación, provocando expectación, intriga (de hecho, uno de los
poemas se llama Serie B), a modo de
cámara que se va deteniendo en los espacios más singulares de la escena,
practicando en algunos momentos el poema en prosa. Propuesta, de la que la
autora sale airosa, pues consigue organizar todo este escenario de impresiones
dejando en el lector una sensación de naturalidad.
Palabra medida, cuidadosamente
evocadora, a través de un verso ensamblado en un ritmo muy personal. Hay una
búsqueda angustiosa de cadencia, de armonía que presente los acontecimientos.
Ella lo expresa muy bien: Se quiebra el
doble fondo de cada respiración/ cuando la ausencia de métrica golpea el
sueño.
Un camino irradiado por la
imagen de la mujer que construye historias para sobrevivir a la opresión: Una suerte de Sherezade, que por miedo a
morir algún día no deja de enlazar palabras y refundar
historias.
En definitiva, un delicado
caleidoscopio del dolor que atraviesa la memoria del lector, no para herirlo,
sino para construir calidez a través del diálogo, del matiz inadvertido. La
palabra se hace periscopio, propuesta de oxígeno. Como en el final del poema, Anotaciones al margen:
Por eso, en la última noche de los
tiempos,
te subes al coche, mientras la brisa aleja
el sudor, y atropellas
el plazo que desmienten las
ciudades.
NOTAS
(1) Es autora del libro de
poemas, Autovía del Este (Córdoba,
2007), poemas suyos han sido recogidos en la antología Sais. Diecinueve poetas desde La Bella
Varsovia (Ed. La Bella Varsovia, 2010). Fue premio La Voz+Joven
2010.