¿Habría quien dijera de Vallejo, a su
muerte, lo que Pope de Newton? También los poetas dispersan las tinieblas y
crean la luz con la palabra. Espero que esto no sea una exageración. Creo que
con un alud de imaginación y originalidad, el peruano le torció definitivamente
el cuello al cisne modernista de muy engañoso plumaje para dar a luz la poesía
vanguardista y comprometida que causó escozor en la sociedad peruana de su
época, como habría de suceder en otros lares en donde surgió, incluso en
aquellos “más desarrollados”. Pienso en Archibald MacLeish, contemporáneo de
Vallejo, quien desde la capital del imperio postuló que la poesía y la
revolución política encuentran terreno común en un mundo cambiante: “Hay una muy
buena razón por la que la relación de la poesía con la revolución política
debiera interesar a nuestra generación. La poesía, para la mayoría, representa
la intensa vida personal del espíritu único. La revolución política representa
la intensa vida pública de una sociedad con la cual el espíritu único debe, pero
no debe, hacer su paz. La relación entre ambas contiene un conflicto que nuestra
generación entiende: el conflicto entre la vida personal de un hombre, y la vida
impersonal de muchos hombres.”
Vallejo comenzó a escribir muy joven y tuvo una vida literaria productiva de
sólo 22 años, pues murió a los 46. En su mundo los intelectuales se formaban en
la aurora, los hechos transcurrían de manera vertiginosa y quienes sentían el
llamado de la reflexión y de participar activamente en la vida social y
política, eran impelidos a crecer al ritmo de un mundo que parecía correr.
César comienza a publicar en 1916, en la convulsión de la Primera
Guerra Mundial, conflicto que involucró a muchos países y afectó en distinto
orden a casi la totalidad del planeta. Poco más tarde vivió la primera
revolución socialista del mundo, aquella que transformaría no sólo a la Rusia
zarista sino al mundo entero a lo largo del siglo XX, porque dio lugar a tesis
sociales, políticas y económicas que polarizaron al planeta: sus consecuencias
se resintieron independientemente del lado que se
estuviera.
Juan
Carlos Mariátegui describe a César Vallejo como el precursor de una nueva
conciencia y una nueva poética peruana
Una de las repercusiones más interesantes fue la aparición de propuestas
estéticas que latían al compás de movimientos sociales mundiales, regionales y
locales. No se trata de una explicación simple que asimile las formas literarias
a tal o cual ideología o al misterio del arte, sino de una gran complejidad
artística que acompañaba a un mundo complejo.
Al analizar la producción literaria latinoamericana de esa época, José Carlos
Mariátegui distinguía tres periodos: uno colonial, otro cosmopolita y otro
nacional. El primero era el que se explicaba por la supeditación social y
política que significó la Colonia; en el segundo se podían percibir elementos
provenientes de la producción literaria de otros países y el tercero es en el
que se logra un lenguaje propio. Varios escritores, entre la tercera y la quinta
década del siglo XX lograron ese lenguaje que fue conformando una copiosa
producción latinoamericana, como podemos ver, por mencionar sólo a tres, en
Vicente Huidobro, Pablo Neruda y Octavio Paz. La narrativa también fue una veta
sumamente pródiga.
Mariátegui no era sólo un acucioso teórico social sino también un excelente
analista literario. Las páginas de la revista Amauta, que fundó en
1926, fueron visitadas por las plumas más creativas de la época. Borges, Martí,
Unamuno, André Bretón y muchos más publicaron en Amauta. Por supuesto,
también César Vallejo, quien gozaba de la admiración de Mariátegui. En Siete
ensayos sobre la realidad peruana, uno de los textos clásicos de la teoría
latinoamericanista, Mariátegui incluye a César Vallejo en el apartado sobre
literatura, donde lo describe como el precursor de una nueva conciencia y una
nueva poética peruana.
No estaba equivocado Mariátegui. Sin embargo, la transición entre los tres
periodos que visualizó en las letras peruanas, esquema aplicable en realidad a
prácticamente toda la literatura latinoamericana, significa rupturas,
representaba dejar atrás tradiciones. Estas novedades están acompañadas a menudo
de incomprensión. Quizá fue por ello que César Vallejo sintió pequeño el patio
literario en el que se movía en Perú y fue el impulso que lo llevó a buscar
nuevos aires literarios a Europa, donde encontró el ambiente creativo que
buscaba… y también la intolerancia política.
La
obra se César Vallejo no está en el preciosismo apolítico, sino que nos ofrece
una sustancia telúrica
Los heraldos negros fue el primer poemario que publicó Vallejo, en
1919, cuando aún vivía en Perú. La fuerza expresiva de estos poemas los ha
mantenido a salvo del paso del tiempo. Puedo decir que el poema introductorio,
que lleva el mismo nombre del libro, es quizá uno de los más lúcidos,
inteligentes y desafiantes que se hayan escrito. Una ayuda de memoria para los
poco aficionados a la poesía:
Hay golpes en la vida tan fuertes… ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de
Dios; como si ante ellos
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el
alma…¡Yo no sé!
Son pocos, pero son… Abren zanjas oscuras
en el rostro más
fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros
atilas
O los heraldos negros que nos manda la Muerte.
La obra se Vallejo, pues, no está en el preciosismo apolítico, sino que nos
ofrece una sustancia telúrica, pero, y ahí encuentro una paradoja hechicera,
pues como dice mi amigo, el perdido en los Alpes, “[…] hay otra clave,
que es la diferencia fundamental entre la poesía (y la literatura) del
mundo anglo-euro con la del mundo latinoamericano. Dice [MacLeish] y en
tiempo futuro, que para los poetas ‘American as well as English ... the time is
near’. Pero a esa altura del partido unas cuantas decenas de poetas ya habían
dado la vida en América Latina por causas políticas; y ni hablar de las centenas
de políticos que en algún momento de su vida incursionaron por la poesía. Pero
digo mal; en Nuestra América no hay políticos por un lado y poetas por otro. Es
todo una ensalada maravillosa de luces y sombras que a mí me presentan un poeta
más humano que el purista de academia o biblioteca. Lo que para MacLeish fue una
posibilidad de generaciones futuras, para gente como César Vallejo fue un rito
de pasaje tan natural como hacer el amor en un cementerio. La mezcla
de periodistas, poetas, políticos todavía aterra y fascina en algunos
antros académicos euro-yanquis”.
Yo a mi vez cito otro fragmento del estadounidense: “La verdadera maravilla
no es aquella que los diletantes literarios dicen sentir: la de que la poesía
deba ocuparse tanto de un mundo público que tan poco le concierne. La verdadera
maravilla es que la poesía se ocupe tan poco de un mundo público que le
concierne tanto”.
La lectura de la obra de Vallejo y de muchos otros escritores
latinoamericanos que contribuyeron a darle brillo a las letras de nuestro
continente hoy es sólo material para quienes tienen interés específico en la
poesía o en la literatura. Entre las limitaciones de los programas de estudio
-por ejemplo del bachillerato, que intentan abarcar una gran cantidad de
contenidos para que los estudiantes aprueben los exámenes de evaluación-
nuestros jóvenes han perdido la oportunidad de conocer a poetas que nos han dado
sentido de pertenencia y momentos luminosos de la experiencia poética.
Recuperemos, pues, a César Vallejo.