Con él se comenzó a habitar el mundo de otro modo. Más allá de habitarlo
poéticamente, de eco hölderliniano, el mundo con Novalis se habita siempre sin
pertenecer a él. Mucho le debe la poesía a esa escuela alemana proveniente del
idealismo fichteano y schellingniano que se trasciende a sí misma. También la
nuestra, la española, a veces poco reconocedora de deudas. Ese negacionismo es
el que ha llevado a no comprender a Bécquer de la manera merecida, por ejemplo.
Novalis y él conocieron los himnos de la noche más profunda.
La
editorial
Linteo, a manos
del traductor Antonio Pau,
muy acertadamente ha publicado una parte
eclipsada de la obra poética del poeta de Wiederstedt: sus
Poemas
tardíos. Confieso que me gusta el título. Lo tardío es aquello que parece
llegar tarde, no sin cierta lentitud. De ese mismo origen procede la palabra
catalana “tardor”: otoño en castellano, pero que proviene de esa misma
tardatio, de la lentitud. Mucho del otoño hay en esta obra, mucho de esa
“primavera del invierno”, que decían los antiguos.
Antonio Pau divide el
libro en las secciones que nos irán conduciendo por el corpus de esas últimas
palabras de
Novalis: “Poemas de
Freiberg”, “Poemas del regreso” y “Poemas de la novela
Heinrich von
Ofterdingen”. Y con esa lentitud otoñal a la que hacía referencia al
comienzo de estas palabras se inicia el camino de regreso del
extranjero.
No le pongamos nombre al
extraño. Lo marcaremos en cursiva para
exiliarlo, también, del mar de letras uniformes. Una cosa persiguió Novalis en
su corta vida: regresar al
alma como a una patria antigua. Por ese mismo
regreso al origen,
Carles Riba
inició el suyo con sus hermosas
Elegías de
Bierville. Quien haya sido extranjero de sí mismo sabrá de lo
que hablan estos versos. Pero no me refiero a una falta de reconocimiento del
mundo, sino a la tristeza ontológica de haber sido lanzado a él y tener que
reparar el alma de un daño original. Vivir, para el hombre, consiste en vagar y
ser preso de una continua nostalgia devastadora e invisible (1). Escribe Novalis
en su poema “El extranjero”:
Cansado estás y frío, oh extranjero, y
no pareces
adaptado a este cielo. Vientos más calientes
soplan que en tu
patria, y más libre
en otro tiempo se alzaba el pecho joven.
El
extranjero se ha presentado en una tierra que no conoce, pero añora otra tierra:
aquella de la que fue arrebatado, la vida que pertenecía a lo sagrado. La
trascendencia cristiana de Novalis es continua y todo gira a su alrededor. “Se
ha hundido / aquella tierra celestial”, como se hundió, sin embargo, para
Parménides. Lo que está arriba es lo que está abajo. Esa indefinición hace más
dolorosa la búsqueda de ese centro perdido, que es, al fin y al cabo, su patria.
Para saber quién es, Novalis inicia la búsqueda del conocimiento délfico del
“Conócete a ti mismo”. Buscarse a sí mismo es algo que el hombre siempre ha
hecho “en las cimas y las simas del mundo”. Y la búsqueda no es algo sencillo.
Buscar aquello que constantemente huye es una tarea dolorosa. El poeta, pues, se
elude a sí mismo, pasea por sus propios contornos, evoca sus huellas, presencia
su visión fantasmal.
Pero este camino arduo en el que siempre se es
extranjero –como Odiseo- carece de sentido si no existiera un motor invisible
que sustente el paso y haga el camino. En este caso es el amor quien estructura
el mundo para hacerlo transitable. En este punto tiene una importancia
trascendental la muerte de su joven enamorada Sofía von Kühn. El hecho de vivir
su desaparición produce en Novalis una necesidad de reconstrucción del mundo que
ha quedado devastado. El poeta alemán representa un amor místico –todo en él
procede de ese secreto- que se supera a sí mismo, más allá de la imagen del ser
amado. Más allá de Sofía. Más allá de él mismo:
Por el amor consigo
comprender el mundo,
por él me encuentro a mí mismo y me torno en
amante. Comprender: he aquí el verbo continuo de Novalis.
Comprender, pero por otro lugar que no es la mente, desde su idealismo
trascendental. Comprender por el alma, esa parte de sí mismo que pertenece a lo
sagrado. Y no olvidemos que Novalis re-crea una nueva manera de percepción del
mundo. Escribió en sus
Gérmenes o fragmentos:
Nuestro pensar
fue hasta el día meramente mecánico, discursivo, atomístico o intuitivo tan
sólo, dinámico. Acaso ha llegado ahora la época de la unión. Pensar es un
movimiento muscular. No sólo la facultad de reflexión funda la teoría. Pensar,
sentir y contemplar hacen una sola cosa (2).
Es su manera de
plantear el pensamiento poético, sabiendo que el hombre –el poeta, más
concretamente- es un ente indiferenciado que participa de ese absoluto tan
ansiado. Pero no deja de provocar cierta melancolía que esa participación de lo
sagrado no sea un completo encuentro. Es como si el hombre apenas pudiera
encontrarse a sí mismo a través de un reflejo. Y es que la verdadera realidad
del hombre está oculta, siempre, como muy bien expuso
María
Zambrano en
El hombre y lo divino. El hombre contiene en ese
espejo el mundo, sabiendo que todo eso que ve es en sí el mundo. Cruzar el
espejo no puede hacerse sin trascenderse. El reflejo es una interpretación del
mundo. Ese es el exilio terrible. Quien lo presencia es un extraño de sí mismo.
Escribe Novalis en uso de sus dísticos:
Uno al fin lo logró. Alzó el
velo de la diosa de Saïs. ¿Y qué vio? Vio –maravilla de las maravillas-. Se vio
a sí mismo.
Pero ese espejo también esconde cierta evocación
dionisíaca. Con un espejo se consumó el engaño de los Titanes a Dionisos y no
son pocas las referencias que encontramos en Novalis del ebrio dios:
Hacia dónde me llevas,
plenitud del corazón,
dios de la
ebriedad,
qué bosques, qué abismos
atravieso con extraño coraje.
[…]
Como la ardiente sonámbula,
la joven Bacante
en el Hebro se asombra
ante la nieve tracia
y la tierra salvaje de Rodope,
así me resultan
extraños y ajenos
las aguas de los ríos,
el bosque solitario.
La Naturaleza divinizada –motivo tan unido al idealismo trascendental de
Schelling-
en la que la voz poética se pierde no deja de reclamar algo claro: su
pertenencia a ella. De este modo, el hombre se diviniza y capta lo real para
acercarse a esa “raíz oscura” zambraniana que es lo sagrado. De ahí nacen los
dioses, que es su Dios cristiano, en Novalis. Y de esta misma forma pasa el
poeta alemán del mito a su logos poético.
Hemos llegado a un punto en el
que se nos ha presentado la poesía. A ella buscó incesantemente en forma de flor
azul en su novela
Heinrich von Ofterdingen. Y buscar la poesía es buscar
a la amada, a la Naturaleza, el origen. El poema posee una “pálida apariencia”.
En realidad, es de la poesía que hemos estado hablando hasta ahora. Es decir,
Novalis se busca, cuando en realidad está buscando la propia poesía que posee
esa capacidad de re-originar. Se busca la poesía, pero es algo inaprensible, una
presencia fantasmal. Los fantasmas poseen la forma del cuerpo del que son imagen
aérea. Los fantasmas son recuerdo de algo que ya no está. Y la poesía siempre se
presenta llena de velos que la cubren, como en el poema de Juan Ramón Jiménez.
Despojarse de esos velos conlleva un alto precio: su fuga, la evanescencia de
ese fantasma:
Velos como nubes descendían
de su frente luminosa
hasta los pies.
Caímos de rodillas para saludarla,
rompimos a llorar, y
ya no estaba. La poesía es, pues, una apoteosis en su sentido más
etimológico. Es la revelación del dios que yace oculto tras ella. Y en todas
partes puede haber una huella de esa poesía. El propio mundo no se encuentra
lejos de esas letras que configuran el poema. O incluso al revés: a través de
las letras se teje lentamente –tardíamente- el cosmos, como hacía Perséfone. Y
esto lo heredó años más tarde Mallarmé. Por eso dije que mucho le debe la poesía
a Novalis. A través de esa creación se concibe el mundo, se re-crea. Pero el
poeta que teje a golpe de escritura, a la vez está cifrando. Y es en ese juego
de ocultación –de blancos para Mallarmé- donde comienza la huida de la poesía y
la del propio poeta. El poeta cifra para intentar descifrar y reintegrarse en un
mundo puro que de nuevo nace:
Cuando cifras y figuras dejen de ser
las claves de toda criatura,
cuando aquellos que al cantar o besarse
sepan más que los sabios más profundos,
cuando vuelva al mundo la
libertad de nuevo,
vuelva el mundo a ser mundo otra vez,
cuando al fin
las luces y las sombras se fundan
y juntas se conviertan en claridad
perfecta,
cuando en versos y en cuentos
estén los verdaderos relatos de
mundo,
entonces una sola palabra secreta
desterrará las discordancias de
la tierra entera. Concluyo, pues, con este poema, quizás para
volver al origen. Acaba de marcharse la palabra secreta, de nuevo.
Marta López
Vilar, Madrid, 29 de febrero de 2012
NOTAS:
(1) El mismo Antonio Pau titula a uno de sus
libros: Novalis: la nostalgia de lo invisible, Madrid, Trotta, 2010.
(2) Novalis, Gérmenes o Fragmentos, Sevilla, Renacimiento, 2006,
página. 38.