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Germán San Nicasio: <i>Diario de un escritor delgado</i> (Eutelequia, 2011)

Germán San Nicasio: Diario de un escritor delgado (Eutelequia, 2011)

    AUTOR
Germán San Nicasio Ramos

    LUGAR Y FECHA DE NACIMIENTO
España (1978)

    BREVE CURRICULUM
Mientras abandonaba, retomaba y volvía a abandonar sus estudios de arquitectura, realizó numerosas exposiciones de pintura. Es autor de las novelas Verde pañuelo (Espasa, 2003, Premio Fundación Joselito), Mejor guión adaptado (Almuzara, 2006) y La cárcel de Jackson Pollock (Eutelequia, 2010)

    DATOS DEL LIBRO
ISBN: 978-84-938256-7-6. Madrid, 2011. 327 páginas. 20.40 €




Creación/Creación
Germán San Nicasio: Diario de un escritor delgado
Por Germán San Nicasio, jueves, 1 de marzo de 2012
Diario de un escritor delgado, de Germán San Nicasio, es la historia de un hombre ingenuo y primitivo que unos días contempla la vida desde el optimismo más beligerante y otros desde el más profundo desaliento. Sobre unas cosas parece tener las ideas muy claras, sobre otras no tanto, pero su peculiar sentido de la realidad siempre le está empujando a dejar testimonio de todo. Cualquier incidente cotidiano, por insignificante que pueda parecer, le sirve como excusa para ejercitar el lenguaje achulado y en ocasiones barriobajero que le caracteriza, y mientras se cuenta a sí mismo sus andanzas y chismes íntimos, aprovecha para hacer una crítica, a pequeña escala, del mundo mediocre y ruin que le rodea, disparando en todas direcciones sin pensar en las consecuencias. De modo que al final, entre introspección y autoexamen, nuestro escritor delgado consigue enhebrar sus anotaciones para que el anecdotario del día a día acabe cobrando forma de memoria imaginada.

Abril, lunes 27.

Ajedrez mañanero a pecho descubierto para empezar bien la semana. Tengo una teoría metafórica que quizá no venga muy a cuento ahora mismo ni aporte nada nuevo al devenir de la humanidad, pero creo que es pura filosofía y la voy a apuntar. En fin, supongo que me avergüenzo de la vida anodina que llevo y, en consecuencia, me preocupa que este diario me pueda quedar también anodino, por eso intento cargarlo de ensayismo y trascendencia de bisutería. Resulta algo forzado, pero, pues eso. El caso es que, a mi modo de ver, el mundo es un gran tablero de ajedrez en el que todos los días se enfrentan dos bandos irreconciliables en una partida amañada de antemano. Esto quiero recalcarlo: la partida está amañada de antemano. Sigo. A un lado están los hombres, que son las fichas blancas, y al otro las mujeres, las fichas negras. En el bando de los hombres hay un rey que pinta más bien poco y no se sabe dónde está, y todos los demás son —somos— peones. No hay caballos ni alfiles ni nada más entre nosotros, sólo peones, un ejército de manejables peones blancos esforzándose por aprender el primer paso del baile, que prácticamente es el único paso que sabemos dar en toda la partida. Un peón, por definición, es alguien que utiliza su única neurona para dar un paso al frente aunque esté al borde mismo del precipicio. Y en el bando de las mujeres sólo hay reinas, todas con la lección muy bien aprendida y una capacidad de maniobra realmente admirable. De modo que cada mañana empieza una nueva partida con tantas reinas negras como peones blancos, y el caso es que una sola de ellas bastaría para acabar con todos nosotros. Porque: cómo va a poder un simple peón mirar de tú a tú a una reina. Además, ellas juegan sin rey, con lo cual es inútil intentarlo: no tienen punto débil. Por eso no es frecuente que un peón en horas bajas como soy yo, se lleve al huerto a toda una reina con alma de Carmen hollywoodiense como es Aurora, pero a veces no hace falta saber mucho de ajedrez para entender de Hollywood. Lo único que no hay que olvidar nunca es que cualquier movimiento sobre el tablero, por absurdo que parezca, siempre conduce a un jaque mate. Fin de la teoría. En realidad el ajedrez de la vida es más cuestión de suerte que de estrategias militares y, en fin, es una teoría aún por elaborar. Total, que viene Aurora a visitarme en vísperas de nuestro aniversario adúltero y echamos un par de partiditas con el nuevo disco de Vicente Amigo —muy amigo suyo, por cierto— sonando de fondo. Yo intento recurrir a mi talento de ginecólogo autodidacta, pero Aurora me gana las dos partidas con tanta facilidad que tengo que disculparme. «Es que llevo una temporada que duermo fatal, tía.» Lo cual, por otra parte, es verdad. Y además sigo con la espalda. El resto del día me dedico a terminar de corregir la novela sentado en el suelo del salón. Ahora sólo falta pasar al ordenador las correcciones.


Abril, martes 28.

Duermo mal. Me levanto con los ojos hinchadísimos y el grano de la nariz enfadado. Había decidido no escribir más sobre él, pero es que ahí sigue, el cabrón. Enciendo el ordenador y voy pasando las correcciones de la novela. Me lleva toda la mañana. A falta de una última lectura antes de imprimir, se me ha quedado en 118 folios. Ahora tiene menos de poema en prosa y más de novela al uso, pero me parece que ha salido ganando. El arranque es mucho más ágil y tiene más gancho, que era el principal problema que le veía. Con toda la carga lírica que le he quitado creo que me va a dar para apañar un librito de poemas que ya estoy pensando enviar a algún concurso. A lo mejor debería hacer lo mismo con la novela, no sé, antes de guardarla definitivamente en el cajón. O quizá debería volver a enviársela a Pimentel. Por la tarde vuelvo a quedar con Aurora, en su piso de la Calle Castelló, y echamos una partida rápida que igual no pasará a la historia pero al menos me resarce del fracaso de ayer. Tengo que decir que yo aprendí a jugar al ajedrez leyendo al ajedrecista pánico Fernando Arrabal —La torre herida por el rayo—, y eso explica mi estilo peculiar de acariciar las piezas. Una mezcla de estrategia atlética y misticismo salvaje. Agarro el peón de rey sin pensármelo (1. e2-e4…) y Aurora responde (1. …e7-e5). Empalmamos una sucesión de movimientos rápidos (2. Cg1-f3, Cb8-c6) como dos boxeadores que ya se conocen sus puntos flacos (3. Af1-b5, Cg8-f6; 4. 0-0, d7-d6) y se saltan los tan teos preliminares para intercambiar unos golpes directos en el centro del ring (5. d2-d4, Cf6xe4; 6. d4-d5, a7-a6). No es bueno que un hombre pelee solo (© David Torres: El gran silencio. Ediciones Des tino, 2003). Estas posiciones improvisadas al calor del instinto siempre resultan más eficaces que estéticas, pero de momento es mi alfil el que tiene la sartén por el mango (7. Ab5-d3…). Aurora intenta imponer su galope, pero al retroceder uno de sus caballos (7. …Ce4-f6) el otro queda a merced de mi peón de dama y yo, claro, le muerdo un muslo (8. d5xc6…). Ella no se rinde, es una ajedrecista temperamental (8. …e5-e4), pero muy mal se me tienen que dar ya las cosas (9. Tf1-e1, d6-d5) para no rematar la partida como se merece. Así que, con el pundonor que me caracteriza (10. Ad3-e2, e4xf3; 11. c6xb7, Ac1xb7) completo un buen mate (12. Ae2-b5++). Entre tanto, casualidades de la vida, el taurino pánico Fernando Arrabal le lanza sus gafitas de profeta lascivo al torero Morante de la Puebla en plena vuelta al ruedo triunfal en la Maestranza de Sevilla. Antes a los toreros les lanzaban lencería fina y botas de vino. Ya nada es lo que era.


Abril, miércoles 29.

Nueva pesadilla con la actriz Scarlett Johansson. Y de nuevo se trata de una Scarlett Johansson atiborrada de bollos, con su sonrisilla de anuncio de compresas y esos mofletes característicos del que no ha leído un libro en su puñetera vida. Es como si de un día para otro me hubiera nacido una extraña obsesión por las gordas en el subconsciente. De repente las gordas me dan pánico. Gilipollez monumental. En fin, en esta ocasión apenas pasa nada en el sueño. Es un sueño más de atmósfera, por así decirlo, que de entramado narrativo: todo se reduce a un breve encuentro en el rellano de mi escalera. Lo primero que veo es su culo. Yo salgo de mi piso y ella está intentando sacar una caja del as censor. Es un culo gigantesco, enfundado en unos vaqueros negros de talla especial: las costuras amenazan con estallar de un momento a otro. Sé que es una mujer por las manoletinas fucsias de Agatha Ruiz de la Prada que calza, pero, en cualquier caso, es un culo que a primera vista echa para atrás. En fin, como parece que no es capaz de levantar la caja del suelo y yo llevo prisa, carraspeo para aclararme la voz y digo: «¿Te ayudo?» Entonces ella se gira para mirarme y la impresión que me causa es aterradora. Viendo semejante culazo yo esperaba una cara más bien repulsiva, no sé, sebosa, llena de granos, me dio bizca, algo así, incluso con pelusilla negra en las mejillas. De modo que cuando veo que es Scarlett Johansson me llevo un susto de muerte. Permanecemos mirándonos fijamente más de la mitad del sueño. No vendrá mal que dedique unas líneas a describir las facciones de su rostro. En primer lugar sus labios. Rojos como guindas y carnosos como los de un guerrero masai, especialmente el inferior. Uno necesitaría las fauces de un hipopótamo adulto para abarcar semejante volumen de carne. El labio superior, por su parte, es el que otorga expresión a la boca: no sé por qué, pero su manera de fruncirlo, dejando ver unos incisivos no demasiado blancos pero sí le ve mente separados, me produce verdadero pavor. Me doy cuenta de que es la primera vez en mi vida que me fijo en los labios de una mujer que a todas luces dobla mi peso. Luego su nariz: tiene las proporciones armoniosas de una escultura griega, respingona en su justa medida y en perfecta concordancia con sus mofletes. Una nariz digna del cirujano plástico más pinturero de Los Ángeles. Pero déjenme que haga hincapié en sus ojos. Los de la auténtica Scarlett Johansson creo que son azules; los de la Scarlett Johansson de mi sueño son negros. Enormes. Con una vivacidad animal que permite adivinar en seguida su talante zampabollos y demoníaco. En torno a ellos comienzan a aglomerarse las primeras arruguillas, y quizá por ese motivo se maquilla de un modo tan poco discreto y, en mi opinión, innecesario; porque sus pupilas, profundas y brillantes, la longitud de sus pestañas y las cejas a lo Frida Kahlo forman un conjunto más que suficiente para dar a su mirada una expresión verdaderamente perversa. De todos modos el maquillaje también con tribuye a esta pesadilla de obesidad mórbida. Por lo demás, aparte de los vaqueros negros y las manoletinas fucsias, lleva una camiseta de los Rolling Stones. El caso es que me ofrezco para echarle una mano con la caja. Scarlett Johansson se aparta y yo me agacho amablemente. Pero resulta que la caja pesa una barbaridad y yo tampoco puedo con ella. No sólo eso: de repente noto un pinchazo terrible en la espalda y no me puedo enderezar. Y ya está, ahí me despierto. No entiendo nada, pero lo que más me jode es que la espalda sí me duele de verdad. En fin, vuelvo a pasar la tarde con Aurora. Y van tres días seguidos. A lo mejor de ahí vienen mis problemas de espalda. Por la noche hablo con Marta por teléfono y quedamos para comer mañana.



Nota de la Redacción: agradecemos a Editorial Eutelequia en la persona de su directora, Clea Moreno Szypowska, la gentileza por permitir la publicación del extracto del libro de Germán San Nicasio, Diario de un escritor delgado (Eutelequia, 2011), en Ojos de Papel.
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