El músico ciego nos descubre la capacidad camaleónica de un Vladímir
Korolenko (1853-1921), convertido ahora en romántico de manual (las atmósferas,
el tormento interior, la palidez del personaje principal, la exaltación de la
naturaleza, el sentimiento nacional a través de las melodías locales, el gusto
por lo popular reflejado en unos jóvenes que examinan a los aldeanos desde un
interés antropológico…). Y es en sí un manual de sicología quien sabe si nacido
de la pura observación y la intuición (cabe señalar que la novela fue corregida
y ampliada como el mismo autor señala en la introducción). Un texto construido
con rigor en el que no caben las digresiones, (como sí ocurría en algunas
sesudas revistas de electrónica). Rigor que alcanza primero al entorno (la dulce
confortabilidad que proporciona la casa paterna, la de un hacendado bonachón y
tranquilo), que debe ser necesariamente sereno si uno quiere concentrarse en el
mundo interior del personaje nacido ciego. Tranquilidad y aislamiento para
abundar en los conflictos que va a provocar su condición en él y en los que lo
rodean (recordemos el espejo que lleva colgado Evgen Bavcar): desde el dolor
profundo y los vapores del sentimiento de culpa que abriga la madre; su interés
por preservarlo de los sufrimientos mundanos; su rivalidad encubierta con Yojim,
un peón de la granja cuya flauta embaucará a modo de Hamelin al niño ciego
Petrus o Piotr “apartándolo” de los brazos de la madre que lo parió; la senda
del cieguito consentido que el tío Maxim corregirá...
Tampoco deja de
ser una creación un tanto atípica, inquietante quizá por cuanto no catalogable
como novela al cien por cien: bajo una bóveda sobradamente “literaturosa” parece
que fluyera un estudio sobre la persona privada de ese sostén vital (ya que da
sentido a nuestra existencia por dotarla de sentido de la realidad), que es la
vista. Tanto es así que asistiremos a la “comparación” o a la “confrontación”
entre dos tipos de ciegos, los de nacimiento y los “sobrevenidos” o los que
vieron antes.
Otra característica que la hace
diferente es su textura narrativa: capítulos muy cortos carentes por completo de
diálogos
Otra característica que la hace
diferente es su textura narrativa: capítulos muy cortos carentes por completo de
diálogos. A modo del ciego medieval que narra romances, es la voz del narrador
la que oímos en todo momento, el lazarillo que cuenta a través de sus ojos, sin
dejar que el lector deduzca por el "oído" de las conversaciones. Si Korolenko
perseguía crear un efecto ceguera en el lector, lo consigue, porque este, no
pudiendo penetrar por sí mismo en la personalidad de los intervinientes a través
de lo que dicen, no pudiendo sacar sus propias conclusiones, sufre cierta
sensación de aislamiento, de molesta dependencia de alguien que cuenta y cuenta;
una impotencia parecida a lo que experimenta el músico ciego cuando sueña y no
puede recordar.
En cuanto a la voz de mirada levemente omnisciente, no
extrañamos al Korolenko profundamente compasivo que quiere y cuida a sus hijos
de tinta, bien alejándolos de las circunstancias dolorosas (el padre más allá de
su carácter apacible parece desentendido de su hijo), bien rodeándolos de
comodidades (la vida regalada de nuestro músico ciego), bien evitando citar las
dolencias más allá de lo estrictamente necesario (penalidades del campanero
ciego de nacimiento, al que el músico ciego conoce durante una excursión a un
templo).
A grandes zancadas la vida de nuestro personaje discurre desde
su nacimiento hasta que él mismo llega a padre, circunstancia que lo libera de
sus terrores más profundos: el hijo no hereda la ceguera. Pero antes un suceso,
un hito en la vida del Petrus que va a salir de los estrechos límites de su
mundo y que quizá pueda parecernos extraño si nos atenemos a principios de
máxima comodidad y mínimo esfuerzo, puesto que supone el abandono de su vida
segura y regalada. Un suceso de perfil bajo, nada trágico, ni un punto de giro
rocambolesco, ni un as narrativo que el autor llevara guardado bajo la manga, de
eso puede olvidarse. Y si antes no he traído a colación ningún literal de la
novela para explicarme sobre los aspectos de la obra, ahora tampoco lo voy a
hacer. A partir otra vez de Evgen Bavcar, el fotógrafo ciego y de carne y hueso,
tendrá que entender la gran capacidad de deductiva, el conocimiento profundo del
mundo interior de una persona ciega que luce Korolenko. Dice Bavcar en una
entrevista: “Lo importante es la necesidad de las imágenes, no cómo son
producidas. Esto significa simplemente que cuando imaginamos cosas, existimos:
no puedo pertenecer a este mundo si no puedo decir que lo imagino a mi propia
manera. La imagen no es necesariamente algo visual: cuando un ciego dice que
imagina, significa con ello que él también tiene una representación interna de
realidades externas, que su cuerpo también media entre él y el mundo". Piotr o
Petrus, necesita palpar el mundo, y eso es lo que hace, una especie de looping
antes de volver a su existencia anterior.
Y si empezaba esta reseña
hablando de ultrasonidos e infrasonidos, no me resisto a terminar sin otra
digresión a propósito de estos últimos, que he conocido en estos días. Se trata
de la llamada “nota marrón”: si a uno le apuntan con un transductor infrasónico
que emite en la banda de entre los 5 Hz y los 16 Hz, los esfínteres entran en
resonancia a esa frecuencia, y uno se va de bareta. Es para
cagarse.