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Vladímir Korolenko: <i>El músico ciego</i> (Barataria, 2011)

Vladímir Korolenko: El músico ciego (Barataria, 2011)

    TÍTULO
El músico ciego

    AUTOR
Vladímir Korolenko

    EDITORIAL
Barataria

    TRADUCCCION
Luis Abollado Vargas

    FICHA TÉCNICA
ISBN: 9788495764768. Barcelona, 2011. 222 páginas. 18,00 €



Vladímir Korolenko (1853-1921)

Vladímir Korolenko (1853-1921)


Reseñas de libros/Ficción
Vladímir Korolenko: El músico ciego (Barataria, 2011)
Por José Cruz Cabrerizo, jueves, 1 de marzo de 2012
Nunca hay que confiar en el ojo ajeno, sino solamente en el propio, aun si bizquea (Proverbio ruso)

Las digresiones nunca fueron algo común en las revistas especializadas en electrónica. Por eso aún recuerdo la que encontré hace años en una de ellas. El artículo de divulgación se titulaba “Los ultrasonidos y los infrasonidos: los sonidos silenciosos”, y en la introducción se decía que mientras los ciegos son objeto de atenciones y cuidados por parte incluso de personas ajenas (ayudar a un ciego a cruzar una avenida transitada siempre ha sido un imperativo moral que colmaba nuestras ansias de recaudadores del Domund), con los pobres sordos nos cabreamos porque hay que repetirles las cosas y por eso sufren rechazo social. A pesar de que las revistas de electrónica no están para hacer sociología de dominical, y de que los ciegos siempre han estado bien mirados (que nadie vea en esta expresión un chiste fácil), el fotógrafo ciego Evgen Bavcar (Lokavec, Eslovenia, 1946), lleva colgado un espejo para que su interlocutor no se incomode por hablar con un invidente.
El músico ciego nos descubre la capacidad camaleónica de un Vladímir Korolenko (1853-1921), convertido ahora en romántico de manual (las atmósferas, el tormento interior, la palidez del personaje principal, la exaltación de la naturaleza, el sentimiento nacional a través de las melodías locales, el gusto por lo popular reflejado en unos jóvenes que examinan a los aldeanos desde un interés antropológico…). Y es en sí un manual de sicología quien sabe si nacido de la pura observación y la intuición (cabe señalar que la novela fue corregida y ampliada como el mismo autor señala en la introducción). Un texto construido con rigor en el que no caben las digresiones, (como sí ocurría en algunas sesudas revistas de electrónica). Rigor que alcanza primero al entorno (la dulce confortabilidad que proporciona la casa paterna, la de un hacendado bonachón y tranquilo), que debe ser necesariamente sereno si uno quiere concentrarse en el mundo interior del personaje nacido ciego. Tranquilidad y aislamiento para abundar en los conflictos que va a provocar su condición en él y en los que lo rodean (recordemos el espejo que lleva colgado Evgen Bavcar): desde el dolor profundo y los vapores del sentimiento de culpa que abriga la madre; su interés por preservarlo de los sufrimientos mundanos; su rivalidad encubierta con Yojim, un peón de la granja cuya flauta embaucará a modo de Hamelin al niño ciego Petrus o Piotr “apartándolo” de los brazos de la madre que lo parió; la senda del cieguito consentido que el tío Maxim corregirá...

Tampoco deja de ser una creación un tanto atípica, inquietante quizá por cuanto no catalogable como novela al cien por cien: bajo una bóveda sobradamente “literaturosa” parece que fluyera un estudio sobre la persona privada de ese sostén vital (ya que da sentido a nuestra existencia por dotarla de sentido de la realidad), que es la vista. Tanto es así que asistiremos a la “comparación” o a la “confrontación” entre dos tipos de ciegos, los de nacimiento y los “sobrevenidos” o los que vieron antes.

Otra característica que la hace diferente es su textura narrativa: capítulos muy cortos carentes por completo de diálogos

Otra característica que la hace diferente es su textura narrativa: capítulos muy cortos carentes por completo de diálogos. A modo del ciego medieval que narra romances, es la voz del narrador la que oímos en todo momento, el lazarillo que cuenta a través de sus ojos, sin dejar que el lector deduzca por el "oído" de las conversaciones. Si Korolenko perseguía crear un efecto ceguera en el lector, lo consigue, porque este, no pudiendo penetrar por sí mismo en la personalidad de los intervinientes a través de lo que dicen, no pudiendo sacar sus propias conclusiones, sufre cierta sensación de aislamiento, de molesta dependencia de alguien que cuenta y cuenta; una impotencia parecida a lo que experimenta el músico ciego cuando sueña y no puede recordar.
En cuanto a la voz de mirada levemente omnisciente, no extrañamos al Korolenko profundamente compasivo que quiere y cuida a sus hijos de tinta, bien alejándolos de las circunstancias dolorosas (el padre más allá de su carácter apacible parece desentendido de su hijo), bien rodeándolos de comodidades (la vida regalada de nuestro músico ciego), bien evitando citar las dolencias más allá de lo estrictamente necesario (penalidades del campanero ciego de nacimiento, al que el músico ciego conoce durante una excursión a un templo).

A grandes zancadas la vida de nuestro personaje discurre desde su nacimiento hasta que él mismo llega a padre, circunstancia que lo libera de sus terrores más profundos: el hijo no hereda la ceguera. Pero antes un suceso, un hito en la vida del Petrus que va a salir de los estrechos límites de su mundo y que quizá pueda parecernos extraño si nos atenemos a principios de máxima comodidad y mínimo esfuerzo, puesto que supone el abandono de su vida segura y regalada. Un suceso de perfil bajo, nada trágico, ni un punto de giro rocambolesco, ni un as narrativo que el autor llevara guardado bajo la manga, de eso puede olvidarse. Y si antes no he traído a colación ningún literal de la novela para explicarme sobre los aspectos de la obra, ahora tampoco lo voy a hacer. A partir otra vez de Evgen Bavcar, el fotógrafo ciego y de carne y hueso, tendrá que entender la gran capacidad de deductiva, el conocimiento profundo del mundo interior de una persona ciega que luce Korolenko. Dice Bavcar en una entrevista: “Lo importante es la necesidad de las imágenes, no cómo son producidas. Esto significa simplemente que cuando imaginamos cosas, existimos: no puedo pertenecer a este mundo si no puedo decir que lo imagino a mi propia manera. La imagen no es necesariamente algo visual: cuando un ciego dice que imagina, significa con ello que él también tiene una representación interna de realidades externas, que su cuerpo también media entre él y el mundo". Piotr o Petrus, necesita palpar el mundo, y eso es lo que hace, una especie de looping antes de volver a su existencia anterior.

Y si empezaba esta reseña hablando de ultrasonidos e infrasonidos, no me resisto a terminar sin otra digresión a propósito de estos últimos, que he conocido en estos días. Se trata de la llamada “nota marrón”: si a uno le apuntan con un transductor infrasónico que emite en la banda de entre los 5 Hz y los 16 Hz, los esfínteres entran en resonancia a esa frecuencia, y uno se va de bareta. Es para cagarse.
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