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Olive Schreiner, Sudáfrica 1855-1920 (foto procedente de www.milrazones.com)

Olive Schreiner, Sudáfrica 1855-1920 (foto procedente de www.milrazones.com)

    TÍTULO
Historia de una granja africana

    AUTORA
Olive Schreiner

    EDITORIAL
milrazones

    TRADUCCCION
Margarita Martín Díaz

    FICHA TÉCNICA
ISBN 978-84-938927-1-5. Santander, 2011. 336 páginas. 17 €




Creación/Creación
Olive Schreiner: Historia de una granja africana
Por Olive Schreiner, martes, 3 de enero de 2012
Historia de una granja africana es la primera novela sudafricana, publicada en la Inglaterra victoriana por una mujer que se ocultaba con el pseudónimo masculino de Ralph Iron. Constituyó un éxito importante que hizo famosa a su autora, Olive Schreiner, que se convirtió en uno de los personajes clave del feminismo de la época y publicó varios libros más, de pensamiento y de poesía, con éxito notable.
La novela supuso además la aparición pública de un modelo de mujer opuesto al admitido entonces, lo que la convirtió en pionera de un género nuevo, la ficción feminista. En particular ha tenido un papel importante en la concepción de la literatura de mujeres como Nadine Gordimer y Doris Lessing, pero sería injusto considerarla exclusivamente una novela feminista, o blasfema, como la calificó la Iglesia de Inglaterra. Es una novela en toda regla, con personajes que son reflejo fiel de los hombres y mujeres que habitaban entonces las granjas de la colonia británica, por un lado, y personajes extraños, llenos de sorpresas, por otro. Dura en ocasiones, muy divertida a ratos, sorprendente todo el tiempo.

Con estas credenciales sorprende que no haya sido traducida antes al español, pero lo cierto es que esta versión de Margarita Martín es una absoluta novedad en España, donde solo se ha publicado una obra suya, La mujer y el trabajo (Women and labour).

***


La víspera de la boda de tía Sannie, Gregory Rose estaba sentado al sol abrasador en el muro de piedra detrás de su casa de adobe y cañas. Hacía calor, pero él observaba atentamente una calesa conducida temerariamente por los cañizos en dirección a la granja. Gregory no se movió hasta que desapareció; entonces, notando las piedras calientes, bajó y se fue a la casa. Le dio una patada al cubo pequeño que estaba en el umbral y lo echó a un rincón; eso le hizo bien. Entonces se sentó en el cofre y empezó a cortar letras de un trozo de periódico. Se dio cuenta de que los recortes cubrían el suelo, los recogió y empezó a garabatear en el papel secante. Ensayó el efecto de diferentes iniciales ante el apellido Rose: G. Rose, E. Rose, L. Rose, L. L. L. L. Rose. Cuando cubrió toda la hoja, la miró por un momento a disgusto, y de pronto empezó a escribir una carta.

Querida hermana:

Hace mucho desde que te escribí la ultima vez, pero no he tenido tiempo. Esta es la primera mañana que estoy en casa desde hace no sé cuánto. Em siempre espera que vaya a la granja por la mañana; pero hoy me parece que no podría aguantar el recorrido.

Tengo muchas noticias para ti.

Tía Sannie, la madrastra de Em, se casa mañana. Hoy va a la ciudad y la fi esta de la boda va a ser en la granja de su hermano. Em y yo vamos a ir a caballo, pero su prima irá en la calesa con el alemán. Creo que no te he escrito desde que ella volvió de la escuela. No creo que te gustara en absoluto; hay algo tan orgulloso en ella… Cree que solo por ser hermosa no hay nadie bastante bueno para hablarle, y casi como si nadie hubiera ido a un pensionado más que ella.

Va a ser un gran acontecimiento lo de mañana; todos los bóers de la zona vendrán, y bailarán toda la noche; pero no creo que yo baile en absoluto porque, como dice la prima de Em, los bailes de estos bóers son algo vulgar. Seguro que al fi nal bailo solo para complacer a Em. No sé por qué le gusta bailar. Em habló de celebrar nuestra boda el mismo día que tía Sannie; pero yo le dije que sería más agradable para ella si aguardaba a que acabara el esquileo y yo la llevaba a conocerte.

Supongo que tendrá que vivir con nosotros (la prima de Em, digo) ya que no tiene en el mundo más que unas pobres cincuenta libras. No me gusta en absoluto, Jemima, y no creo que a ti te gustara. Tiene unas maneras tan extrañas; anda todo el tiempo conduciendo un carricoche con ese vulgar alemán; y yo no creo que eso sea lo que deba hacer una mujer: ir por ahí con un hombre con quien no está comprometida, ¿no crees? Si fuera conmigo ahora, desde luego, que soy casi un familiar, sería diferente. La forma de tratarme, considerando que voy a ser tan pronto su primo, no es agradable en absoluto. El otro día llevé mi álbum con tus retratos en él, le dije que podía mirarlo y se lo puse cerca; pero ella solo dijo: «Gracias», y ni siquiera lo tocó, como diciendo: «¿Qué son para mí tus familiares?».

Tiene los caballos más salvajes en ese carricoche y un horroroso perro malencarado que es del alemán sentado delante y entonces conduce sola. A mí no me parece que sea en absoluto apropiado para una mujer conducir sola; yo no lo permitiría si fuera mi hermana. La otra mañana, no sé cómo sucedió, yo iba por el camino por el que ella venía, y esa pequeña bestia (Doss, le llaman) empezó a ladrarme cuando me vio (siempre lo hace, el maldito enano) y los caballos empezaron a dar saltos y rompieron a patadas el salpicadero. ¡Fue un espectáculo verlo, Jemima! Ella tiene las manos más pequeñas que yo he visto jamás: yo podría sujetarlas con una sola mano y no darme cuenta de que tenía algo salvo por su suavidad; pero ella sujetó a los caballos como si estuvieran hechas de hierro. Cuando quise ayudarla, me dijo: «No, gracias; puedo manejarlos yo. Tengo un par de bocados que, si los uso bien, les romperían las quijadas». Y se rio y partió. Es tan antifemenino.

Dile a padre que el alquiler de la tierra no termina hasta dentro de seis meses y antes de eso Em y yo estaremos casados. Mi par de esas aves está criando, pero no he ido a verlas desde hace tres días. Parece que ya no me puedo interesar por nada. No sé qué es; no estoy bien. Si voy a la ciudad el sábado, haré que me vea el doctor; pero quizá vaya ella también. Es algo extraño, Jemima, pero jamás me encarga enviar sus cartas. Si le pregunto, no tiene ninguna, y al día siguiente va y las lleva ella misma al correo. No debes decir nada, Jemima, pero por dos veces le he traído cartas del correo con escritura de caballero, y estoy seguro de que ambas eran de la misma persona, porque me fijé en las mínimas marcas, incluso el apóstrofo de i’s. Desde luego no es asunto mío; pero a causa de Em, no puedo evitar sentir un interés en ella, por más que a mí mismo pueda disgustarme; y creo que no vale nada. Compadezco al hombre que se case con ella; por nada del mundo sería yo ese. Si yo tuviera una esposa con orgullo, haría que lo dejara, de golpe. No creo en un hombre que no pueda conseguir que una mujer le obedezca. Ahora, Em…, le tengo mucho cariño, como sabes…, pero si le digo que se ponga un vestido, se pone ese vestido; si le digo que se siente en un asiento, en ese asiento se sienta; y si le digo que no le hable a cierto individuo, no le habla. Si un hombre deja que una mujer haga lo que a él no le gusta, es un monigote.

Dale mi cariño a madre y a los niños. El veld aquí tiene un aspecto muy bonito, y las ovejas están mejor desde que las bañamos. Dile a padre que el desinfectante que recomendó es muy bueno.

Em te envía su cariño. Me está haciendo unas camisas de lana, pero no me sientan tan bien como las que madre me hizo.

Escribe pronto a

                             tu amante hermano,

Gregory



P. S. Ella ha pasado por aquí ahora mismo; yo estaba sentado en el muro del kraal ante sus ojos y ni siquiera ha hecho un gesto.


G. N. R.




Nota de la Redacción:
este texto corresponde a un extracto de la novela de Olive Schreiner, Historia de una granja africana (milrazones, 2011). Queremos hacer constar nuestro agradecimiento a la Editorial milrazones en la persona de su editor, Jesús Ortiz, por la gentileza al facilitar la publicación en Ojos de Papel.
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