Por eso mismo no advirtió que más allá de las buenas intenciones, su
gobierno estaba frente a una disyuntiva: o desarticulaba instituciones del
Porfiriato o sería arrollado por ellas. Madero no sólo conservó el entramado
institucional de la dictadura sino también a sus jefes y operadores. Por eso en
la peor crisis militar de su gobierno confió la defensa de la capital y del
Palacio Nacional a Victoriano Huerta, un general del Ejército Federal, y no a
Felipe Ángeles, destacado profesor del Colegio Militar y uno de sus más leales
maderistas.
El mérito de Madero fue haber luchado por la democracia en
tiempos de la dictadura de Díaz, pero la verdadera revolución se iniciaría
después del golpe de Estado de Huerta y del asesinato del presidente y el
vicepresidente.
A raíz de las masacres de 1968 y
1971 y la guerra sucia de los años setenta, el régimen priista no cayó en la
tentación de involucionar hacia un Estado
policiaco
Madero estuvo lejos de ser un
agrarista. El artículo 6° del Plan de San Luis, que se refiere con tibieza a la
cuestión de la tierra, fue incluido sólo para sumar a los campesinos sin tierra
para la causa revolucionaria, pero Madero, cuya familia de hacendados era una de
las más ricas del país, nunca se propuso distribuir o restituirla tierra.
Emiliano Zapata, que apoyó la guerra civil maderista, se vuelve contra el
gobierno al que acusaba de haberlo engañado y traicionado.
Villa va
cambiando con el paso apresurado de los acontecimientos, y Carranza –un político
porfirista– adquiere toda su dimensión histórica con la defensa de la soberanía
nacional, primero, y con el respeto a la voluntad del Congreso Constituyente de
Querétaro, después.
Los constituyentes hicieron tres agregados
fundamentales al proyecto del Primer Jefe: el artículo 3°, que ordena la
educación laica, gratuita y obligatoria; el 27, que reivindica la propiedad
originaria de la Nación sobre las tierras, aguas y
recursos
naturales, y el 123, que crea un régimen tutelar para los trabajadores.
Después del asesinato de Obregón, Calles proclama el final de los
caudillos y el inicio de la era de las instituciones. Luego vendrían el reparto
agrario y la
expropiación
petrolera de Cárdenas y el Estado benefactor construido
sobre todos estos cimientos, que transformó al país de rural a urbano, construyó
una extensa planta industrial y, a través del binomio educación-empleo, creó la
clase media.
Calderón enredó la democracia con el
combate al crimen organizado no obstante que se trata de mundos
distintos
A raíz de las masacres de 1968 y
1971 y la guerra sucia de los años setenta, el régimen priista no cayó en la
tentación de involucionar hacia un Estado policiaco, sino que prefirió abrir
espacios políticos a la oposición de izquierda que había vivido
intermitentemente en el clandestinaje, debido a la Guerra Fría. El PAN ya tenía
representación en el Congreso de la Unión: poco significativa, es cierto, pero
al tamaño de su fuerza electoral en los años sesenta y setenta.
Si la
capacidad de autocrítica de la sociedad alcanzara para revisar con seriedad
nuestra historia y sus protagonistas, es muy probable que don Francisco I.
Madero continuara siendo el apóstol de la democracia pero no le sería refrendado
el título de prócer de la Revolución y, al mismo tiempo, serían revalorados
Zapata, Villa, Carranza y los diputados constituyentes de 1917.
Entiendo
que el presidente Felipe Calderón, en el discurso conmemorativo del 101
aniversario de la Revolución, haya atribuido a Madero méritos que no le
corresponden y a la democracia, capacidades que no tiene.
Lo primero es
muestra de la necesidad del grupo en el poder de reescribir la historia a su
medida. Lo segundo, es ofensivo: usar a Madero y la democracia como argumentos
para justificar la política monotemática del gobierno: la
lucha contra
el crimen organizado.
Entiendo que los gobiernos del PAN
atribuyan al único héroe civil a su medida un mérito que no le corresponde y
confundan revolución con democracia
Dice el
presidente que México necesita demócratas, y sí los necesita, por ejemplo, para
crear una
cultura política a fin de que la gente, informada, crítica
y propositiva, tome el control de su propio destino. Pero los demócratas a que
aludió el presidente son los que continuarían la guerra, su guerra.
Por
eso enredó la democracia con el combate al
crimen
organizado no obstante que se trata de mundos distintos:
la primera es una forma de organización de las sociedades y el segundo es una
función de los cuerpos de policía y, en el caso de México, debe ser además la
consecuencia de una política económica de crecimiento y una
política
social redistributiva.
Los chinos, los cubanos y
hasta los norcoreanos reconocen que es deber del gobierno cumplir y hacer
cumplir la ley en sus respectivos países y que el gobierno que pacte con quienes
violan las leyes vigentes falta a su deber. Sólo el presidente de México y sus
colaboradores, dicen creer que hasta el respeto al orden jurídico es asunto de
la democracia que preconizó Madero.
Entiendo que los
gobiernos del
PAN atribuyan al único héroe civil a su medida un mérito
que no le corresponde y
confundan
revolución con democracia, pues el Partido Acción Nacional
fue fundado precisamente para oponerse a los generales revolucionarios y para
pregonar la “decencia” que a su juicio se había perdido con don Porfirio.
Pero narrar la historia de suerte que los héroes por ellos reconocidos
legitimen sus políticas y estrategias, es una desmesura.