Acaso lo más valioso de esta
Antología sea la limpia mirada de unos jóvenes brutalmente sacados del ensueño
de una futura vida adulta y plena, la visión cruda del fatum materializado en un
punto de fuga ideológico
Acaso lo más valioso de esta Antología sea la limpia mirada
de unos jóvenes brutalmente sacados del ensueño de una futura vida adulta y
plena, la visión cruda del fatum materializado en un punto de fuga ideológico:
no morimos por una bandera, ni por un rey, ni por un emperador,/ sino por un
sueño, nacido en la secreta cabaña de un pastor,/ y por la secreta escritura de
los pobres/, en versos del irlandés Kettle. Al amparo de esa “secreta
escritura” quiero citar la inmensa generosidad de la mayoría de sus autores al
asumir en sus poemas el punto de vista de los muertos que les precedieron, de
uno u otro campo (en algunos atardeceres, con la guerra detenida durante un
largo período como era habitual, se reunían saliendo de las trincheras
enfrentadas para tomar juntos una taza de te y contarse historias), como podemos
leer en “En los campos de Flandes”,
donde las amapolas se mecen/ entre las
cruces. Sin embargo, tan sólo con estos versos de “El vertedero de los
muertos”, de Isaac Rosenberg, caído el 1 de abril del 18 poco antes de terminar
la contienda, ya podríamos cerrar estas líneas de modo determinante , con toda
su crudeza, sin sentimentalismos inútiles:
Los sesos de un hombre se
esparcieron sobre la cara de un camillero: sus temblorosos
hombros dejaron caer su carga, pero cuando se inclinaron para mirar
de nuevo, su agonizante ánimo se hallaba demasiado hundido
para cualquier ternura humana. … poema hallado casualmente en
el bolsillo de la guerrera de un soldado muerto, como si tomara vida la
intuición poética de Paul Celan cuando dijo que la poesía era como una botella
lanzada al mar. Obedeciendo a este conjuro, alguien encontraba aquí y allá unos
versos escritos sobre fiebre, dispersos en la playa de los restos de veintiún
hombres reconocibles por su escritura y que querían construir de nuevo el mundo
con otros materiales. Sus ideas y pesares se difundieron pues por las mareas
contemporáneas que nos sumergen todavía en los crímenes más odiosos inventados
por la humanidad, como son la pena de muerte y la guerra, de la cual forma parte
la primera en su versión masiva, y nos llegan ahora impresos en estas páginas
que me recuerdan a quienes siempre defendieron el derecho de cualquier hombre o
mujer a disponer de su propia existencia, en la forma y momento que él mismo
decidiese.
A la Naturaleza no se le pueden pedir cuentas, porque ya
dispone de vida y muerte y las combina su antojo. Pero sí creo que constituye un
supremo delito la incitación al suicidio por cualquier otro ser o ente que no
sea uno mismo, y en cualquiera de sus formas; una de ellas será el siniestro
empleo de las armas en cualquier guerra, nunca justa por más que los Santos
Padres de Patrias e Iglesias —mintiendo, Kipling
dixit— intenten
convencer a la generosa juventud de lo contrario: No,
Non est dulcis nec
decorum pro patria mori. En ningún caso. Aunque es muy posible, en
definitiva, que me hayan influido para escribir todo esto unas palabras leídas
hace muchísimos años en el
Corpus Hermeticum (7), rescatado de un rincón
del “Índice de Libros Prohibidos”. Con ellas les dejo a ustedes, hablan de lo
que creo que constituye la verdadera patria de todo ser humano: “Asciende por
encima de toda altura, desciende por debajo de toda profundidad, recoge en ti
todas las sensaciones de las cosas creadas —del Agua, del Fuego, de lo Seco, de
lo Húmedo—, piensa que estás a la vez en todas partes, en el mar y en la tierra
y en el cielo; piensa que no has nacido nunca, que todavía eres un embrión:
joven y viejo, muerto y más allá de la muerte. Comprende todo a la vez, los
tiempos, los lugares, las cosas: las cualidades y las cantidades.”
Es
decir: ¡Vive! Vive vorazmente por encima de todo; circula rápido sobre toda otra
cosa que quieran venderte en forma de ideal —por muy sagrado que parezca. Una
cita con la vida te espera a la vuelta de cualquier esquina, quizás desconocida
hasta ahora. Vive con el erotismo voraz e irrefrenable que pedía d’Annunzio,
pero sin su violencia sanguinaria…
SELECCION
DE POEMAS DE Tengo una cita con la
muerte
CITA
Tengo una cita con la muerte
en alguna disputada barricada,
cuando la
primavera vuelva con susurrante sombra
y las flores de manzano llenen el
aire
–tengo una cita con la muerte
cuando la primavera traiga los días
hermosos y azules
de vuelta–.
Puede ser que me coja de la mano
y que me lleve a su tierra
oscura
y que cierre mis ojos y que apague mi aliento
–quizá pase a su lado
en la quietud–.
Tengo una cita con la muerte
en alguna descarnada ladera
de colina arrasada,
cuando la primavera regrese, un año más,
y asomen las
primeras flores en el prado.
Dios sabe que sería mejor estar bien cubiertos
en seda y ser
tendidos con perfumes,
donde el amor palpita en sueño placentero,
pulso
cercano al pulso, y aliento al aliento,
donde los despertares acallados son
queridos…
Pero tengo una cita con la muerte
a medianoche en algún pueblo
en llamas,
cuando la primavera se encamine otra vez al norte,
y yo siempre
soy fiel a mi palabra,
no faltaré a mi cita.
ALAN SEEGER
***
DULCE ET DECORUM
EST
Doblados en dos, como viejos mendigos envueltos
en
sacos,
las rodillas rotas, tosiendo como brujas,
maldecíamos
en el lodo,
hasta que le dimos la espalda a las
bengalas que acechaban
y hacia nuestro lejano descanso avanzamos con
dificultad.
Los hombres marchaban dormidos. Muchos habían
perdido sus botas,
pero seguían, cojeando, cubiertos de sangre.
Todos
lisiados y ciegos;
ebrios de fatiga; sordos incluso a
los zumbidos
de las bombas de gas que caían suavemente a sus
espaldas.
¡Gas! ¡Gas! ¡Rápido, muchachos! –un éxtasis al
revolvernos,
ajustándonos las torpes máscaras justo a tiempo,
pero aún
alguien gritaba y se movía, tropezándose
y confuso como un hombre envuelto en
llamas o en cal
viva.–
Turbio a través de los neblinosos
cristales y la espesa
luz verde,
como bajo el verde mar, lo
vi ahogarse.
En todos mis sueños, ante mi visión impotente,
tira de mí, consumiéndose, atragantándose, ahogándose.
Si tú también, en
algún sueño sofocante, pudieras caminar
detrás del carro al que lo
arrojamos,
y pudieses ver los blancos ojos retorciéndose en su cara,
Tengo
una cita con la Muerte 147
su cara que cuelga, como un diablo enfermo de
pecado;
si pudieses oír cómo, con cada bache del camino, la sangre
va
saliendo a borbotones de sus pulmones corrompidos
con
espuma,
obscenos como un cáncer, amargos como el bolo
alimenticio
de viles e incurables llagas en lenguas inocentes;
mi amigo,
no dirías con tal celo
a los niños ardientes por una gloria
desesperada,
la vieja Mentira:
dulce et decorum est
pro patria
mori.
WILFRED OWEN
***
HIMNO A LA JUVENTUD
CONDENADA
¿Qué toque de difuntos para los que se mueren
como
reses?
Sólo la monstruosa rabia de los cañones.
Sólo el tartamudeo veloz de los fusiles,
puede escupir sus apremiantes
rezos.
Ninguna imitación para ellos de plegarias o
campanas,
ninguna voz de luto salvo los coros
–los
estridentes y chiflados coros– de las bombas
que
gimen;
y las cornetas llamándolos desde tristes condados.
¿Qué velas
pueden ser portadas para favorecerlos a todos?
No en las manos
de los niños, sino en sus ojos
brillará el sagrado destello de la
despedida.
La palidez de las frentes de las niñas será su
mortaja;
sus flores, la ternura de las mentes pacientes,
y cada lento
crepúsculo, un bajar de persianas.
WILFRED OWEN
***
LOS MUERTOS
¡Soplad, cornetas, sobre los ricos muertos!
No hay ninguno
de estos solitario y pobre de vejez,
pero el morir nos ha hecho regalos más
valiosos
que
el oro.
Estos apartaron el mundo; vertieron el dulce
vino tinto de la
juventud; entregaron los años que serían
de trabajo y alegría, y
esa serenidad indeseada
que los hombres llaman edad; y aquellos
que
hubieran
sido,
sus hijos, entregaron, su inmortalidad.
¡Soplad, cornetas, soplad!
nos trajeron, por
nuestra
escasez,
Santidad, tan añorada, y Amor y Dolor,
el Honor ha
vuelto, como un rey, a la tierra,
y ha pagado a sus súbditos con
un sueldo real;
y la nobleza vuelve a caminar con nosotros,
y
ya nos encontramos frente a nuestro legado.
RUPERT BROOKE
***
A MI HIJA BETTY
en días
más sabios, mi querida flor, lanzada
a la belleza orgullosa, como era el
orgullo de tu madre,
en ese deseado, retrasado e increíble tiempo,
te
preguntarás por qué te abandoné, siendo mía,
y el querido corazón que era tu
trono de bebé,
por jugármela con la muerte. Y, ¡oh!, te darán rimas
y
razones: algunos lo llamarán sublime,
y otros lo declamarán con tono
cómplice.
Así que aquí, mientras las dementes pistolas
maldigan
por lo alto,
y los hombres exhaustos suspiren, con
barro como
colchón y suelo,
sabe que nosotros, infelices,
ahora con los muertos
infelices,
no morimos por una bandera,
ni un rey, ni un emperador
sino por un sueño, nacido en la cabaña de un
pastor,
y por la secreta escritura de los pobres.
THOMAS MICHAEL KETTLE
escrito cuatro días antes de su
muerte, 1916
***
EL VERTEDERO DE LOS
MUERTOS
El descenso de la artillería sobre el camino hecho añicos
resonaba con
su carga oxidada,
asomando como varias coronas de espino,
y los postes
herrumbrosos como cetros que se venden
para detener la marea de hombres
brutos
sobre nuestros queridos hermanos.
Las ruedas aplastaban a los
muertos dispersos,
pero no había daño alguno, aunque sus huesos
crujían;
sus bocas cerradas no emitían ninguna queja.
Allí yacían
abrazados, amigo y enemigo,
hombre nacido de hombre, y de mujer;
y las
bombas aullando sobre ellos
de la noche a la noche y ahora.
La tierra
los ha esperado
todo el tiempo de su crecimiento
preocupada por su
deterioro:
¡ahora al fin los tiene!
en la fuerza de su
fuerza
suspendidos –detenidos y sujetos–.
¿Qué fieras imaginaciones
encendieron sus oscuras almas?
¡Tierra! ¿Han entrado en ti?
a algún lado
deben de haber ido,
y arrojada a tu dura espalda
está el petate de su
alma,
vaciada de las esencias ancestrales de Dios.
¿Quién los lanzó ahí
afuera? ¿quién los lanzó?
Ninguno vio la sombra de su espectro mover la
hierba,
o se apartó para que pasara su vida a medio usar
a través de sus
malditos orificios nasales y de su maldita
boca,
cuando la
veloz abeja candente de hierro
drenó la salvaje miel de su
juventud.
¿Y qué de nosotros que, arrojados a la pira y sus
alaridos,
caminamos, nuestros pensamientos corrientes intactos,
nuestros
miembros afortunados bebiendo el icor,
pareciendo inmortales para
siempre?
Quizá cuando las llamas nos agobien
el miedo pueda atascarse en
nuestras venas
y la sorprendida sangre al fin parar.
El aire resuena a
muerte,
el oscuro aire brota con fuego,
las explosiones son
incesantes.
Atemporales ahora, algunos minutos pasan,
estos muertos cruzan
el tiempo con vida vigorosa,
hasta que la metralla clama «¡Un final!»
pero
no para todos. con dolores sanguinolentos,
algunos echados sobre camillas
soñaban con el hogar,
cosas queridas, manchadas de guerra en sus
corazones.
Los sesos de un hombre se esparcieron
sobre la cara de un
camillero:
sus temblorosos hombros dejaron caer su carga,
pero cuando se
inclinaron para mirar otra vez
el alma agonizante estaba demasiado
hundida
para ternura humana.
Dejaron a este muerto con los otros, más
antiguos,
tendido sobre el cruce de caminos.
Ennegrecidas por una
extraña descomposición
sus siniestras caras yacen,
el párpado sobre los
ojos;
la hierba y la arcilla colorada
se mueven más que ellos,
unidos a
los silencios más profundos.
Aquí hay uno que murió hace poco.
Su
oscuro oído captó nuestras ruedas lejanas,
y el alma asfixiada estiró sus
débiles manos
para alcanzar el mundo viviente del que hablaban
las
ruedas lejanas;
la inteligencia embotada en sangre
latiendo por un poco
de luz,
gritando a través del misterio
de las torturadoras ruedas
lejanas
preparado para que el
final llegara
o para que las ruedas se partieran,
gritó cuando el tictac
del mundo rompió sobre su mirada
«¿Vendrán ellos? ¿Vendrán alguna
vez?».
incluso cuando los distintos cascos de las mulas,
las mulas de
barrigas temblorosas,
y las ruedas veloces se entremezclaban
con su
prominente mirada torturada.
Así tomamos rápidamente la curva,
oímos
su grito, tan débil,
oímos su último sonido,
y nuestras ruedas sajaron su
cara muerta.
ISAAC ROSENBERG
***
ANTES DE ENTRAR EN LA
BATALLA
Por todas las glorias del día
y la fresca bendición de
la tarde,
por ese último roce del sol que yacía
en las
colinas cuando el día acababa,
por la belleza desbordada con
esplendor
y las bendiciones recibidas sin cuidado,
por todos
los días que he vivido
haz de mí, señor, un soldado.
Por todos los miedos y esperanzas de los hombres,
y
todas las maravillas que los poetas cantan,
las risas de los años
despejados,
y cada cosa triste y adorable;
por las románticas
edades atesoradas
con este esfuerzo suyo alto y noble,
por
todas sus locas catástrofes
haz de mí, señor, un hombre.
Yo, que en mi colina conocida
vi con ojos
ignorantes
cientos de Tus atardeceres derramar
su fresco y
bermejo sacrificio,
antes de que el sol oscile su espada de
mediodía
debo ahora todo esto despedir;
por todos los
placeres que voy a perderme,
ayúdame, señor, ayúdame a
morir.
WILLIAM NOEL HODGSON
escrito dos días antes de su
muerte,
el 1 de julio de 1916
NOTAS:
(1) But I’ve a rendezvous with
Death,/ At midnight in some flaming town,/ When Spring trips north again this
year,/ And I to my pledge word am true,/ I shall not fail that rendezvous.
Alan Seeger (N.Y. 22/o6/ 1888— Belloy-en-Santerre 4/7/1916) uno de los poetas
antologados, es el autor del poema que con su primer verso da título al libro
Tengo una cita con la Muerte (Poetas muertos en la Gran Guerra), murió
animando a gritos a sus compañeros a seguir avanzando mientras yacía herido de
muerte por los disparos de seis ametralladoras. Tenía 28 años y al caer llevaba
el uniforme de los apátridas por excelencia: el de la Legión Extranjera
francesa. Era de los pocos que previamente a la guerra llevó una vida bohemia de
poeta, tal como se entendía en la época.
(2) Honroso y dulce es morir por
la patria (Horacio, Odas, 3, 2, 13).
(3) Tengo una cita con la
Muerte. (Poetas muertos en la gran guerra) Linteo Poesía, 2011. Selección,
traducción y prólogo de Borja Aguiló Obrador y Ben Clark.
(4) April is
the cruellest month . . . Así comienza el primer verso de The Waste
Land, publicado por Faber&Faber, Londres 1922 (Abril es el mes más
cruel, criando
lilas de la tierra muerta,/ mezclando memoria y deseo,/
removiendo
turbias raíces con lluvia de primavera.)
(5) Brian
Gardner, Up the Line to Death. The War poets 1914-18 (Methuen Publishing
Ltd., 1964.
(6) El único hijo varón del Nobel Kipling —autor en su juventud
de la guerrera balada Tres soldados”—, John Kipling, tuvo que alistarse
en el ejército al estallar la guerra. John murió a los 18 años, en la primera
batalla en la que tomó parte, la batalla de Loosen, en el frente Occidental,
septiembre de 1915. Toda la obra posterior que el dolor dictó al poeta del
famoso poema “If”, conocido por el verso “Serás un hombre, hijo mío”, fue
censurada. Los escuetos versos de referencia que motivan esta nota dicen así:
““If any question why we died, / tell them, because our fathers lied”.
(7)
Corpus Hermeticum, o Tabula Smaradigna, nombre por que se conoce
el conjunto de escritos redactados en el antiguo Egipto por el alquimista Hermes
Trismegisto, fue originalmente compendiado durante el Renacimiento y traducido
del griego por el neoplatónico Marsilio Ficino por orden de Cosimo di Medici,
circa 1464.