Quizás, tal vez sea adecuado reproducir aquí lo que alguna vez confesé:
Una tarde, mientras caminaba con mi padre, le dije, o me dije a mí mismo: Voy
a ser el más grande de los poetas. Mi padre se rió. Yo tendría por entonces 16 o
17. A esa edad uno puede, sin rubor o remordimiento, sentir lo que sintió
Roussel, más o menos a la misma edad: uno es un prodigio, un Dante, un
Shakespeare, un Victor Hugo en la vejez, un Napoleón en 1811, un Tannhäuser en
Venusberg; el cuarto lleno de destellos, hay que cerrar las cortinas, impedir
que la menor fisura posibilite la fuga de tal radiación, inunde el mundo, llegue
hasta la China, porque de ese modo la multitud enloquecida podría abalanzarse
sobre la casa. La vida se encargó de ponerme en mi lugar. Se encargó de
enseñarme, a veces de forma cruel, que la poesía no se hace, digamos, con olas
majestuosas o magníficos cometas sino de sus antípodas, ¿acaso no fue Picasso
quien dijo: "Los cuadros se hacen siempre como los príncipes hacen sus hijos:
con pastoras"? Amigos, denme una hoja de periódico, una cajita de fósforos, un
charco formado por la lluvia y les escribiré un poema. No me traigan un Armani,
una Krakatoa en erupción, un sillón Luis XV, porque entonces no habrá poema.
Entre 1912 y 1915, Arthur Cravan transportaba los ejemplares de su revista
Maintenant en un carrito sin toldo, a 25 céntimos cada uno, mientras
pensaba: "Prefiero, en cualquier caso, un amarillo a un blanco, un negro a un
blanco y un negro boxeador a un negro estudiante".
Carlos
Barbarito, Buenos Aires, 25 de octubre de 2011
Adiós a un sueño, no se hace...
Adiós a un
sueño, no se hace
en la piedra el Paraíso, no hay espacio para el fruto;
quién almorzará ahora si lo que irrumpe
es la noche, manteles sucios de
ceniza.
Adiós al pan, al sabor de otra boca
en la boca propia, al deseo
de cebada y centeno,
plano que se inclina para que rueden,
esposados,
palabra y cosa, hacia el abismo.
En qué dialecto, por qué gracia,
a
través de que mecánica:
si ahora viera tu rostro, cualquier rostro,
lo
creería mancha, error de un supuesto Plan
que debiera ser blanco sobre
blanco.
Hay sangre, verdín, torpeza,
crimen que no se oculta,
vulgar
locura de marino ebrio,
Fuego de San Telmo visto por un instante
desde
alguna dársena a la que abandonaron,
hace mucho, los pájaros. Adiós
a la
topografía, al número primo,
a la balanza, a la señal en el cielo o la
tierra;
ya no vendré, no vendrás,
no lloverá ni hará buen tiempo,
todo será imposible, la voz dirá no ha lugar,
y no habrá lugar alguno.
Todo comienza cuando no hay perdón...
Todo
comienza cuando no hay perdón,
ni salida hacia una claridad
al final del
pasillo, con una mano débil
que apenas puede aferrarse al pasamanos,
cuando es tarde y nadie riega
el jardín olvidado por la lluvia,
las
palabras arden sin humo
en los invernaderos vacíos,
todo se desata
cuando el porvenir
se disipa, el presente se disipa,
las caras, aún las
más amadas, se esfuman,
cuando la exploración acaba en el desierto,
todo
se inicia cuando no queda follaje,
ni vuelo de ave, ni panes,
en el más
crudo invierno,
en la más cerrada castidad,
en las ruedas hundidas en el
barro,
en el desmayo de la invención,
en el fracaso del cálculo,
en
la ceguera, en el exilio,
cuando sólo nos miran los animales, las estrellas.
Desde el follaje, el constante árbol sombrío...
Ah! le poéte écrit pour le vide des cieux...
Pierre
Jean Jouve
Desde el follaje, el constante árbol sombrío.
El niño
no se apiada y se extravía en el agua.
Se apaga, se cierra con su secreto.
Para la santidad basta con un silencio espeso.
Para matar basta con un
color, ocre o bermejo.
Rodean la ciudad, la devastan e incendian.
Lo
profundo se divide y la pesca no se inicia.
Recogerán pañuelos donde nada
perdura.
Habrá, seguro, un ojo caído y un No entre llanto y sangre.
Un
humo erróneo, sin fuego.
Un padre tallado en bronce, eterno e inmóvil.
Una cal de la China, un siglo sin tu sexo.
El arco se tensa, la flecha
se parte.
Se rompe la respuesta contra el metal del eco.
El corazón es
inhábil, todo pájaro naufraga.
Un vacío al que sólo acuden el tiempo y los
motores.
Un lenguaje al que tal vez sólo yo conozca.
O conozcan ciertos
y raros animales, los muertos.
En vez de menguar,
crece... En vez de menguar, crece.
Qué anida en él. Qué lo
nutre y sostiene.
Pienso en un espejo partido,
en un fármaco que no
cura,
en una luz que sólo alumbra y no asiste.
Ante él, toda criatura
inmóvil,
el ahogo del nadador, el bocado de la sal,
cuanto se zambulle y
no reaparece;
hubo un pasado de cuartos secretos,
allí, amante y amada,
lejos
uno del otro, arqueados y convulsos.
Qué de eso se estira hasta
encontrarnos.
Y dónde nos encuentra, cómo,
por qué vía, a través de qué
éter, qué silicio.