La escritora alemana Christa Wolf se entusiasma con la idea y escribe su 27
de septiembre durante cuarenta años dando origen al libro Un día del año.
En la primavera de 2008 asisto a un monográfico impartido por la
profesora Anna Caballé en la Universidad de Barcelona. El tema trata sobre las
escrituras del yo. Sus palabras me empiezan a incomodar porque no entiendo la
necesidad de publicar lo más íntimo, lo más personal, lo que no está protegido.
¿Qué necesidad hay de hacer público lo que es privado? Su respuesta modifica no
solo la idea, el prejuicio y mi ignorancia acerca de éste género literario sino
el gesto y la mirada hacia mi propia escritura diarística. Imagínate, me dice,
que la vida solo fuera escrita y contada, desde la ficción. Además, continúa,
todos necesitamos conocer la explicación de la vida ajena porque eso nos ayuda a
comprender aspectos de la nuestra.
Entonces me recuerdo de niña
intentando comprender aspectos de mi vida, escribiendo sin forma, dócil y libre,
dando cabida a cualquier acontecimiento, a cualquier verdad que entonces, en
pleno furor adolescente, consideraba radical y única. Y me recuerdo subrayando
en los Diarios de Anais Nin eso que a mí también me pasaba. Y con esos
recuerdos tan atrás le pido a Anna que me deje presentar un trabajo distinto
para su asignatura. Se ríe. Pregunta por qué. No lo sé bien, respondo, pero
tengo más de treinta años escritos y me gustaría ver qué se me ocurre. No hace
falta que insista, me deja libre, y con una inquietud que no sé bien de dónde
nace.
Me sumerjo en todos mis dietarios. Me recuerdo. Escribo mal en el
78, en el 80 y quizá empiezo a cambiar en los diarios siguientes. Me doy cuenta
de que el diario ha sido para mí una práctica importante de escritura, además de
un registro que me sorprende porque algunas cosas no las recuerdo, algunos
nombres, algunas calles, cosas que he hecho y que están ahí y no consigo saber
de qué hablo. La experiencia de leerme es extraña. Siento pudor y a la vez una
profunda ternura hacia mí misma. Me doy cuenta de lo impúdico que puede llegar a
ser un diario. ¿Es publicable, entonces? Mi primera lectora (yo hablaba poco en
casa) se encargó de destruir los tres primeros tomos que encontró. El diario
íntimo es un sacudidor de emociones, habla de la vida y la vida también posee
esa condición incómoda, fea, cruel, bella. “Los pensamientos más aberrantes y
más lejanos se mantienen en ese círculo de la vida cotidiana” dice Maurice
Blanchot.
Decido transcribir con absoluta fidelidad algunos fragmentos
de mi diario, todos los que tienen relación con la lectura y la escritura. Mi
trabajo suscita en Anna una respuesta inmediata: Lee Un día del año.
Leo y quiero continuar la tradición. Y no sé si es por la propuesta del
escritor ruso o por mi propio deseo de extender esta nueva mirada, este rescate
de mi vida, no sé por qué es pero no quiero escribir sola. Sería hermoso
convocar a mujeres me dice esta profesora que ya es mi confidente, la primera
que ha leído y valorado fragmentos de mis diarios. Así que en voz baja y casi
sin atreverme empiezo a convocar a aquellas mujeres que sé que escriben diario.
Se produce un efecto dominó y en muy poco tiempo el proyecto está a punto, a la
espera del 27 de septiembre de ese año, el 2008.
Ese libro 27 de
septiembre. Un día en la vida de las mujeres, generó el comentario que ya
imaginábamos: sería interesante convocar a los hombres, a ver qué dicen ellos.
Aquí está el de hombres.
Ellos aceptaron la propuesta con la
misma generosidad que las mujeres. Aquí esta su 27 de septiembre. Cada uno con
su impronta y su estilo, con sus temores y sus logros. ¿Qué dicen ellos?
Ellos sienten también las arañas, pasean por el insomnio mientras
twittean, duermen a sus hijos y los despiertan, superan la nevera vacía, se
preguntan por qué hacer público lo íntimo y se responden porque es hermoso mirar
desde aquí, se ríen estrepitosamente y lloran y se despiden de su casa, de su
mujer y de su hijo. Escriben libros que se les resisten y se rinden y se agotan,
dudan ante la inminente huelga sindicalista mientras uno de ellos constata que
somos una guerra civil permanente. Se fijan en la mujer rubia de enfrente, les
alegra el día, les alegra el día trabajar, llegar a casa y esta solos o en
familia. Saben que tienen que escribir el 27 y lo escriben con la complejidad de
que me llegue a mí, algunos no saben ni quién soy, nunca les he visto. Esa
generosidad.
¿Qué más hacen? ¿Son íntimos?
Yo diría que sí, son
íntimos, sinceros y valientes. Tú dirás, lector.
¡El 27 sigue!
Nota de la Redacción: agradecemos a Ediciones
Carena en la persona de su director, José
Membrive, la gentileza por permitir la publicación del
prólogo del libro de Esmeralda
Berbel, 27 de septiembre. Un
día en la vida de los hombres (Carena, 2011), en
Ojos de
Papel.