La
matanza de los inocentes de Pieter Breugel
El Viejo
(1565). El relato bíblico del infanticidio de Herodes ha sido un tema
recurrente entre los pintores de la antigüedad y modernos, desde
El
Geronés en 1275 hasta Gjertson en 1991, pasando por Pisano, Fra Angelico,
Mocetto, Aspertini, Tintoretto, Poussin, Castello, Doré y Rubens. Breugel lo usa
para describir un episodio de la ocupación de los Países Bajos ordenada por
Felipe II para reprimir la herejía calvinista y anabaptista, cuando la tropa
española y un escuadrón de valones, al mando del Duque de Alba, masacraron a los
habitantes de un pueblo flamenco.
El cuadro, entonces, adquiere carácter
de una declaración. Reseña un hecho pero es a la vez una denuncia. Su exhibición
provocó tales reacciones en los auditorios, que eventualmente hubo de ser
retocado para reemplazar con animales domésticos los dibujos de los niños que
eran pasados a cuchillo por las tropas invasoras. Esto es el equivalente a la
moderna eliminación de escenas en una película.
La
ejecución de Maximiliano de Edouard Manet (1867). El artista
pintó tres versiones, todas censuradas en Francia por razones políticas y una de
ellas seccionada y recuperada entre 1890 y 1912 por Edgar Degas. Hoy se exhibe
en fragmentos en la Galería Nacional de Londres.
Manet nos dice que fueron
Francia y Napoleón, no México y Juárez, los responsables de la
muerte de Maximiliano y sus generales
Un
mexicano educado en la historia de ángeles y demonios que se imparte en nuestras
aulas puede experimentar sentimientos encontrados frente al cuadro, dependiendo
si considere a Maximiliano salvador o anticristo. ¿Pero Manet? Por sus
convicciones republicanas no era simpatizante de Napoleón III. Si examinamos la
composición del cuadro, y recordamos las circunstancias de la época, la
conclusión es que nos encontramos no ante una obra de arte, sino frente a una
pieza de propaganda política.
El fusilamiento de Maximiliano fue motivo
de gran descrédito para el dictador sobrino del Corso, quien primero alentó y
apoyó la aventura mexicana de Maximiliano y después, con el retiro de sus
ejércitos, le abrió el camino al Cerro de las Campanas. Es en este contexto que
la intención de Manet debe considerarse. El peso del cuadro está en el pelotón
de fusilamiento, no en los fusilados cuyo destino ha quedado sellado con la
descarga. Pero los militares mexicanos visten uniformes
franceses. El
artista nos dice que fueron
Francia y
Napoleón, no México y
Juárez, los responsables de la muerte de Maximiliano y sus generales. ¿Que se
derramó sangre real? No es cosa que concierna al Imperio, y así nos lo dice el
despreocupado jefe del pelotón que ajusta su fusil para el tiro de gracia. El
mensaje del conjunto es una acerba crítica a Napoleón III. Así se entendió en su
momento y ni una de las tres versiones pudo ser exhibida en Francia. ¿Le
recuerda el lector el caso de
La sombra del caudillo, la película maldita
de la cinematografía mexicana?
La
ejecución de Lady Jane Grey de Paul Delaroche (1834). Cuando se
presentó en París, arrancó exclamaciones de dolor en la concurrencia y uno que
otro desmayo de damas sensibles. Habían transcurrido apenas 40 años de la
decapitación de María Antonieta y la visión de otra joven reina momentos antes
de sufrir la misma suerte conmovió al público.
Delaroche conocía a su público y se
permitió algunas licencias para exprimir al máximo su sentimentalismo. En la
realidad, Jane Grey fue decapitada en los jardines de la Torre de Londres, no en
su celda
Jane Gray era nieta de Enrique VII y
fue proclamada Reina de Inglaterra en 1553 a la edad de 17 años, pero sólo ocupó
el trono durante nueve días. Los seguidores de María Tudor la depusieron, fue
encerrada en la Torre de Londres y decapitada el 12 de febrero de 1554. He aquí
todos los elementos de una tragedia romántica (drama de telenovela): una
princesa joven, bella y virginal es atrapada en la lucha entre protestantes y
católicos; los complotistas de la Corte organizan su coronación; el bando rival
la derroca; se convierte en un símbolo incómodo para todas las facciones y es
entregada al verdugo.
En el cuadro de Delaroche, la joven se dispone a
colocar el cuello sobre el bloque de madera, gentilmente auxiliada por el
Guardián de la Torre, frente a un verdugo de semblante grave y decidido. Jane
Grey viste un fondo de satén blanco y lleva vendados los ojos. Es la imagen
misma de la fragilidad, la inocencia y el desamparo. A un lado una dama de
compañía se ha desmayado, mientras que otra llora con el rostro contra la
piedra, incapaz de atestiguar la escena.
En verdad una imagen
conmovedora. La técnica realista y las dimensiones del cuadro (2.5 por 3 metros)
dan al conjunto un aire trágico. Sólo que, a la manera de los productores
actuales de telenovelas, Delaroche conocía a su público y se permitió algunas
licencias para exprimir al máximo su sentimentalismo. En la realidad, Jane Grey
fue decapitada en los jardines de la Torre de Londres, no en su celda. No le
vendaron los ojos y vestía un ajuar completo. Y el pelo, que en la pintura es
una cascada dorada, lo habría llevaba en un chongo. Puesto que se trató de un
acto político que involucraba nada menos que la sucesión al Trono del Imperio
Británico, fue atestiguado por un numeroso grupo. Así, de un hecho histórico
documentado, el pintor construye un drama para mover a las masas. ¿Suena
conocido?
Alegoría
con Venus y Cupido de Agnolo di Cosimo di Mariano Tori, llamado
El Bronzino (1545), es una de las pinturas más conocidas y apreciadas del
manierismo, el estilo artístico de transición del renacimiento al barroco. Para
el espectador moderno el primer impacto es el de una exquisita mezcla de
texturas, colores y formas que se resuelve en un conjunto de fuerza y
equilibrio: una Venus nívea recibe de Cupido un beso bajo la mirada de un
conjunto de personajes de posturas artificiosas y expresiones contrastantes. La
beatífica expresión de la Diosa, la juguetona mirada del infante a la derecha,
el anciano que extiende un brazo protector o la doncella que parece lanzar una
mirada ausente a los demás personajes, nos arrancan expresiones de asombro y
admiración. ¡He aquí una gran obra de arte!
Pero en su momento fue en
realidad un famoso cuadro erótico en la corte florentina de los Medici y en los
salones de Francisco I de Francia, si bien hoy sus
significados
más ocultos no han sido del todo esclarecidos: domina el cuadro la
figura de Venus, quien besa a Cupido, su hijo, al tiempo que con la mano derecha
le sustrae una de sus flechas y en la izquierda sostiene la Manzana Dorada,
regalo del pastor Paris. El niño que se acerca por la derecha es Frivolidad,
quien además de estar a punto de arrojar sobre la pareja las rosas del placer,
lleva en el tobillo los cascabeles del bufón de la Corte. A sus espaldas vemos
el rostro de una bella joven que ofrece un trozo de colmena, símbolo del placer;
pero un examen más detallado revela que sus manos están invertidas y su cuerpo
es el de un monstruo cuya garra está entre las piernas de Frivolidad, mientras
que con la otra mano sostiene el aguijón en el que culmina su cola escamosa. En
la parte superior derecha, Tiempo impide que Olvido, representado por una
máscara y una peluca, arroje su manto sobre la escena.
En Los Embajadores, cuadro
pintado por Hans Holbein el Joven (1533), tenemos otra muestra de la naturaleza
comunicativa y simbólica del arte
pictórico
Las audiencias del siglo XVI
entendieron -y sin duda se regocijaron- con la trama: Venus se involucra en una
relación incestuosa con su hijo, Cupido, quien cínicamente pisotea los votos de
fidelidad marital de su madre, representados por la paloma en la parte inferior
izquierda. Frivolidad ciega a la pareja a las consecuencias de su conducta, que
además del engaño puede traer enfermedades, lo cual sería un amargo aguijoneo a
su placer, posibilidad que también se les oculta. Sólo Tiempo podrá revelar la
verdad de los hechos y frena la intención de Olvido para ocultarlos. Sabemos que
El Bronzino modificó la obra conforme avanzaba en ella, y hay personajes
que sufrieron hasta tres cambios de postura. Eso nos habla del carácter dinámico
del arte, rasgo que no siempre es evidente para el espectador moderno
acostumbrado al movimiento en la pantalla del televisor. He aquí el sueño de la
llorada Corín Tellado.
En
Los
Embajadores, cuadro pintado por Hans Holbein el Joven (1533),
tenemos otra muestra de la naturaleza comunicativa y simbólica del arte
pictórico. A primera vista es un retrato más para adornar la estancia de un
palacio. Dos hombres jóvenes ricamente ataviados miran al espectador con aplomo
y seguridad. A la izquierda, Jean de Dinteville, embajador francés ante la corte
inglesa; a la derecha, su amigo Georges de Selve, obispo de Lavaur y enviado a
la Santa Sede. Estos poderosos y jóvenes personajes -29 y 25 años
respectivamente- tuvieron participaciones destacadas en los movimientos
religiosos y políticos desatados por la Reforma.
Frente a una cortina de
rico brocado, y apoyados en un elegante mueble, De Dinteville y De Selve parecen
tomar un respiro a la mitad de alguna discusión filosófica, científica o
teológica. En los entrepaños se agrupan diversos objetos propios de su interés:
libros, aparatos para la astronomía, globos terráqueos, instrumentos musicales,
un compás y un catalejo.
Un extraño objeto en la parte inferior llama la
atención y nos introduce a la multiplicidad de mensajes contenidos en el óleo:
Los Embajadores es en realidad un apunte biográfico. De Dinteville
simboliza la vida secular y De Selve la contemplativa. Hay entre los amigos un
complemento y equilibrio perfecto. El objeto a sus pies, visto desde el ángulo
inferior derecho, es una calavera humana, magistralmente distorsionada, que no
sólo simboliza la brevedad de la vida sino que dice al espectador que sin
importar la condición económica, social o académica, todos deberemos rendir
cuentas en un más allá.
Los objetos narran la vida de los personajes.
Los instrumentos para medir el tiempo y para comprender el movimiento de los
astros, hablan de lo que la racionalidad de aquel momento no podía comprender.
Otros objetos se refieren a actividades mundanas: un globo, una mandolina, un
libro de matemáticas, un estuche de flautas y un himnario abierto en la
traducción de Lutero a “Viene el Espíritu Santo”, mensaje que en su época no
pasó desapercibido, pues la Reforma protestante estaba en su apogeo. Incluso el
diseño del piso es otro capítulo de la historia, pues se deriva de los símbolos
cósmicos de la Abadía de Westminster. La cuerda rota en la mandolina simboliza
ya sea la fragilidad de la vida o las consecuencias de los enfrentamientos
religiosos; en tanto el libro de salmos un ruego por la unidad cristiana. Este
cuadro es algo así como el equivalente a uno de los tomos de la
Biografía del
poder del historiador Enrique Krauze.