La extensa obra de Racionero arranca en los años setenta. Recopilaciones de
textos encontrados en sus estancias en Norteamérica al hilo de sus pesquisas
contraculturales, ensayos sobre ordenación del territorio derivados
de estudios sobre urbanismo, novela y poesía dieron paso a una primera
biografía sobre Leonardo da Vinci. Con el paso de los años volverá a insistir en
el análisis del gran genio universal del Renacimiento italiano.
Sin
embargo, la entrada de Racionero en el género memorialístico no llegó hasta
2009. Con casi setenta años quiso dar cuenta y razón de sus amores maritales y
sus circunstancias. El título dado a la autobiografía,
Sobrevivir a
un gran amor, seis veces, ya deja entrever que las relaciones con las
mujeres le han dejado un poso agridulce. Entre veladuras y precauciones tal vez
excesivas, narra sus seis relaciones y desgrana una visión del amor conyugal
cargada del pesimismo que tanto caracterizó al antihegeliano Schopenhauer, un
autor que, sin ser de cabecera, parece haber permeado su obra. En esta visión
pesimista encaja la novela
La muerte de Venus, reflejo también de la
idea del amor como un juego obsesivo en el que el varón pierde siempre la
apuesta final.
Esta tensión entre el estilo y las
necesidades del ensayo y el ritmo emocionado de la autobiografía plantea al
lector una buena dosis de disonancia cognitiva y de
incomodidad
Memorias de un liberal
psicodélico es por tanto la segunda entrega de la autobiografía de
Racionero. Una historia de vida, sí, pero situada en otro plano del yo. En esta
ocasión, Racionero ha construido el texto apoyándose sobre todo en el plano
intelectual. Su prosa directa guía al lector a través de su proceso de
formación, sus viajes, su trabajo como profesor universitario y urbanista o, en
definitiva, su extenso proceso creativo. Mientras desgrana su trayectoria
vital, Racionero ofrece al lector una visión del mundo entreverada con la
reflexión sobre los placeres culturales. La buena mesa y los aderezos le
fascinan. El lector puede aprender en estas páginas mucho sobre vinos, licores,
habanos y buenos interlocutores.
Esta tensión entre el estilo y las
necesidades del ensayo y el ritmo emocionado de la autobiografía plantea al
lector una buena dosis de disonancia cognitiva y de incomodidad. No es fácil
entender que Racionero haya, en sólo dos años, entregado dos volúmenes
autobiográficos. Uno dedicado a la vida sentimental y otro dedicado al quehacer
intelectual. Sobre todo porque en la trayectoria vital de Racionero una cosa y
otra aparecen entremezclados constantemente.
A modo de ilustración baste
recordar un episodio narrado en estas líneas. Entre páginas encontramos a un
Racionero que deja Barcelona para instalarse a escribir en una masía del
Ampurdán gerundense. Tras ello, traslada el domicilio a Madrid porque su amor,
Elena Ochoa, afirma que no puede vivir en otro lugar. El autoproclamado hippie y
liberal psicodélico alquila para ambos un piso entre el Retiro y el Museo del
Prado, una microzona de Madrid cara, estirada y pija. Se casa por la iglesia en
una ceremonia en la que al final el vino, tan cuidadosamente elegido, no es
aceptado por todos. Para atender la casa, recibir y servir la mesa contrata a un
matrimonio filipino. Al poco tiempo, se instala de favor en un College de la
Universidad de Cambridge siguiendo a su mujer, a la que sí le han dado una beca
de verdad. ¡Qué lejos quedan los tiempos de la comuna en el Putxet, en la parte
alta de Barcelona, y los años de viajero independiente!
Racionero es combinación de muchas
cosas. Es una mezcla llena de originalidad y de valor en un país como España tan
poco dado a tolerar la excentricidad de lo diferente y lo
fronterizo
Pero ojo, no se confunda el
lector. Racionero es combinación de muchas cosas. Es una mezcla llena de
originalidad y de valor en un país como España tan poco dado a tolerar la
excentricidad de
lo diferente y
lo fronterizo. Nacido en La Seu d’Urgell (Lérida), estudia
Ingeniería Industrial y se licencia en Ciencias Económicas en Barcelona. Aprende
idiomas y a través del American Field Service llega, para estudiar, a Estados
Unidos en 1958. Una década después consigue la difícil y prestigiosa beca
Fulbright y se las arregla para aprender urbanismo en la excelente Universidad
de California, campus de Berkeley. En Norteamérica le entra el sarampión hippie,
atraviesa la experiencia del acido lisérgico (LSD) y asiste a la revolución
estudiantil del sesenta y ocho.
De vuelta en Barcelona -corre el año
1969- monta la comuna “bien” del Putxet y vive entre los falsos marxistas de la
gauche divine y los hippies
acratoides de Ajoblanco y Zeleste. Profesor en
la Escuela de Arquitectura y en la Facultad de Ciencias Económicas de Barcelona,
acabará haciendo la tesis y dando clases con el catedrático José Ramón Lasuén en
la Universidad Autónoma de Madrid.
En Madrid conoce a mucha gente,
frecuentará la mítica librería Miessner y Oliver, el templo de los alcoholetas
ilustrados. Pero, culo de mal asiento, no se quedará mucho tiempo. Retorna a
Cataluña, hereda de su madre y compra y reconstruye una masía en el Ampurdán,
Cinc Claus. Racionero quiere ser escritor y se relaciona con Josep Pla y Dalí.
Escribe
Cercamon, una novela un tanto identitaria que, alabada por Jordi
Pujol, se vende como rosquillas en la edición catalana. En el resto de
España el siglo XI visto por Racionero no interesa ni a los medievalistas. Años
catalanistas, se presenta a las elecciones al parlamento español por Esquerra
Republicana de Cataluña en Gerona, pero no sale.
Del Josep Pla y del Dalí de los
últimos años hace sendos retratos que por sí solos justifican el
libro
Su obra, tanto en catalán como en
castellano, ha tocado todos los palos. También ha hecho cine. Durante la etapa
del gobierno de Aznar, fue director del Colegio de España en París y de la
Biblioteca Nacional en Madrid.
Memorias de un liberal psicodélico recibió
el III Premio Gaziel de Biografías y Memorias 2010, un galardón -30.000 euros-
que viene a sumarse a otros como el Azorín, Anagrama o Espasa.
Racionero
se revela en este volumen como un retratista excepcional. Sus viajes, su
gigantesca cultura y su profunda memoria le posibilitan recrear personajes y
circunstancias con un detalle y unos matices capaces de mantener al lector en
vilo páginas y páginas. Del Josep Pla y del Dalí de los últimos años hace sendos
retratos que por sí solos justifican el libro. Su cena de matrimonios, a base de
paella, en Cambridge con los Steiner roza la astracanada, pero la posterior
conversación con George Steiner en el despacho del Churchill College en
torno al problema judío y al Holocausto merece ser enmarcada. Un
largo viaje a China, invitado por el embajador Bregolat, y las reflexiones
sobre el taoismo son interesantes pero desvaídas.
En el capítulo de las
fobias Racionero es moderado. Tilda de felón al pintor Tàpies, no le gusta
Gimferrer y descarga contra la izquierda marxista y su derivada instalada en
El País, diario del que habría partido la difundida acusación de plagio
contenida en su
Leonardo Da Vinci. Poca leña para un personaje tan
complejo, tan fronterizo y tan conocedor de tanto como es Luis Racionero. Con
todo, he aquí las memorias de un personaje que ha vivido mil batallas en el
delicado filo de los límites, que ha importado formas culturales y que tiene una
sensata visión de las
relaciones
entre España y Cataluña. Reconozcamos que no es poco. Si
encima es ameno, poco más se le puede pedir.