Hiroko Tanaka
no es más que una maestra de 21 años que viene
obligada a trabajar en una fábrica de armamento de Nagasaki. Estamos en agosto
de 1945, es la prometida de Konrad Weiss, un joven acaudalado alemán con el que
piensa casarse al finalizar la guerra, y al que ahora nadie quiere cruzarse ni
siquiera por la calle porque a partir de la rendición de su país se ha
convertido en un traidor. La segunda “bomba nueva” es lanzada sobre la confiada
Nagasaki. A partir de ese momento, Hiroko es una “hibakusha” que ha perdido a su
prometido, a su padre, a su mundo. Por efecto de la radiación, los tres pájaros
que luce el kimono que lleva puesto le quedan grabados como callosidades en la
espalda, sello indeleble de la tragedia, las sombras quemadas.
Sombras quemadas es uno de esos libros que permanecerán por mucho
tiempo en la memoria del lector, una novela llamada a hacer historia en su
enciclopedia personal. También se podría decir de ella que es una novela
histórica. No porque tenga pretensiones de serlo, sino porque las tres claves de
la historia personal de Hiroko repartidas en las tres partes de esta novela
vienen de la mano de tres hechos históricos cada uno de los cuales supone una
ruptura en su vida: bomba en Nagasaki, partición de la India y Pakistán, y el
11-S. Hablo de ruptura, y no solo emocional, sino además física: aparte de la
dosis radiactiva que marca sus fallidas maternidades iniciales, cada uno de esos
acontecimientos es un empujón en la diáspora que la lleva desde Nagasaki a
Delhi, luego a Turquía con su marido musulmán indio para salvar el cuello,
después a Pakistán, y finalmente a Nueva York.
Quizá esa apariencia
“glamourosa” de mundanidad le induzca a pensar que tratándose de una simple
maestra sin posibles, condenada a un mundo estrecho, Shamsie ha tenido que meter
demasiada ficción, exceso de cartón piedra, o recurrir a lo
grotesco-rocambolesco... Qué le vamos a hacer si somos así: queremos ficción
pero que parezca realidad. Pues por ese particular no tema, porque la novela no
se descose por ningún sitio. Cada cosa que pasa sucede por algo, y tiene su
efecto perfectamente calculado y ajustado dentro de lo razonable. La autora ha
colocado a Hiroko bajo el “protectorado” del matrimonio Burton (ella, Elisabeth
es la hermanastra del fallecido Konrad). El resto de su vida ese protectorado
del que hablamos facilita la vida económica de Hiroko, tanto en su soltería como
después, cuando se casa con Sajjad, aspirante a abogado que actúa como pasante
(o chico de los recados, según se mire) al servicio del esposo Burton. Por
ejemplo un collar que Elisabeth regala a Hiroko les sirve para comprar su casa
en un barrio de empleados medios en Karachi.
Uno se
encuentra, no leyendo una novela, sino viviendo una novela en tres partes, o
viviendo tres novelas diferentes cuyos detonantes ya he
citado
Ningún
cabo suelto. De la consistencia marmórea de cada situación, a la nitidez casi
humana de sus personajes. Para ello recurre a recuperar cíclicamente (más o
menos, en función del servicio que presta a la historia) a cada personaje al que
va construyendo por fases. En una de esas “recuperaciones” el personaje puede
recibir una sola pincelada, pero eso hace que no nos olvidemos, que en todo
momento los tengamos tan presentes a todos como a un familiar o a un vecino al
que hemos visto esta mañana, o sea, que la narración avanza, pero sin que
perdamos la perspectiva de lo que ha pasado unas pocas páginas antes, ni de la
globalidad, porque toda obra literaria se compone de personas a las que les
pasan cosas.
Igual mi explicación es poco efectiva en términos de
rendimiento. Pero si no se ha enterado de nada de lo que he dicho antes mire
esto: uno se encuentra, no leyendo una novela, sino
viviendo una novela
en tres partes, o viviendo tres novelas diferentes cuyos detonantes ya he
citado.
La primera parte/novela “
El mundo aún inconsciente: Nagasaki,
9 de agosto de 1945” es la de la Hiroko del dolor profundísimo y sereno,
pero llena de entereza. Comparte con la segunda parte/novela (“
Pájaros
ocultos: Delhi, 1947”) la prosa en la que a veces se descubre alguna
metáfora, cierta consistencia poética. Esta segunda es ya la del abandono de la
vida anterior (más bien de sus cenizas) y la reconstrucción lenta y progresiva
de una Hiroko que jamás ha dado muestras de debilidad, de autocompasión, sino de
querer tirar adelante con una sencillez aterciopelada, pero que sin embargo se
ancla en casa de los Burton como un pariente incómodo al principio. Es esta la
parte más “oriental” de la novela porque los mínimos detalles están cuidados, lo
que incluye a las microscópicas miserias y mezquindades. Pero también los
pequeños gestos construyen el fresco de esta convivencia. Asistimos a altibajos
cuidadosamente calculados, tensiones límite, a un clímax inimaginable, y a la
descomposición de un hogar (el de los Burton, con quienes convive Hiroko en
una indefinición temporal en cuanto a su permanencia) reflejo del
desmantelamiento del imperio británico. Cuando va a llegar lo de la segregación
de Pakistán y el baño de sangre, Hiroko es una mujer casada con el segundo amor
de su vida y único compañero fiel hasta la muerte, el citado Sajjad.
La
parte final “
La rapidez necesaria para compensar la pérdida: Nueva York,
Afganistán, 2001-2002”, es la novela de acción, el thriller político, el
bloque más doloroso y amargo porque vemos que, como para el resto del mundo,
para Hiroko tampoco hay tregua. Los norteamericanos destruyeron su mundo “para
salvar muchas vidas de americanos”, pero ella termina viviendo en Nueva York, y
su hijo (aunque la madre lo sospechaba pero no lo sabía) ha servido a los sucios
intereses de esta nación cuyo sistema lo va a triturar entre sus engranajes. El
hombre sigue siendo un lobo para el hombre, y el círculo se
cierra.