Así se conocieron dos de los mayores escritores en lengua inglesa de su
tiempo, Ernest Hemingway y George Orwell, en plena Guerra Civil española. Ambos
darían testimonio de ese conflicto fratricida que marcó a una generación que, a
riesgo de contradecir a Gertrude Stein, creo que fue la
verdaderamente
perdida. En
Homenaje a
Cataluña Orwell-Blair destilará su
desencanto con
el totalitarismo disfrazado de promesa de un mundo mejor,
en uno de los relatos más conmovedores escritos sobre esa guerra, que desvela la
confabulación entre el Partido Comunista Español y el PCUS para destruir al
anarquismo español aún a costa del triunfo de la Falange. El volátil y sanguíneo
Hemingway, por su parte, recoge la saga de aquel momento de sangre y pasiones a
partir de un compromiso más estético que político en novelas como
Por quién
doblan las campanas y
Al otro lado del río y entre los árboles.
Eric Arthur Blair, mejor conocido como George Orwell, vivió con la
convicción de que el mundo se puede cambiar y que si para ello una herramienta
poderosa es la letra escrita, tomar las armas también es eficaz. Como nuestro
Martín Luis Guzmán, estuvo en las trincheras y más de una vez miró a la cara a
la muerte. Fue escritor, periodista, corresponsal de guerra y soldado.
Percibo a Orwell más cercano a Jack
London, cuya obra si bien llega a nuestros días como de “aventuras” o de “libros
juveniles”, en realidad buscó impulsar en el mundo de su tiempo el ideal
socialista al igual que John Reed
Orwell se
veía a sí mismo como un luchador social más que un escritor, lo cual lo
diferencia de otros creadores de su tiempo. Hemingway fue un poderoso creador,
cierto, pero también sibarita y diletante. Percibo a Orwell más cercano a Jack
London, cuya obra si bien llega a nuestros días como de “aventuras” o de “libros
juveniles”, en realidad buscó impulsar en el mundo de su tiempo el ideal
socialista al igual que
John
Reed. Por cierto y como nota al calce, London estuvo en México
enviado por, creo, el
Harper’s Magazine, para reportear
la
Revolución. Pero, y recuerdo esto a riesgo de invadir el
terreno de los psiquiatras, o de los curas, los calores y los olores del puerto
de Veracruz le provocaron un execrable antimexicanismo que se ve reflejado en lo
peor de su correspondencia.
Por las vías materna y paterna Orwell
era descendiente de aristocracias coloniales en decadencia al servicio de
imperios opresores, y pasó la vida incómodo con ese origen. Vio la primera luz
el 25 de junio de 1903 en Motihari, un poblado de la India. Según apreció su
biógrafo Jeffrey Meyers en
Orwell, tempestuosa conciencia de una generación,
desde su nacimiento el escritor “vivió torturado por una culpabilidad
colonial”.
Según Meyers, Motihari “fue el lugar menos indicado para el
nacimiento de ese escritor que fue la quintaesencia de lo inglés [...] El lugar
y las circunstancias de su nacimiento fueron factores cruciales en la vida de
Orwell. Fue educado para creer en lo justo de la dominación inglesa sobre la
India y de joven sirvió a la administración colonial. Pero su herencia contenía
la semilla de su propia destrucción. Con el tiempo abandonaría su odioso empleo
para condenar la maldad del imperialismo”.
Su padre, Richard Blair,
trabajó en el Departamento de Opio del gobierno colonial de la India, donde al
cabo de 32 años logró ascender de subagente auxiliar a subagente primer grado.
Su madre, Ida Mabel Limouzin, había crecido en medio de riquezas y estuvo
comprometida con un atractivo e inteligente joven quien puso pies en polvorosa
apenas supo de la bancarrota de su futuro suegro. Entonces Ida tuvo que
conformarse con Richard, el insignificante burócrata. Se establecieron en
Motihari y a la primera oportunidad Ida se acogió a la costumbre colonial de
llevar a los hijos de regreso a la Madre Patria para inscribirlos en la
escuela... y nunca regresó a la India. En otras palabras, escapó en cuanto pudo
e hizo su propia vida, alejada del marido e incluso de sus hijos. Cuando años
después Richard se jubiló y regresó a Inglaterra, vivieron en la misma casa en
recámaras separadas.
Orwell quiso vivir como lo hacían
los sectores más pobres de la sociedad para descubrir su mundo, de donde
nacieron dos libros: Sin blanca en París y en Londres (1933) y El
camino de Wigam Pier (1937)
Modesto
Suárez dice de Orwell que “educado en el prestigioso Eton College, tuvo a lo
largo de su vida una serie de experiencias que lo acercaron a los desheredados,
a los sin poder. Trabajó cinco años en la Policía Imperial India en Birmania,
donde conoció de primera mano la fuerza del dominio colonial. Más tarde, vivió
en la pobreza en París, ciudad donde enfermó por debilitamiento, y
posteriormente convivió con las clases trabajadoras en Lancashire, Inglaterra.
Orwell quiso vivir como lo hacían los sectores más pobres de la sociedad para
descubrir su mundo, de donde nacieron dos libros:
Sin blanca en París y en
Londres (1933) y
El camino de Wigam Pier (1937)”.
Bernardo
González Solano juzgó que “como todo gran personaje de la cultura que se precia
de serlo, George Orwell también tuvo sus claroscuros que, a pesar de todo, no
logran empañar su imagen en la posteridad. Así, por ejemplo hay algunos apuntes
sobre el oscurantismo de una época de confusión que marcó su literatura: ‘Lo que
he visto en España no me ha hecho un cínico pero me hace pensar que el futuro es
tétrico... No estoy de acuerdo, sin embargo, con la actitud pacifista como creo
que lo estás tú (carta dirigida a Rayner Heppensthal, el 31 de julio de 1937).
Aún creo que es necesario luchar a favor del socialismo y contra el fascismo,
quiero decir luchar físicamente y con armas, aunque hay que saber quién es
quién’.”
De nuevo Seara: “Como otros grandes intelectuales, George
Orwell decide incorporarse a las Brigadas Internacionales para luchar contra el
fascismo en la Guerra Civil Española. Orwell combatió al lado de los anarquistas
y pasó un poco más de tres años en las trincheras del frente de Huesca, donde
fue herido por un francotirador. La experiencia española (quizá sea mejor decir
la catalana) fue para Orwell rica en enseñanzas políticas. Ahí pudo ver de
primera mano el fascismo y conoció la fuerza y los métodos empleados por los
grupos alineados al comunismo estalinista: las campañas de desinformación, las
persecuciones (de las cuales Orwell pudo finalmente escapar saliendo de España),
las detenciones injustificadas, las torturas y las desapariciones. De estas
experiencias nace la obra
Homenaje a Cataluña [...]”
Rebelión
en la granja y
1984 son quizá dos de las obras más conocidas de
Orwell-Blair, dentro de una larga relación que incluye, además de las
mencionadas arriba,
Días en Birmania (1934),
La hija del reverendo
(1935),
Que vuele la aspidistra (1936),
Cazando al elefante y
otros ensayos (1950) y
Ensayos Completos: Periodismo y Cartas,
publicación póstuma (1968).
El primero de enero de 1984, en una suerte
de ritual político-literario un numeroso grupo de mi generación montó una
lectura del libro homónimo de Orwell,
1984, con la idea de contrastar su
trama con los tiempos que vivíamos en México. Ese año en la radio y la
televisión de muchos países se recrearon textos en homenaje al visionario
escritor, periodista y luchador social. En México, la Dirección General de
Televisión Educativa produjo una versión sobre
1984 transmitida por el
canal 11 que se me antojó a la altura de las series de la BBC y que
lamentablemente no ha vuelto a ser transmitida.
Ese día me pregunté qué
habría sido de
Bola de Nieve. ¿Lo recuerda? El truculento cerdo que cayó
de la escalera cuando a la inmortal frase “Todos los animales son iguales”
plasmada en el costado del granero añadía el colofón: “Pero unos son más iguales
que otros”... para justificar la dominación de la raza cerduna sobre el resto de
los bípedos y cuadrúpedos que soñaron con un mundo a salvo de la opresión humana
en
Rebelión en la granja. Es posible que el lector se pregunte por qué
pensé en
Bola de nieve y no en Winston, que al cabo es el personaje
central de
1984. La razón es que
in illo tempore creía que la
maldad tenía más posibilidades de triunfo que la bondad. En otras palabras, que
en la lucha entre el bien y el mal, el primero con frecuencia se lleva la peor
parte. Afortunadamente, el tiempo me ha demostrado que Orwell tuvo la razón, y
que la palabra y la acción política son las mejores armas para combatir la
malignidad y la opresión de los totalitarismos.