Escurridizo, amante de países cálidos y alegres, enemigo declarado del
invierno y de los colores oscuros, de Europa…, de la monotonía de lo establecido
como norma, no se deja, además, fotografiar fácilmente. Muchas de las
fotografías que circulan de él como artista plástico en las webs son puras
bromas suyas con secretos sentidos o intenciones. Frecuentemente, las fotos que
le representan son de religiosas (¡sí, monjas!). Si uno visita su perfil de
Facebook, para ver qué aspecto tiene el enigmático creador de
Cerezas,
hallará las fotos de una congregación de religiosas belgas, entre las que
aparece él con hábito religioso de hermana; aunque tampoco es él: es una monja
elegida al azar –eso sí, por lo general se identifica con la más bella.
Nadie de los que digan haberle tratado –amigos, o simples conocidos–
coincidirán en perfilar de forma coincidente el talante e idiosincrasia de
Fernando Lozano. Contradictorio y de rica pero inaccesible personalidad,
lo que sí sabemos de él es que viaja constantemente. En especial, por el
continente americano, en lo que se refiere a los últimos años. De hecho,
Cerezas está escrita íntegramente en La Capital de Cuba: La Habana, donde
residió ocho años. ¿Qué le llevó allí? Ante esta pregunta, fijó su mirada en la
mía y sonrió bonachonamente mientras tomaba un sorbo de su vaso de brandy y
hacía un gesto con la mano como si el hecho escapara del mundo de lo lógico. Esa
fue toda su repuesta.
De lo que sí puedo dar fe es de que el hombre al
que entrevisté en un café de la Diagonal, en Barcelona, es el mismo que aparece
en una de las solapas del libro
Cerezas: corpulento, cabeza rapada a lo
Telly Savalas, y mirada intensa.
He indagado en una de las
presentaciones que de él se hace en una página web, que espero me permitan
reproducir parcialmente: “Gran viajero, se ha vinculado en estos últimos años al
Caribe, en el que estableció en 2001 su factoría principal de inspiración y de
creación. Su obra pictórica y escultórica, desde 1973, es inmensa. Por ello, no
ha de extrañar que sus épocas pictóricas sean remarcablemente muchas y
distintas. Su original producción literaria está caracterizada por un
tratamiento imaginativo e íntimo de la homosexualidad. La huella viva de
Fernando Lozano nos coloca hoy ante una figura excepcional en la Historia del
Arte Universal”.
En una época en la que era costumbre medir en los
centros de enseñanza los famosos y tan polémicos cocientes de inteligencia, era
ya niño prodigio a los siete años por sus cuentos de terror, que leía a su
familia y a sus profesores (parece que los cuentos eran tan terroríficos que
algunos maestros prohibían que los demás condiscípulos asistieran a las
lecturas). Aún adolescente, dirigió una compañía de teatro cómico compuesta por
amigos del colegio salesiano donde cursaba estudios, y adaptó y escribió él
mismo algunas de las obras puestas en escena. A los 18 años, fue el pintor más
joven en estar representado en el Museo de Arte Moderno de Tarragona. Y por
entonces ya había realizado sus dos primeras exposiciones individuales.
Estamos acostumbrados a creadores de un solo “palo”: pintores-pintores,
escultores-escultores, poetas-poetas y dramaturgos-dramaturgos. Pero aquí…, un
genio anda suelto.
Algunos creadores nos han mostrado más de una
dimensión de sí mismos. Es el caso de Fernando Lozano.
También en
calidad y cantidad de producción. Les sugiero que visiten:
www.fernandolozano.net
www.tinet.cat/~jfls
www.cayomecenas.com/mecenas1373.htm
Hasta la fecha y desde 1973, año en el que Lozano tomó los
pinceles por sugerencia paterna (su primera vocación había sido la literatura),
dejando para la pura intimidad sus poesías y cuentos –recordemos que fue el año
de la muerte de
Pablo Picasso-, largo y variado ha sido el trabajo de
Fernando Lozano como pintor. La rara
mediúmnidad del creador es
caprichosa como una danza de dioses antiguos. De los poemas y cuentos que el
artista destruyó o perdió en aquellos años de incesante trabajo ante las telas
—paleta en mano—, casi clandestino el fuego purificador, rehízo otros escritos,
otras obras de teatro, otros relatos.
Un genio anda suelto. Y
Ediciones
Carena, con la edición de la primera novela de Fernando Lozano que
ve la luz, permite atraparle en gran medida al menos, en lo que parece ser su
concepto del amor, en una obra que no carece, según el propio autor ha llegado a
confirmar alguna vez, de densos elementos autobiográficos.
Hablemos,
pues, de la novela
Cerezas. Ni el ameno discurso metafísico o el recurso
a lo paranormal, sin olvidarnos de lo humorístico, llegan a ser jamás lo
esencial de la obra. Tiene el autor maestría suficiente para convertir cualquier
elemento secundario solo en un fluido recurso argumental para el viaje sincero y
realista que osa proponernos: la fantasía en la pasión amorosa más elevada, en
una época, por cierto, en la que tanto necesitamos creer que lo espiritual
también es “sólido”.
Aquí el amor trasciende a sí mismo a través de un
entusiasmo e intensidad sin igual por parte de los dos protagonistas de la obra,
con victoria sobre la muerte de manera harto novedosa en la ya muy larga
historia de las ficciones humanas. Y en verdad que en pocas obras escritas Eros
ha pulverizado de manera más contundente y poética a Tánatos como en esta
peculiar novela, obra de teatro y acaso guión cinematográfico, que todo ello es
al mismo tiempo
Cerezas. Y es aún más novedoso cuando el amor del que
trata esta novela es el de dos personas del mismo sexo: dos hombres (aunque para
el caso podrían ser también dos mujeres).
Y no se inquieten porque les
pueda yo desvelar en demasía el contenido de la obra. Lo que importa no es lo
que sucede en
Cerezas. Es cómo sucede. Y las infinitas puertas que a la
imaginación abre el autor, atreviéndose a dejarnos ante los muchos caminos, y
largos, de nuestros particulares optimismos. Solos. Hasta en esto tendremos que
concluir que Fernando Lozano se nos vuelve a escapar, anguila escurridiza…,
creando tenaz en sus telas, pincel en mano, y en sus escritos; escondido en
algún país exótico.
Y el arte continuará con su inmortal rito. Y un
genio seguirá suelto.