Ese delincuente infantil el espejo en el que puede ver su propio rostro un
país en el que nada está bien: ni la seguridad básica de las personas y sus
patrimonios, ni la procuración de justicia, ni su administración, ni la economía
como generadora de valor y empleos, ni las pautas básicas de convivencia social.
De acuerdo con la legislación penal de Morelos, el máximo castigo que se
puede aplicar a “El Ponchis” es de tres años de prisión. Cuando sea puesto en
libertad, tendrá diecisiete años de edad, habrá recibido capacitación en el
reclusorio y habrá acumulado mayor rencor contra todos y contra todo. Será –es
ya– una amenaza para la sociedad que lo empujó a la degradación humana de que
hoy es víctima.
“El Ponchis” es una muestra de
nuestra decadencia. Millones de niños y jóvenes son víctimas de la demolición
humana que él ha sufrido
No existen vías
legales ni prácticas para impedir que este joven salga a “trabajar” para el
mismo grupo criminal que lo indujo a delinquir o para cualquier otro, pues
empleo es lo que sobra en el crimen organizado para los adolescentes sin escuela
ni ocupación ni porvenir. Adolescentes que no respetan la ley ni las pautas
básicas de relación social porque no tienen la vivencia de su significado debido
a que nacieron y crecieron en el peor de los mundos posibles.
“El
Ponchis” es una muestra de nuestra decadencia. Millones de niños y jóvenes son
víctimas de la demolición humana que él ha sufrido. Por todos los cruceros más o
menos concurridos de las ciudades pululan enjambres de muchachos armados de una
botella con agua jabonosa y una jerga, que se ganan unos pesos limpiando vidrios
de los autos, y casi todas las calles de la Ciudad de México están ocupadas por
franeleros. No hay lugar para ellos en la sociedad; ¿cómo podemos esperar que no
nos ataquen?
Algunos disfrazan con tales actividades otras ilegales y
más redituables, como la venta de drogas al menudeo o la vigilancia de futuras
víctimas de extorsión, secuestro u otros delitos. Otros se dedican a estas
tareas relativamente inocuas porque aún no se han decidido a ingresar al crimen
organizado, y unos más se están preparando para hacerlo.
La revolución logró romper durante
varias generaciones la maldición de la desigualdad gracias a la escuela pública,
los desayunos escolares, los libros de texto gratuitos y el trabajo admirable de
los maestros de primaria
Estos fenómenos son
parte del costo social que debemos pagar por tener una economía semiparalizada,
que empezó a declinar a raíz de las severas crisis de fin de gobierno en los
años 1970 y 1980, que pareció repuntar en el último decenio del siglo pasado y
que se ha estancado en lo que va del presente siglo, con un crecimiento medio
anual de 1.2 por ciento, cuando la población aumenta en 0.94 por ciento en
promedio cada año.
A ello se suma la creciente disparidad en la
distribución del ingreso que, como analiza Carlos Tello en su más reciente libro
Sobre la desigualdad en México, ha sido el factor constante a lo largo de
nuestra historia y “en ella –en la desigualdad– se basó, en buena medida, el
desarrollo económico y social de México”. Las sociedades prehispánicas fueron
desiguales; lo fue más la Colonia; ni la independencia ni la Reforma modificaron
los patrones de distribución del ingreso. La revolución logró romper durante
varias generaciones la maldición de la desigualdad y convirtió a los hijos de
los campesinos, obreros y desempleados en profesionistas, gracias a la escuela
pública, los desayunos escolares, los libros de texto gratuitos y el trabajo
admirable de los maestros de primaria.
Pero
todo eso se
acabó y no tiene para cuando remediarse. De acuerdo con
las cifras oficiales, el decil más pobre de la población –en el que están los
“Ponchis” de todo el país– recibe apenas el 1.4 por ciento del ingreso, mientras
que el decil más rico, en el que están personas y familias que son admiradas y
respetadas por su fortuna, recibe el 41 por ciento del ingreso. Esto ocurre cada
año: la pobreza y la riqueza extremas se van acumulando hasta llegar al
desquiciamiento en que hemos caído.
Para los marginados no existe el
mercado, las elecciones, los periódicos. Perdidas todas las esperanzas, si
alguna vez las tuvieron, les quedan muy pocas opciones de vida: la
autodestrucción por la vía del alcoholismo y la drogadicción, la emigración
laboral o la incorporación al crimen organizado: existen familias enteras
dedicadas al secuestro, el narcotráfico, el asalto, la trata de personas y otras
actividades delictivas.
Cómo podemos rescatar las ciudades
que, para todo fin práctico, están en poder del crimen organizado, cuando los
niños nacen en hogares desintegrados
Yo me
pregunto cómo podemos esperar que no se reproduzcan los “Ponchis” en todo el
territorio nacional, a la vuelta de nuestras casas, de nuestros empleos, de las
escuelas de los niños, si la economía no crece y las desigualdades se agravan.
Cómo podemos rescatar las ciudades que, para todo fin práctico, están en poder
del
crimen
organizado, cuando los niños nacen en hogares
desintegrados, crecen en la calle y desde muy temprana edad aprenden a escapar
de la realidad a través de las drogas.
Para mí está claro que estos no
son problemas que se plantee el panismo; a ellos lo que les interesa es
no entregar el
poder al PRI y van a hacer todo lo que esté en sus manos,
ya sea para seguir en el gobierno o para trasladarlo a un “ciudadano” –como si
los políticos no fueran ciudadanos– apoyado por ellos y por la parte del PRD
controlada por “los Chuchos”, pero no para hacer bien lo que Fox y Calderón han
hecho mal, sino para cerrarle el paso al priismo.
Y si el PAN no puede
ofrecer sino más de lo mismo, nadie sabe lo que propone el PRD, en el que lo
único importante parece ser el control del aparato del partido y, obviamente,
del presupuesto. El PRI, que hasta ahora es el más viable triunfador para 2012,
no ha dado indicios de cómo propondría rescatar al país de la ruina en que se
encuentra, tal vez porque está en espera de que su candidato presidencial marque
el rumbo, como siempre, y contra lo que alguna vez pensó Reyes Heroles: primero
el candidato y luego todo lo demás.
Mientras tanto los “Ponchis”
continúan incubándose y convirtiéndose en máquinas de matar, como Jacobo Tagle,
el asesino de Hugo Alberto Wallace, y como los miles de sujetos de esa calaña
que descuartizan los cadáveres que aquí y allí aparecen con tanta frecuencia que
nos hemos acostumbrado a ello. No sé cuándo el poder público se resolverá a
impulsar la economía, generar empleos permanentes y formales, aplicar una
política social que convierta a los pobres en clase media en vez de perpetuar la
miseria, garantizar niveles aceptables de calidad en todos los niveles
educativos. Espero que cuando lo haga, si lo hace, todavía el país, nosotros,
estemos en condiciones de recuperar cierta normalidad.