“No tengo Facebook porque no lo necesito, y no lo necesito porque quedo con
mis amigos sin tener que meterme en Facebook. Otros se han hecho dependientes,
yo no”, aclara, menuda, ponderada, con la misma volatilidad que una piñata. “La
historia comenzó en la
vila universitaria de la UAB [en la que estudia
Periodismo]. En una charla de sobremesa con compañeros de piso, ellos comentaban
las supuestas conversaciones que mantenían en sus
muros. Ni mi novio ni
yo estamos en Facebook. Ese día cogí un boceto e hice la estructura del libro y
resumí lo que pondría. Algunos capítulos se me han desbordado, sobre todo el de
la censura en internet: no me imaginaba que hubiera tanto de lo que hablar. Por
ejemplo, la Revolución Twitter, en Irán, y su papel en las elecciones.”
Para Raquel, Facebook es la Gran Mentira: “Uno vende imágenes de sí
mismo que no son reales. Claro, se pone la cara bonita, no vas a colgar las
fotos con tus defectos… Somos la Generación Yo, SL: nos convertimos en el
producto que vendemos. Las personas son escaparates”.
No es que no le
guste internet, ya que
ha abierto una página
web para su libro, sino que no soporta la comidilla por
los vestiditos de popelín crudo que
Letizia Ortiz luce en la Zarzuela. No
se siente muy católica cuando se le obliga a consultar la cartelera en la red
social o bien cuando sin quererlo ni beberlo se le invita, nuevamente, a entrar.
No conoce a
Mark Zuckerberg, aunque ha visto la película que sobre la
epopeya de su invento ha dirigido David Fincher, y le ha gustado, pero sólo
cinematográficamente hablando (“el actor principal lo borda”). No se traga que
sea una biografía “no oficial” ni que detrás de la película no haya mucho
dinero, más que nada, porque cuando sales del cine “Zuckerberg te parece
simpático”. No idolatra a nadie, ni cree en las teofanías ni en la opereta del
misterio de la reencarnación.
No cree que haya 500 millones de usuarios
conectados “a esta cosa”. “¿Son 500 millones de personas reales o virtuales?”,
duda.
No es que no le guste internet, porque se abrió un blog personal
desde el que canta al mundo cada mañana. No le gusta madrugar, como a nadie.
No le gusta la página: “Yo también creo que las moscas traman algo con
ese frotar de manos”. No le gusta la página: “Yo nunca vi al señor que regalaba
droga en la puerta del colegio”. No le gusta la página: “Si un policía me dice
"papeles" y yo contesto "tijeras", ¿quién gana?”.
No le gusta contar su
vida privada a la ligera: “Ahora estoy mirando la tele”, “Ahora estoy comiendo
ganchitos”, “Ahora me acabo de despertar”. No entiende la razón por la cual la
gente pierde el tiempo en tonterías: “Me llama la atención el
spam
personal, esa gente que pone algo de su vida que le gusta mucho. Por ejemplo, mi
cuñada se casa, y cada día envía un mensaje recordándolo”. Sí entiende la razón
por la cual la gente pierde el tiempo en tonterías: por la mal traída fama:
“Tendemos a una sociedad de hombres y mujeres grises en la que no hay contacto.
Buscamos el contacto donde nos hacen caso, porque en la vida diaria pasan de
nosotros. ‘Al menos en mi paginita personal sólo hablo de mí, es mi minuto de
gloria’, se consuelan, pero se trata de la misma sociedad gris de perfiles. La
gente sólo quiere hablar de sí misma. El conformismo ha acabado con el discurso
crítico (hay crisis económicas pero en las rebajas se llenan los bulevares), y
la televisión-basura ha acabado con la cultura. Los valores son los de
Operación Triunfo, el triunfo fácil: o triunfas o fracasas”.
No
le gusta que la red social se retroalimente con la excusa de que ayuda a que se
produzcan los reencuentros de la promoción del instituto. No le gusta porque
opina que esas cenas, diez años después, son artificiales.
No le gusta
la censura ni la autocensura.
“Para redactar este ensayo me abrí una
dirección falsa en Facebook, temporalmente. Ya no la uso, la he abandonado.
Ahora mismo debe de ser un cadáver virtual. Me pregunto: ¿dónde estará el
cementerio de la Red?”
No le gustan los cementerios virtuales.
No le gustan los cementerios.
“A pesar de todo, soy muy
positiva.”