Algún lector podría preguntarse si ahora reseño la nota roja de capitales
peligrosas en las antípodas, pero no es así. Aunque poco o nada nos diga su
nombre en estas latitudes, Ngugi wa Thiong’o es una de las cumbres de la
literatura africana y universal y un ser humano excepcional. Hoy es profesor
distinguido de literatura comparada en la Universidad de California.
Nadie en Kenya cree que la agresión de que fue víctima en agosto del
2004 haya sido un caso más del ambiente de crimen y violencia que vive el país.
Los libros de Thiong’o están prohibidos desde que en 1977 el “padre de la
patria” Jomo Kenyatta y su vicepresidente Daniel arap Moi lo encarcelaron y
desmantelaron el teatro al aire libre en el que se presentaba su obra Me
casaré cuando yo quiera, que habla de la injusticia y la inequidad en
aquella nación. El arresto fue al amparo de un “decreto de seguridad pública”,
pues en Kenya el teatro y la literatura independientes son instrumentos de
disolución social. Como hemos visto a lo largo de la historia una y otra vez, en
un régimen autoritario la primera víctima es la inteligencia; la segunda, la
verdad. Luego se asesina al sentido del humor y se entroniza en su lugar a
Don Gracejo Político. Juzgue el lector si no: Thiong’o publicó una
novela basada en una leyenda kikuyo en la que un luchador social, Matigari, jura
alzarse en armas para lograr la independencia del país. Al popularizarse el
libro, las autoridades expidieron una orden de aprehensión en contra del
“agitador revolucionario Matigari” por “conspirar para derrocar al régimen”.
Podría uno morirse de risa con el cuento… de no haber sido por el baño de sangre
que le siguió.
A consecuencia de aquel proceso, el escritor estuvo
encerrado y sin juicio durante un año. Al salir de prisión supo que había sido
destituido de su cátedra en la universidad. Durante los años siguientes él y su
familia fueron sistemáticamente hostigados.
Para Ngugi wa Thiong’o, el inglés en
África es una “bomba cultural” que acentúa el proceso de borrar la memoria de la
cultura e historia precoloniales y un mecanismo eficiente de nuevas e insidiosas
formas de dominación
En un rasgo que define su personalidad, a pesar de la
represión Thiong’o decidió permanecer en su tierra y seguir publicando hasta que
las circunstancias lo obligaron a exiliarse en 1982, primero a Inglaterra y
posteriormente a Estados Unidos.
Pero al abandonar la cárcel, en una
decisión que me parece ejemplar e insólita, dio un giro extraordinario a su
vida: renunció al inglés, el idioma colonial en el que fue educado; al
cristianismo, que fue su religión inducida; a los valores culturales de
Occidente, e incluso a su nombre, que hasta entonces había sido James Thiong’o
Ngugi.
El fruto de esa decisión fue la primera novela moderna escrita en
kikuyu, su idioma materno: Caitaani Muthara-ini (Diablo
crucificado), publicada en 1980, con la que clava definitivamente la tapa
del ataúd sobre su pasado colonial. Diablo crucificado tiene además el mérito
enorme de que fue escrita en prisión, sobre tiras de papel sanitario. Al
enterarme de esto no pude menos que recordar a Knut Hamsun y su Hambre,
y al conmovedor Reportaje al pie de la horca de Julius Fucik, escrito
en una celda sobre trozos de papel estraza que eran arrojados por entre los
barrotes y recuperados en la calle fuera de la prisión de Praga por miembros de
la resistencia antifascista.
“Planteó que la literatura escrita por
africanos en un idioma colonial no es literatura africana, sino ‘literatura
afro-europea’ y que los escritores deben utilizar su propia lengua para dar a la
literatura africana su propia gramática y genealogía”, dice Jennifer
Margulis.
Sus novelas se nutren del conflicto
cultural derivado del papel del cristianismo, la educación en inglés y la
creciente opresión de los kikuyus y otros pueblos africanos a manos del
colonialismo europeo
En el adiós al inglés que fue su Descolonización del
espíritu publicada en 1986, el propio Ngugi conceptúa al idioma como el
instrumento que los pueblos tienen no sólo para describir el mundo, sino para
comprenderse a sí mismos. Para él, el inglés en África es una “bomba cultural”
que acentúa el proceso de borrar la memoria de la cultura e historia
precoloniales y un mecanismo eficiente de nuevas e insidiosas formas de
dominación.
En palabras de Margulis: “El escribir en kikuyo, entonces,
no es sólo una manera de dar voz a las tradiciones kikuyu, sino también de
reconocer y comunicar su presente. Ngugi no está interesado primordialmente en
la universalidad [...] sino en preservar la especificidad de los grupos. En
general, Ngugi recuerda que la lengua y la cultura son indivisibles, y que por
lo tanto la pérdida de aquélla tiene como consecuencia la pérdida de ésta”.
Este sentimiento puede explicarse mejor con una pequeña muestra de su
literatura. En traducción libre mía, un fragmento de “El mártir”, incluido en
Literatura africana, edición de Lennart Sörensen de 1971:
De nuevo cantó el búho. ¡Dos veces!
-Una advertencia para ella –pensó
Njorege. Y de nuevo todo su espíritu se inflamó de odio, odio en contra de todos
los de piel blanca, los extranjeros que habían desplazado a los verdaderos hijos
de la tierra de su hogar sagrado. ¿Acaso no había Dios prometido a Gekoyo que
daría toda la tierra al padre de la tribu –a él y a su descendencia? Y ahora
toda la tierra había sido arrebatada.
Ngugi wa Thiong’o
nació en 1938 en la congregación de Kamiriithu en el distrito Kaimbu, una zona
conocida como “la meseta blanca” en la Kenya dominada por los ingleses. Fue el
quinto hijo de la tercera de las cuatro esposas de su padre, un agricultor que
fue degradado a jornalero a raíz de un decreto imperial británico en 1915. Su
tribu, los kikuyu, es el mayor grupo étnico de Kenya.
Hay otro dato que nos ayuda a
entender el ambiente, los personajes y la textura de la obra de Thiong’o: la
participación de su familia en la rebelión de los mau mau, el movimiento
nacionalista contra el dominio británico provocado por la expropiación de
tierras
Aquella infancia y adolescencia transcurrida en una suerte
de esquizofrenia cultural marcaría la obra de Thiong’o, un kikuyu-africano y
occidental-cristiano, educado en una escuela inglesa y en las universidades de
Makerere en Kampala (Uganda) y Leeds (Inglaterra); hombre tribal heredero de una
cultura enfrentada al occidente, despojado de su lengua e inserto en el mundo
del colonialismo como catedrático en universidades estructuradas conforme al
modelo europeo.
Por esa razón sus novelas se nutren del conflicto
cultural derivado del papel del cristianismo, la educación en inglés y la
creciente opresión de los kikuyus y otros pueblos africanos a manos del
colonialismo europeo. De esa época son No llores, criatura, El río que
divide y Un grano de trigo.
Hay otro dato que nos ayuda a
entender el ambiente, los personajes y la textura de la obra de Thiong’o: la
participación de su familia en la rebelión de los mau mau, el
movimiento nacionalista contra el dominio británico provocado por la
expropiación de tierras. Su hermano mayor era militante y su madre fue torturada
por esa causa. Un hermanastro murió en la campaña.
Un grano de
trigo, título que alude al tema bíblico del sacrificio para la resurrección
(“a menos que muera un grano de trigo”) es la historia del heroísmo de un hombre
y su búsqueda del delator de uno de los dirigentes mau mau. Los hechos
tienen lugar en una aldea que es destruida en la guerra, como lo fue el propio
pueblo de la familia de Ngugi.
Mientras que Achebe, como bien
señalara Wole Solyinka, es el primer escritor africano que pone el inglés al
servicio de lo africano, Thiong’o denuncia el uso de ese idioma pues lo
considera un caballo de Troya cultural y al contrario de Achebe que nunca
escribe en ibo
En la vida real, cuando la rebelión fue sofocada en 1956,
habían muerto once mil rebeldes, y ochenta mil niños, mujeres y hombres kikuyu
estaban en campos de concentración. Además perdieron la vida más de cien
europeos y unos dos mil africanos leales a la pérfida Albión.
En la descripción de la vida de Ngugi encuentro profundas semejanzas con
la historia de otro gran escritor africano, apenas ocho años mayor que Thiongo,
y cuya obra ya he compartido con mis lectores: el nigeriano Chinua Achebe,
también miembro de una tribu dominante, también entregado al cristianismo,
también educado en inglés y también recuperado por la fuerza telúrica de su
cultura, como si se tratase de una versión inversa del complejo de Anteo. Creo
que esto no puede ser una coincidencia accidental, pues ambos fueron producto de
sociedades brutalmente colonizadas en donde los invasores pretendieron llevar a
cabo la sistemática eliminación de la cultura local, como sucedió en la
conquista de México.
En aquella oportunidad escribí: “Habrá sido en 1984
o poco después que en The Atlantic Monthly apareció el artículo ‘The
Empire Writes Back’ de Salman Rushdie acerca de la tsunami literaria
que avanzaba desde todos los confines del ‘Imperio en el que no se pone el sol’
sobre la metrópoli [...] Achebe fue un ciudadano del Imperio y el Imperio es su
principal referencia literaria. Colonos y colonizados, dice, nunca ven al mundo
bajo la misma luz.”
Hay sin embargo una diferencia fundamental entre
estos escritores hermanados por tantas otras razones. Mientras que Achebe, como
bien señalara Wole Solyinka, es el primer escritor africano que pone el inglés
al servicio de lo africano, Thiong’o denuncia el uso de ese idioma pues lo
considera un caballo de Troya cultural y al contrario de Achebe que
nunca escribe en ibo, regresa a su materno kikuyo con Diablo
crucificado.
Apunto para mi propia tranquilidad que a partir de ese
momento -en otra paradoja inversa- los editores –en particular los ingleses- se
apresuraron a traducir del kikuyu al inglés la obra de Ngugi, gracias a lo cual
ésta goza de un gran mercado entre los públicos de la antigua metrópoli y hace
posible que en otras partes del mundo también se le conozca.
Algo que me
resulta particularmente atractivo de la propuesta de Ngugi es lo que pudiera
tener de ejemplar para nuestra propia literatura vernácula, guardadas todas las
proporciones. Imaginémonos por un momento que un poeta totonaco o un escritor
maya renunciaran a escribir en español y dijeran al mundo (mexicano): “Si
quieren leernos aprendan nuestro idioma... ¡o promuevan traducciones al
castellano!”
Interesante idea, ¿no?