El trabajo de Thacker se basa, frente a las obras anteriores de Curt Riess,
Viktor Reimann y Ralph Georg Ruth -actualmente también en las librerías
españolas gracias a la editorial La Esfera de los Libros-, entre otros, en la
completa traducción del diario que el dirigente nazi llevó desde 1923 hasta sus
últimos días como voluntario recluso en el búnker de la Cancillería de Berlín,
donde ante el avance de las tropas soviéticas decidió quitarse la vida junto a
su mujer, y asesinar a sus hijos, antes que ver el amanecer de una Alemania
privada del nacionalsocialismo. Gracias a sus auto confesas páginas, el texto de
Thacker reconstruye con precisión, aunque con cierta rapidez y austeridad, la
compleja mente del hombre que ha pasado al imaginario popular como la más
acabada personificación del nazismo: el régimen que consiguió fraguar las más
elevadas cotas de cinismo, doblez en las relaciones internacionales,
manipulación política y terror desatado de la historia.
Aunque Thacker
hace buenas las enseñanzas de los grandes biógrafos que siempre aconsejan no
marear demasiado al lector con los años de infancia, lo cierto es que su
Goebbels crece demasiado rápido. Las escasas páginas destinadas a abocetar su
infancia y adolescencia resultan magras para tratar de dilucidar cómo pudo
afectar su conocida mala relación con su padre y la fracasada operación de
rodilla que le dejaría tullido de por vida en la psique de un hombre que haría
de la identificación mítica con un caudillo -Hitler- y de su adscripción
fanática, pero bufonesca dadas sus condiciones físicas, con una raza superior
elegida sus constantes vitales y políticas. Si bien es cierto que las sumas de
vida psicológicas en manos de escritores paracaidistas en la materia son
peligrosas, la escasa indagación en los traumas juveniles del más retorcido,
pero a la vez inteligente, de los asesinos nazis priva a su libro de un apoyo
indispensable para echar a andar.
El autor se presta a fijar una nueva
fotografía del supremo propagandista nazi. En ella queda el retrato de un hombre
fracasado en su ideal último, que ha pasado a la historia con la catadura de uno
de los más grandes demagogos de la historia y que ha quedado marcado para
siempre con el estigma de ser el retorcido maestro de la mentira, la
manipulación y la adecuación de la política a unos fines
criminales
Superiores son, sin duda, las
nutridas páginas dedicadas a trazar su creciente participación en el partido
nazi -más tardía de lo que el propio Goebbels habría de reconocer en público-,
su fiel adscripción al caudillo y la formación en su conciencia de varios
ideales básicos como fueron los del sacrificio, el culto a los mártires y la
creación de una entidad racial, cultural e histórica, llamada
‘volksgemeinschaft‘, que se convertiría en la causa última por la que Goebbels
estará dispuesto no sólo a inmolarse personalmente, al ser fracasa por la vía
militar, sino a llevarse a su tumba a su familia y a los millones de personas
que voluntariamente sacrificó para ver cumplido su ideal de un Reich que,
cultual y socialmente, cumpliera todas sus desmedidas expectativas.
En
un largo epílogo, el autor se presta a fijar una nueva fotografía del supremo
propagandista nazi. En ella queda el retrato de un hombre fracasado en su ideal
último, que ha pasado a la historia con la catadura de uno de los más grandes
demagogos de la historia y que ha quedado marcado para siempre con el estigma de
ser el retorcido maestro de la mentira, la manipulación y la adecuación de la
política a unos fines criminales. Visceralmente conservador en lo cultural,
orquestador de su propia vida con un talento sin igual para la dramatis
personae, y revolucionario en la concepción alemana y aria de lo social, sobre
sus espaldas se hace recaer el peso de la vesania racista que condujo a los
paredones de fusilamiento y a las cámaras de gas a millones de personas con una
falta de humanidad personal rayana lo increible.
Su legado, tristemente,
no parece muerto. La manipulación de los medios para que vomiten mentiras
unidireccionales hasta hacerlas creer incluso a aquellos que las producen; el
uso del cine, la radio -y ahora la televisión e Internet, medios que Goebbels
hubiera explotado de modo terrorífico- para transmitir los principios resumidos
de una ideología destructora, y la denigración del rival político y social por
sí mismo, junto a la tergiversación sin fin de las imágenes para obtener unos
resultados concretos, parecen más realidades de nuestra época que de los años en
que el doctor Goebbels y sus secuaces tuvieron que lidiar con unos medios
tecnológicos primitivos. Cabe preguntarse cuánto de nuestros medios de
comunicación, de la propaganda institucional que diariamente absorbemos, de la
ideología que desprende cualquier informativo y periódico, beben de un modo que
nadie reconocerá del hombre que consiguió que todo un pueblo odiara a una raza y
un mundo de los que casi nada conocía.