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Silvia Andrés y Rafael Manrique: <i>Diecinueve rayas</i> (milrazones, 2009)

Silvia Andrés y Rafael Manrique: Diecinueve rayas (milrazones, 2009)

    TÍTULO
Diecinueve rayas

    AUTORES
Silvia Andrés y Rafael Manrique

    EDITORIAL
milrazones

    OTROS DATOS
Barcelona, 2009. 165 páginas. 14 €



Silvia Andrés y Rafael Manrique

Silvia Andrés y Rafael Manrique


Reseñas de libros/Ficción
Silvia Andrés y Rafael Manrique: Diecinueve rayas (milrazones, 2009)
Por José Cruz Cabrerizo, martes, 1 de junio de 2010
Lo primero que me vino a la cabeza al leer el título de libro, Diecinueve rayas, fue un chiste. El del hombre aquel tan delgado, que se compró un traje de tejido mil rayas y cuando se lo puso le sobraban novecientas noventa y nueve. Pero también hay rayas más serias: las del encefalograma y la del electrocardiograma. Cerebro y corazón, productos de casquería para quien guste. Y si en la variedad está el gusto, en la unicidad está la maestría. Porque hace falta ser hábil. No para llenar un libro con diecinueve relatos (o dieciocho relatos y un guiño cómplice), que eso lo hace cualquiera, sino para que esos 18 + 1 = 19 compartan una única disposición estructural, estilística, formal, dimensional… Eso también lo hace cualquiera, por ejemplo versionando taytantas veces un mismo relato, pero no es ese el modelo que Silvia Andrés (de quien la entradilla biobibliográfica no dice más que dónde vive y trabaja) y Rafael Manrique (de quien la entradilla biobibliográfica dice mucho) han seguido.
Rellenar 164 páginas con un mismo patrón, irle con el cuento (con los cuentos) a un editor y lograr que soporte la publicación, y eso sin tener que apuntarle directamente con una pistola a la cabeza/cerebro o al corazón, y que el libro una vez en la calle no provoque un ictus cerebral en el lector, sino que lo haga disfrutar, eso ya tiene su miga.

Porque Diecinueve rayas no son un conjunto de narraciones clónicas, ya digo, pero sí que todos y cada uno de los relatos tienen una estructura única e inamovible: se abren con un amplio resumen-acotación que abarca lo espacial, lo temporal, y los personajes involucrados, (“Exterior. Kassel, Alemania. Tarde de junio. Documenta 12 abre sus puestas mañana. En una amplia avenida de la ciudad la artista Lotty Rosenfel ha pegado en el asfalto, perpendiculares a estas, unas cintas adhesivas sobre las rayas que delimitan los carriles de circulación…”).

Luego intervienen los personajes, pero, y está leyendo bien, no se relacionan entre ellos mediante el diálogo, sino por medio del mecanismo de un narrador omnisciente que vierte sobre el papel los pensamientos y los puntos de vista de aquellos, y ello en bloques monolíticos. El que “habla” una vez ya no vuelve a tener voz. Son como bolsitas de te, o comprimidos efervescentes. Pongamos por ejemplo el brillantísimo “La raya de los pantalones”. La cosa es así: introducción en la que asistimos a una sesión de speed-dating, ese modelo de cita a ciegas importado del Reino Unido en el que se celebran entrevistas exprés (conversaciones de seis minutos) para ver si encuentras pareja. A continuación llega el momento “narrativo”: el narrador “capta” el pensamiento de algunos asistentes que responden a modelos arquetípicos de conductas que se podrían encontrar en esos eventos. Finalmente el relato se cierra con la “transcripción” correspondiente al presentador del evento, un famoso televisivo, que dirige una mirada de pastor bondadoso a los llamados a esa cena. Ese es el modelo unitario: el narrador vuelca primero lo de uno, luego lo que piensa y observa la que tiene enfrente, y así la estructura se repite en todas las narraciones de forma que tenemos una visión especular, complementaria, y esférica del universo que compone el tema en torno al que gira ese relato… Parece complicado, ya lo sé, por eso también en mi descargo le digo que es más fácil de leer que de explicar.

Esas historias no están en forma de monólogo interior desordenado, sino que todo está muy estructurado

De qué manera consiguen este autora y autor radiografiar situaciones y atmósferas (“La raya del hotel OMM”), trazar el mapa de una situación emocional, por ejemplo de deseo (“La raya de las medias”), o de la desorientación, de las grandezas y miserias de los tipos humanos que van a conformar la sociedad de dos países que germinan (“La raya fronteriza entre Mauritania y Mali”), la corrupción y la situación de pobreza que empuja a mover los hilos de la blanca a los peones más insignificantes (“La raya de coca”), ya digo que no lo sé. Tampoco sabía que leyendo un libro de estas características iba a descubrir una nueva veta narrativa, otra forma de contar, entre las incontables que están por localizar.

Otra cosa que llama la atención es que el narrador no cambia, es siempre el mismo transitando todas y cada una de las historias erre que erre con su tono reconocible. Esas historias no están en forma de monólogo interior desordenado, sino que todo está muy estructurado. Y es que es cierto que podríamos mirar eternamente por el ojo de la misma cerradura sin llegar a cansarnos, porque al voyeur que habita en cada lector le interesa lo que ve, no la muesca de la llave.

La trama también se repite: qué mueve a los personajes a estar en este momento ahí y qué persiguen. Los resultados no los vemos porque todo tiene un carácter de foto fija, el relato transita sin cerrarse. De los personajes señalar que la mayoría responden a un perfil: son bastante leídos, el narrador no tiene empacho en endosarles unas cuñas supereruditas, unos pensamientos profundos, y se permite citar textualmente algunos fragmentos de poesías que vienen a cuento… La muesca de la cerradura, ya le digo.

Dicho todo lo anterior no sé si alguien se habrá enterado de que recomiendo la lectura del libro

Por mis palabras parecería que estoy dando la crónica de una performance o una de esas instalaciones literarias de catadura intelectual tan elevada que nadie entiende, como nadie veía el traje del rey. Es porque dicho todo lo anterior no sé si alguien se habrá enterado de que recomiendo la lectura del libro. Y si es que sí, que se ha enterado, entonces querrá que le dé una explicación coherente sobre el porqué de mi afirmación. Y otra vez le digo lo mismo: que ya me gustaría a mí saberlo. Podría ser el atrevimiento de una estructura como la que presenta, su realismo literaturizado del nadie es perfecto, el hecho de que da varias veces la vuelta al mundo, e incluso se posa en la zona 0-0 (“Las rayas de paralelos y meridianos”), la perfecta concreción de los tipos humanos y la sabia administración de los datos, la falta de interés por diferenciar tantos relatos en tantas voces narrativas, la ausencia de recursos estilísticos... Yo que sé.

Un aspa, una equis, son dos rayas que se cruzan con direcciones opuestas. Cada uno de estos relatos es eso, cruces, sentidos opuestos, intersecciones, y máscaras que caen. Muchos de estos artefactos narrativos interpretan alguna de las definiciones que se contienen en la entrada “raya” de la página 9, otros no; unos son más interesantes, otros (los menos) menos… Las rayas de un uniforme de presidiarioes para mi gusto el más conseguido en la tarea de fabricar un universo (el de los intereses que confluyen en la decisión de si los presos de una cárcel deben llevar uniforme de rayas o no). No nos engañemos: decimos una cosa, pero en lo profundo de nosotros late algo muy distinto aunque no lo reconozcamos, porque todo depende de en qué raya de la X estamos. Por ejemplo: ¿Ha descendido a los infiernos de la delincuencia criminal, no la “social”, la del que ante la necesidad tira por el camino de en medio? ¿Ha sufrido o no alguna vez un ataque violento? Y ¿verdaderamente tienen tanta importancia las rayas en el uniforme de un presidiario cuando el propio detractor de las rayas se pone esa mañana una camiseta a rayas? ¿No estamos en un mundo donde el “parecer” está por encima del “ser”, la apariencia por encima de la esencia? La feminista de “Las rayas del signo =” (p. 140 “Le gustan esos dos hombres tan elegantes, tan pulcros y tan amables. La tratan como a una reina”) no tiene desperdicio.

Pero que tampoco estas líneas anteriores le lleven a engaño, porque el libro no raya ni es reaccionario. Solo coherente: el instinto de supervivencia (materializado hasta en lo más sutil, por ejemplo al hilo del último relato comentado, hay que vestirse de tal forma para que te respeten), prima sobre todo lo demás, ya sean ideologías, conductas, convenciones y convencionalismos. En “Las rayas de la bandera de los EUA” está más que claro eso, que todo va en el lado de la raya del que hayas caído.

Este libro podría resultar abominable si se mira bajo el prisma de lo que la heterodoxia oficial considera debe ser un relato breve. Es genial si lo que le interesa es una lectura de relato breve entretenida y fresca (“Las rayas del código de barras”), diferente, amena, y enriquecedora. Decididamente, es un libro que se pasa de la raya. 
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