Yo (Autor:
Nar-Dos)
Yo la quería.
Cada vez que observaba sus chispeantes ojos, cada
vez que oía su risa, cada vez que la abrazaba y sentía los latidos de su
corazón, dominaba en mí un extraño sentimiento, bajo cuyos efectos era capaz de
convertirme en el mejor de los bienhechores o, por el contrario, en el peor de
los delincuentes.
Si me quería o no ahora mismo no lo sé, pero en
aquellos tiempos confiaba en ella ciegamente cuando me aseguraba que me quería y
cuando me juraba que ni la muerte conseguiría separarnos.
Era mi último
año en la facultad de Derecho. Muy seguro de mí mismo, tenía por delante una
vida llena de ilusión y esperanzas. Lleno de amor, ilusionado y optimista por
ese futuro que me deparaba la vida, preparaba incansablemente la disertación de
final de curso, lo que más tarde sería la base de mi éxito y grandeza.
Pero...
Ay, ese pero...
Ahora que todo está perdido,
definitivamente perdido, recuerdo aquellos momentos y revivo aquel terrible
dolor.
A pesar de todo, continuaré la historia.
Una vez, en el
lejano norte, encerrado en mi estudio, escribía los últimos capítulos de la
disertación, cuando recibí una carta en la que ella, mi chica, me decía que sus
demostraciones de amor simplemente habían sido fruto de una equivocación.
También decía en la carta que la olvidara porque en poco tiempo se casaría con
otro hombre. Al final de la carta, literalmente decía: “Sé que esto no te
agradará mucho, pero bueno, casi todo lo que ocurre en esta vida es muy
inesperado y todo puede suceder. Nada es imposible”.
Al principio no le
di mucha importancia. Pensé que sólo se trataba de una broma por parte de mi
niña y que quería jugar conmigo o, simplemente, lo hacía para probar mi amor.
Primero, desconcertado; seguidamente, irritado y enfadado, y, por último,
desilusionado, esperaba las respuestas de las cartas y telegramas que le he iba
mandando después de aquella “bromita”. No recibí ninguna respuesta. Seguí
escribiéndole. Un telegrama rompió aquel terrorífico silencio que sólo decía:
“Me casé”. Me y casé, ni una palabra más. Seguramente, me ha mandado este
telegrama para que dejara de aburrirle con nuevas cartas.
Al principio,
ese telegrama no me afectó demasiado y reaccioné con cierta indiferencia y
apatía. Pero más tarde, y sobre todo por las noches en las que no conseguía
dormir, mi cerebro se envolvía en una amargura enfermiza y creía que me volvía
loco. Antes, cuando confiaba en su amor, simplemente sabía que era mía y mía
sería siempre, inseparable y eternamente, me parecía que no la quería tanto como
ahora, cuando ha dejado de ser fiel a mi amor y la he perdido para siempre. Eso
ocurre siempre cuando quieres a alguien, te das cuenta que el amor que sientes
por esa persona es mucho mayor después de perderle.
Ya no entendía que
me pasaba. Me sentía vacío por dentro y por fuera. Era como si alguien hubiese
extraído mi cerebro de la cabeza y me hubiera arrojado al desierto para que
vagabundeara en la terrible soledad sin ningún destino, sin sueños, sin logros y
sin ninguna esperanza de salvación. Notaba que mi corazón se llenaba gota a gota
por una necesidad de venganza. Ella no sólo dejó de lado mis sentimientos más
puros sino también a mí mismo como ser humano, y rompió con absoluta frialdad
mis esperanzas, mi futuro. Antes de que me dejara, yo era un águila que volaba
en lo más alto, donde muy pocos hombres llegan. Ahora me he convertido en un ser
miserable que apenas se despega del suelo. ¿Podría algún día perdonárselo?
Decidí ser cruel e injusto hacia ella para tratarla de igual modo y darle su
merecido.
“Yo ya no existo..., que ella tampoco exista”, dije un día.
Dejé la universidad, la disertación, todo lo que era mi vida hasta entonces para
poner en práctica mi decisión. Me llevé un gran disgusto con el que ni siquiera
contaba. La traidora se había ido de viaje con su esposo millonario, de origen
burgués.
La desesperación de nuevo vino a mí, ahora con más intensidad y
dureza.
Mi venganza se había quedado sin cumplir. Esa idea simplemente
me trastornaba la mente. Hubo un momento en que el suicidio me pareció el camino
más fácil para poner fin a esa tortura psicológica. Después me di cuenta que
eso, aun siendo el camino más fácil para poner fin a todo, es de cobardes y,
aparte, todavía tenía la esperanza de encontrarme con ella para proporcionarle
la contrapartida por lo que me hizo.
A este estado de ánimo le sucedió de
nuevo la indiferencia y no sentir nada hacia todo lo que me rodeaba. Necesitaba
que una fuerte agitación me sacara de ese estado de despreocupación. Al fin, lo
encontré junto a amigos alcohólicos y prostitutas. La mala vida me absorbía poco
a poco y yo no me daba cuenta. Cuando me di cuenta, ya era un hombre perdido.
Aquel estudiante de Derecho que tenía un brillante porvenir, con tantas
ofertas de trabajo de varios despachos prestigiosos, ahora se había convertido
en el hombre que se emborrachaba en los bares cercanos a los juzgados. También
se había convertido en el defensor de unos asuntos muy oscuros y, como si fuera
poco, siempre estaba ebrio. Definirme con los conceptos más negativos que se le
puede atribuir a un desgraciado alcohólico es quedarse muy corto. Mi tragedia se
resumía y se basaba en que yo me daba cuenta perfectamente de mi triste
consumación pero era incapaz de salir de ese charco lleno de toda clase de
basura. Resucitar, volver a nacer y ser el mismo de antes era lo que más deseaba
pero me sentía muy débil y estaba agotado. Ya era tarde...
Así pasé
cinco años.
Dejé de buscarla.
Una mañana, por casualidad, me
encontré con ella cara a cara. Ese encuentro fue tan inesperado para mí que por
un momento me quedé paralizado, inmóvil frente a ella, y por un impulso empecé a
aplaudir como un poseído. Me di cuenta de que ella se asustó, y como pude
comprobar, al principio ni me reconoció. No le culpo. Ella conocía a un joven
estudiante muy guapo de entre 22-23 años, excesivamente elegante, siempre bien
vestido, de buenos modales... Y ahora estaba ante un hombre abandonado en el
descuido con la nariz roja como un alcohólico profesional, la cara cubierta de
barba y con un aliento que olía a vino barato, tabaco y ajo. Llevaba un abrigo
que brillaba por la suciedad...
Sin embargo, ella había cambiado para
mejor. La que hacía un tiempo era mi niña delgada y muy traviesa, ahora era una
dama distinguida. Al verla, no podías pasar indiferente.
Estaba
totalmente confundido. Sentí una admiración hacia su triunfal belleza. Nunca me
había sentido tan poquita cosa, tan miserable y repelente como en ese momento.
Quise buscar en lo profundo de mi alma aquellas ganas de revancha que hace un
tiempo me devoraban, bajo cuyos efectos me sentía muy noble y lleno de orgullo,
pero no encontré absolutamente nada. Mi alma se había convertido en un desierto
abandonado.
Cuando intenté recordarle quién era yo, noté que quedó muy
extrañada. Me dejó con la palabra en la boca, subió a su carruaje y ordenó al
conductor alejarse a toda prisa de ese lugar. Supuse que lo hizo por miedo a que
la persiguiera.
Las siguientes 12 horas las pasé en la bodega tomando
vino, de donde consiguieron sacarme dos hombres cogiéndome de los brazos.
Después de ese encuentro, en las pocas horas que conseguía no estar
ebrio y en las que podía permitirme pensar, me preguntaba sin cesar cuál fue la
razón de mi caída. La causa, desde luego, no fue ella, ya que lo máximo que
puede hacer uno, si pierde a su amor, es estar un tiempo deprimido y triste pero
nunca llegar a estos extremos. Tenía que buscar la causa en otro sitio. Y empecé
a buscarla fuera de la infidelidad de ella, dentro de mí mismo, ya que sería
imposible caer de esta manera sin llevar las semillas del fracaso dentro. Pero
¿cuáles eran esas semillas?, ¿cómo han llegado a mí? Estos pensamientos, durante
mucho tiempo, me perturbaban la mente, pero no llegué a ninguna conclusión hasta
que, por fin, totalmente por casualidad, encontré no las semillas, sino,
directamente, la raíz en un relato italiano que iluminó mi mundo interior, hasta
entonces oscuro. Dicho relato se titula La venganza. Aquí, con una traducción
literal, presento esa historia de amor, cambiando sólo el título. Lo titulo Él,
para contrastar al protagonista conmigo.
Nota de la Redacción: agradecemos a
Ediciones
Carena en la persona de su director,
José
Membrive, la gentileza por permitir la publicación de este
fragmento del libro de
Ani
Khachatryan:
Antología de la
literatura armenia (Ediciones Carena,
2010).