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Ani Khachatryan (foto de Jesús Martínez)

Ani Khachatryan (foto de Jesús Martínez)

    AUTORA
Ani Khachatryan

    LUGAR Y FECHA DE NACIMIENTO
Gyumri (República de Armenia), 1986

    BREVE CURRICULUM
En Armenia estudió hasta segundo de ESO y cursó cinco años de piano y solfeo en una de las escuelas de música de su ciudad. A los 14 años se trasladó a Barcelona. Actualmente estudia Derecho en la Universidad de Barcelona y trabaja en una gestoría supervisando los trámites de extranjería. Miembro de la Asociación Amigos de Armenia, colabora con la Asociación Ararat




Opinión/Entrevista
Entrevista a Ani Khachatryan, autora de Antología de literatura armenia
Por Jesús Martínez, sábado, 1 de mayo de 2010
El piano

Adagio sostenuto. La Nieta

Cada vez que observaba sus chispeantes ojos, cada vez que oía su risa sincera, cada vez que le abrazaba y sentía los latidos de su corazón, dominaba en mí un extraño sentimiento, bajo cuyos efectos era capaz de convertirme en el mejor de los bienhechores o, por el contrario, en el peor de los delincuentes. Sólo tenía que pedírmelo. Nar-Dos (Diario de un hombre perdido)
El Abuelo refunfuñaba porque los compases de la bagatela Para Elisa los interpretaba con el tempo de una oda. Apenas tocaba las teclas, estas producían un sonido intenso y desvariado que hacía chirriar los dientes hasta del gato. Por eso, el Abuelo abandonó sus clases de piano con el convencimiento de que tras las cortinas tornasoladas los críticos de arte nunca se pararían a escuchar su música. No se hizo la miel para la boca del asno.

Cuando nació la Madre, una noche desmemoriada y de dádivas prometedoras, el Abuelo regaló a su hija un piano Royal de filarmónicas vértebras y con raya a un lado, de un negro brillante como los ojos de su retoño. La Hija del Abuelo, emancipada de sus deberes paternales, y con el maletín de sus pinceles en los dedos, aprendió a conjugar las sílabas y las melodías, y se graduó con los pies en la tierra, aunque luego ejerciera de maestra de Física y Química en los depósitos de las escuelas.

Cuando nació la Hija de la Madre, la Nieta del Abuelo, el piano había envejecido lo suficiente para dar las notas como si fueran una escalera de color. El re, el la y el do invertían sus términos y sonaban con desánimo si es que unas manos divinas no les acariciaban el costado como era debido.

Ani Khachatryan, la Hija de la Madre, la Nieta del Abuelo, es pianista de plenilunios en las farmacias del deseo. Quién lo diría. “No me gustaba nada, me obligaban”, se queja de vicio, porque si tocar con saña sabe hacerlo mejor que nadie Richard Clayderman, domar a las fieras con sonatas corresponde a esta mujer de sólida presencia. “No me gustaban las cuatro horas semanales de solfeo”, dice con desagrado, con los seis años de conservatorio cursados a cuestas. “Mi preferido era el Claro de Luna, de Beethoven. Yo tenía un pianazo, y ahora tengo un organillo pequeño con el que me conformo.”

Ani es un bumerang. Cuando nosotros vamos, ella ha vuelto, y ha hecho la compra y le ha dado tiempo a arrellanarse en el sofá y a sorber su refresco favorito con una pajita.

Nacida en 1986 en Gyumri, la segunda ciudad de Armenia, se llama así por las cenizas de su país. Ani, “la ciudad de 1001 iglesias”, fue capital de Armenia, hoy en territorio turco, por lo que su pronunciación evoca los sueños prohibidos de la tierra conquistada.

Allegretto. El viaje

Guiqor dirigía su mirada al pueblo con mucha frecuencia. Veía que nadie se había movido. Todos seguían en su sitio. Veía a su madre que se secaba los ojos con el delantal. Guiqor se movía a pasos mucho más rápidos que su padre. Daba vueltas alrededor de él... Se giró una vez más y, para su sorpresa, el pueblo quedó detrás de la montaña. Ya no se veía.
Hovhannes Tumanyan (Guiqor)

Ani está ocupadísima. Tanto que ha costado 21 días quedar con ella.

—Sí, sí, necesito que el cliente me traiga los papeles, sí.

Por las mañanas trabaja en una empresa de inmobiliarias, en la carretera de Santa Coloma, en Badalona, a tres pasos de la salida de Sant Adrià de la línea lila del metro. “No te asustes cuando vengas”, me previene por si me molesta que se les haya ido la luz. La claridad de un día pasado por agua suplanta las bombillas halógenas. En un espacio amplio, tres mesas alineadas, contra la pared. En la primera, se sienta la madre de Ani, Zaruhi; en la del medio, su hermana Anahit (Diosa del amor; Arpine, su otra hermana pequeña, significa Sol), y en la última, ella atiende el teléfono y cierra los contratos.

Por las tardes, Ani asiste a las clases de cuarto de Derecho en la Universidad de Barcelona. Para ella, las únicas asignaturas que se salvan son Penal I y Penal II. Evidentemente, querría ser abogada penalista. De los hurtos y los dolos, y de los robos agravados por el asesinato con premeditación, Ani saca las razones para seguir formándose en una carrera que empezó sin ninguna motivación. “Me convencieron. A tocar el piano me obligaron, pero a estudiar Derecho, me convencieron.”

Le bastó el artículo primero del Código Penal para sacudirse los picos de la falda y ponerse a empollar: “No será castigada ninguna acción ni omisión que no esté prevista como delito o falta por Ley anterior a su perpetración...”.

“Siempre he sido muy buena estudiante”, asume, sin la falsa modestia de la cancillera Ángela Merkel, y con un recorrido de movimientos transitorios y viajes tan largos como inacabables. “A los 14 años me vine a Barcelona. Antes, ya se había instalado aquí mi padre, que vino para amasar el dinero que le permitiera enviar a sus tres hijas a la Universidad. Mi padre es ingeniero, pero aquí empezó de paleta y hoy tiene una empresa de construcción: Sasha.”

Presto agitato.
El genocidio

Nunca antes Hachi había andado de forma tan descuidada por la calle. Su andadura siempre había sido una demostración escénica, firme y muy masculina. Avanzaba con la mirada fija en un punto en la remota lejanía y llevaba siempre una bufanda marrón que cubría su joroba de casi 70 años.
Derenik Demirchyan (La persona que sobraba)

Aleksandr, Alexander, Aram, Aristakes, David, Eduardo, Gagik, Grigor, Hampar, Hasmik, Jacob, Lusine, Marios, Mikael, Mkhitar, Saint, Simeon, Dadi, Stepanos... Aleksandr y Alexander, exhaustos, se secaban el sudor con los guantes de cabritilla de su piel fina y raspada. La caminata les consumía. Horas infernales bajo el sol abrasador que les quemaría la piel fina y blanca hasta alcanzar la población siria de Dayr az Zawr. Aleksandr y Alexander perecerían en el intento de sobrevivir a su propio esfuerzo. El genocidio armenio, hace 100 años, se cobró estos dos nombres, una aguja en un pajar de un millón y medio de asesinatos.

Ani siente hacia su familia el aprecio sincero que un niño siente hacia su tamagochi. Con el percutor de su lengua describe la sangrienta historia de su pueblo, y Ani se conmueve con ese millón y medio de ciudadanos aniquilados en lo que constituye uno de los episodios más vergonzosos de la historia de la humanidad. Evasiva como los desplantes de Valentino Rossi, si Ani decide enmudecer, lo hace en el mismo plano que Telma Ortiz. Le pido que me dé su versión del holocausto y se dispone a regresar al pasado, como Michael J. Fox: “No acabaremos hoy…”.

“La rivalidad entre Turquía y Armenia empezó hace siglos. El conflicto empezó, al principio, por territorio. A finales del siglo XIX, Armenia estaba dividida entre dos potencias, Rusia y Turquía. Ante los ojos de los sucesivos gobiernos turcos, los armenios eran considerados nación leal, debido a la falta de enfrentamientos armados, a pesar de ser ‘un pueblo conquistado’. Algunos grupos de armenios empezaron a pedir más derechos sociales y a dejar de pagar el doble de impuestos que los turcos, por su condición de dhimmi, es decir, de no creyentes. Los turcos, como respuesta, iniciaron las matanzas para crear un clima de terror y silenciar, de este modo, a quienes pedían igualdad de derechos”, describe, y su relato lo detalla con los números redondos del olor nauseabundo de la sangre. “Bajo las órdenes de Abdul Hamid, el sultán sangriento, más de 200.000 armenios fueron masacrados, entre 1894 y 1897. El genocidio en sí empezó aquí. Lo que vino en años posteriores, convirtiendo esa cifra en un millón y medio de víctimas, fue consecuencia del miedo, por un lado, y de la barbarie, por otro. Temían que los armenios de la parte turca pasaran a Armenia Oriental, uniéndose a las tropas rusas, para más tarde luchar en contra de Turquía. Mataron a los armenios, uno a uno, para prevenir posibles problemas.”

Esta chica tan débil como la salud de los brokers y tan fuerte como el ron añejo Cacique espera que la reconciliación entre los dos países se produzca pronto para que ella sea testigo: “No tengo amigos turcos, pero no me negaría”. Ani pertenece a la Associación Amigos de Armenia, que, el pasado 19 de septiembre, erigió un monolito enfrente del Museu Olímpic i de l’Esport, en Montjuïc, como señal de hermandad con Catalunya.

La cultura armenia es muy rica, muy interesante y muy desconocida. “Los domingos por la mañana, doy clases de armenio a los niños en un aula que la Iglesia Mayor de Santa Coloma de Gramenet ha cedido a la Asociación Ararat. Son pocos, en comparación con el número total de armenios, quienes saben escribir bien el idioma, que es, por otro lado, muy difícil, un desgarro del cirílico. Ten en cuenta que somos un pueblo de 11 millones de personas repartidas por todo el mundo, y en la propia Armenia sólo viven tres millones, a causa de las masacres y del terremoto de 1988, que fue brutal”, documenta, y muestra las causas por las que las diferentes migraciones han poblado de compatriotas los dos hemisferios. “Estamos en Bélgica, Francia, Latinoamérica y, claro, en Estados Unidos. Los Ángeles es la gran colonia. Allí viven mis tíos, y allí con el armenio pasas, no tienes que aprender inglés.”

La joven Ani Khachatryan, para evitar que definitivamente sus muertos sean silenciados por las paletadas del olvido, ha recopilado los textos literarios de cuatro autores reconocidos en su tierra.

Nacidos entre el siglo XIX y XX, padecieron el genocidio, al que sobrevivieron, y lo reflejan en su obra: el novelista Nar-Dos (Diario de un hombre perdido), el cuentista Hovhannes Tumanyan (Guiqor), el escritor de relatos Derenik Demirchyan (La persona que sobraba) y el poeta sarcástico Avetiq Isahakyan, con su Patria de anhelos:

Mi patria es hermosa.
Los picos de las montañas se pierden en la noche de los cielos
Tus aguas son dulces, las brisas son dulces.
Tus hijos están en los mares de sangre.
¿Puedo morir por tu suelo, patria inestimable?
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