La estrecha relación novela (narración y épica) y poesía (lírica) creo que
donde mejor se detecta es en la novelística anglosajona modernista, y sobre todo
en autores como
Joyce
o
Virginia
Woolf, cuyas novelas presentan páginas y páginas
directamente relacionadas con la alta poesía. A este respecto siempre he
pensado, como ejemplo casi insuperable, en el comienzo de
Las olas (1931)
de Virgina Woolf, un texto casi híbrido, sin género, en el que la narración está
recorrida de principio a fin por la poesía.
Pues bien, sin duda ninguna,
a esta estirpe novelística heredera directa del mejor modernismo británico
pertenece la novela que aquí y ahora recomendamos. Me refiero a
En Grand
Central Station me senté y lloré (1945) de Elizabeth Smart, publicada en
español por la editorial cacereña Periférica a finales de 2009.
En Grand Central Station me senté
y lloré es una autobiografía alejada por completo de los métodos del género,
en la que Elizabeth Smart narra diversas fases de su relación con el poeta
inglés George Barker
En Grand Central
Station..., es una novela autobiográfica. O mejor dicho, deberíamos hablar
mejor de una verdadera autobiografía novelada, una autobiografía alejada por
completo de los métodos del género, en la que Elizabeth Smart narra diversas
fases de su relación con el poeta inglés George Barker, desde que se enamora de
él sin conocerlo físicamente hasta que queda embarazada. He empleado el verbo
narrar y no es del todo correcto, al menos en el sentido más explícito y
sobreentendido del término. Smart cuenta su vida (insisto, autobiografía), pero
lo hace “desde” la poesía, o al menos desde el uso de una técnica narrativa por
cuya sangre circula a velocidad de crucero el aliento poético, el aliento
lírico. Soy sabedor de que cuando empleo aquí el término “aliento poético” me
estoy yendo por las ramas, dada la imprecisión espantosa de la frase. Digamos
que, en mi opinión, Elizabeth Smart, al plantearse la narración literaria de su
relación amorosa con George Barker, se hace plenamente consciente de que el
empleo de las técnicas narrativas tradicionales no le va a ser útil para
expresar y plasmar el verdadero “estado de la cuestión”, y que va a necesitar de
la capacidad expresiva de la alta poesía para lograr su empeño: “contar” su amor
(su vida) pero plasmando poéticamente un “estado” interior y su evolución. El
resultado, sinceramente, es una obra maestra del género (¿de qué género?), un
libro que, como ha dicho Vila-Matas, es de una “bella intensidad, extrema y
rara..., un perfecto ejemplo de novela en comunicación con el gran espectro
poético”.
¿Pero quién fue Elizabeth Smart? Conocer la respuesta quizá no
sea del todo esencial para acercarse con provecho a la lectura de
En Grand
Central Station..., pero es indudable que aporta muchos elementos que harán
más fácil, intensa, comprensible e interesante la lectura. Recurro a la
wikipedia, y les dejó aquí algunos apuntes acerca de nuestra autora.
Aparte de poco convencional, la
relación de ambos fue tormentosa. Barker bebía mucho y contagió su adicción a
Elizabeth. Tenían frecuentes y terribles peleas, en las que llegaban a las
agresiones físicas
Elizabeth Smart
(1913-1986) fue una poeta y novelista canadiense. Su obra más conocida,
En
Grand Central Station me senté y lloré, narra su relación amorosa con el
poeta inglés George Barker (1913-1991). Elizabeth nació en el seno de una
familia socialmente destacada de Ottawa; su padre, Russell Smart, fue un abogado
de éxito. Su familia veraneaba puerta con puerta en Kingsmere Lake con el futuro
Primer Ministro de Canadá, William Lyon Mackenzie King. Ella comenzó a escribir
a edad temprana: publicó su primer poema a los diez años y reunió su primer
libro de poemas a los quince. A los dieciocho años dejó su país para estudiar
música en el King's College, de Londres. En 1937 comenzó a trabajar como
secretaria de Margaret Watt, presidenta de
Associated Country Women of the
World. Elizabeth viajó por todo el mundo acompañando a Margaret en sus
conferencias. Fue entonces cuando descubrió un libro de poesía de George Barker
y se enamoró no sólo de los versos, sino de su mismo autor. Después de estos
viajes volvería a Ottawa, donde pasó seis meses escribiendo notas de sociedad
para
The Ottawa Journal. Continuamente preguntaba en las fiestas por
Barker, insitiendo en que quería conocerlo y casarse con él. No tardó demasiado
en iniciar una relación epistolar con el poeta.
Ansiosa por iniciar su
carrera de escritora, Elizabeth dejó el periódico y la ciudad de Ottawa. Visitó
Nueva York, México y California, uniéndose a una colonia de escritores en el
Gran Sur. Mientras tanto, pudo establecer contacto con Barker a través de
Lawrence Durrell. Pagó el vuelo a Barker y a su esposa para que viajaran a EE.UU
desde Japón, donde él trabajaba como profesor. Casi de inmediato iniciaron un
apasionado romance que duraría casi lo que el resto de sus vidas. En 1941,
después de quedar embarazada, ella volvió a Canadá, donde tuvo a su primera
hija, Georgina. Barker intentó visitarla, pero la familia de Elizabeth utilizó
sus influencias para que las autoridades canadienses impidiesen su entrada en el
país por “conducta inmoral y deshonesta”.
Ella regresó a los EE.UU y
comenzó a trabajar como administrativa para la embajada británica en Washington.
Dos años después, en 1943, en plena II Guerra Mundial, se embarcó hacia
Inglaterra, donde Barker se había establecido. Allí consiguió un empleo en el
Ministerio de Defensa y tuvo a su segundo hijo. Fue en esos años en los que
escribió su obra más conocida,
En Grand Central Station me senté y lloré.
Se publicaron dos mil ejemplares en 1945, pero el libro no tuvo realmente éxito
hasta mucho tiempo después. Es una obra de ficción, pero con marcados tintes
autobiográficos, en torno a su relación con Barker. La madre de Elizabeth,
Louise, se disgustó enormemente al conocer la existencia del libro. Consiguió,
usando otra vez sus influencias, que se prohibiera su publicación en Canadá, y
destruyó todas las copias que pudo conseguir.
Elizabeth Smart se enamoró de forma
demencial, patológica, de George Barker, y En Grand Central Station me senté
y lloré relata el paisaje interior y personal de esa adicción a todas luces
autodestructiva
Barker la visitaba con
frecuencia en Londres. Ella volvió a quedar embarazada, y fue obligada a cesar
en el Ministerio de Información. Todavía tendría otro hijo más con Barker. Él,
que era católico, prometió dejar a su esposa para vivir con ella, pero eso nunca
ocurriría. De hecho, tuvo un total de quince hijos con diversas mujeres. Aparte
de poco convencional, la relación de ambos fue tormentosa. Barker bebía mucho y
contagió su adicción a Elizabeth. Tenían frecuentes y terribles peleas, en las
que llegaban a las agresiones físicas. A pesar de ello, o por causa de ello, el
enfermizo amor de Elizabeth por Barker solo acabó cuando acabó su vida.
Para poder mantenerse a sí misma y a sus hijos, Elizabeth Smart trabajó
durante trece años como redactora de anuncios. En 1963 ingresó en la plantilla
de la revista
Queen, de la que llegó a ser editora, incluso la redactora
mejor pagada de Inglaterra. En este tiempo disminuyó su dependencia física de
Barker y vivió una vida más libre y bohemia que incluyó varios amantes, hombres
y mujeres.
En Grand Central Station me senté y lloré había
circulado mientras tanto por Nueva York y Londres como libro de culto. Fue
reeditado en 1966 con gran éxito de crítica. Ese año Elizabeth dejó la escritura
comercial y se retiró a una casa de campo en Suffolk. Allí escribió casi toda su
obra, la mayoría de la cual fue publicada póstumamente. Escribió mucho, como
queriendo recuperar el tiempo perdido: poesía, prosa, incluso libros de
jardinería. En 1977, después de 32 años de ausencia del mundo editorial, publicó
dos nuevas obras,
The Assumption of the Rogues & Rascals y una
pequeña colección de poemas,
A Bonus. Siguieron
In the Meantime
(1984), una antología de poesía y prosa, y sus dos volúmenes de diarios:
Necessary Secrets: The Journals of Elizabeth Smart (1986). Smart regresó
a Canada para una breve estancia, de 1982 a 1983, como escritora-residente en la
Universidad de Alberta. Posteriormente pasaría un año becada en Toronto antes de
regresar a Inglaterra, donde moriría en Londres de un ataque al corazón.
Wikipedia define bien la relación de Smart con Barker: adictiva.
Barker acabó siendo una droga para Smart, quien estaba “enganchada” a Barker. En
su novela Smart ofrece una crónica despiadada y paradójicamente lúcida de esa
adicción, de sus síntomas, de sus consecuencias, de sus logros, de sus buenos mo
mentos, de sus peores momentos. Elizabeth Smart se enamoró de forma demencial,
patológica, de George Barker, y
En Grand Central Station me senté y lloré
relata el paisaje interior y personal de esa adicción a todas luces
autodestructiva. Pocas veces una mujer ha plasmado por escrito de forma tan
clara e intensa su pasión por un hombre. Una pasión erótica plasmada en párrafos
de verdad inolvidables (una gato rabioso que araña mi sexo), una pasión amorosa
alejada de la lucidez, casi surrealista, trágica, devastadora y sin salida, cuyo
relato es sin duda una de las cumbres de la narrativa-lírica del siglo XX, y una
de las crónicas de amor-pasión femenino más desgarradoras y lúcidas de la
literatura de todos los tiempos.