23 de febrero de 1942. Submarinos japoneses bombardean los campos
petroleros de Ellwood, cerca de Santa Bárbara, dañando varios transformadores
eléctricos. Dos días después, en la madrugada, los radares de la costa de
California detectan un objeto no identificado a 120 millas al sur de Los
Ángeles. A las 2:15 las baterías antiaéreas son puestas en alerta y seis minutos
después se ordena un apagón total. Tras recibir un par de reportes que indican
la presencia de un considerable número de aviones, a las 3:06 la artillería abre
fuego contra un globo que porta una bandera roja y el infierno se desata sobre
el cielo californiano. Ha comenzado la “Batalla de Los Ángeles”. Durante las
siguientes tres horas, y mientras el fuego antiaéreo continúa sin descanso, una
infinidad de noticias contradictorias inunda el centro de mando: hordas de
aviones de diferentes tamaños, en diferentes números, viajando a diferentes
velocidades y a diferentes alturas, son vistas en el aire sin que, en ningún
momento, se detecte bombardeo alguno mientras miles de vecinos en un radio de 65
kilómetros salen a sus azoteas armados con sus fusiles. El amanecer termina por
aclarar que los únicos daños producidos por la “batalla” han sido los causados
por el tumulto popular, los accidentes de tráfico o la caída de fragmentos de
las más de 1430 bombas antiaéreas utilizadas149. En un clima de histeria
colectiva, al día siguiente tiene lugar la entrega de los premios de la Academia
de Artes y Ciencias en su decimocuarta edición, una ceremonia que se ha decidido
celebrar en un tono menor, sin ropa de gala ni banquete. Curtiz no ha sido
nominado por ninguno de sus trabajos en el año, aunque lo mereciese por su
extraordinario trabajo en
The Sea Wolf.
Colección de escenas de Casablanca, del director Michael
Curtiz (vídeo colgado en YouTube por dieguku)La guerra
ha llegado a Hollywood y Hollywood se prepara para la guerra. Actores, técnicos,
ejecutivos, todos quieren participar activamente en el esfuerzo bélico, aunque
eso pueda significar su muerte. Algunos como Lee Powell, famoso por su
personificación del justiciero ‘Lone Ranger’, perecerán en el campo de batalla;
otros como la gran Carole Lombard, fallecida en un accidente aéreo, lo harán
mientras ayudan con su trabajo. Zanuck, en la reserva del
Army Signal
Corps, vuelve a la vida militar activa y es nombrado Coronel con el encargo
de supervisar y producir películas de entrenamiento y combate; Jack Warner lo
hará en breve, cuando sea nombrado Teniente Coronel de la
First Motion
Picture Unit, una unidad creada para realizar películas para el cuerpo aéreo
del ejército. La Warner ofrece los antiguos estudios Vitagraph en Prospect
Avenue, prácticamente vacíos aunque acondicionados para ser utilizados en un
breve espacio de tiempo, y cientos de profesionales de todos los estudios se
brindan voluntarios para servir a su país de la mejor forma que saben. Wallis ha
preferido continuar concentrado en la producción de títulos que conformen las
sugerencias del
Bureau of Motion Pictures, una división de la
Office
of War Information (OWI), la agencia gubernamental creada el 13 de junio por
orden ejecutiva para «coordinar el flujo de información y formular programas que
faciliten el entendimiento del progreso de la guerra y las políticas oficiales».
Con más de millón y medio de ciudadanos censados sólo en la ciudad de
Los Ángeles, es el momento para las restricciones y el gobierno ordena recortar
en un 25% la cantidad de material fílmico disponible, restringiendo el
presupuesto en construcción de decorados en 5.000 dólares por película. También
racionará la gasolina antes de final de año, lo que limitará el uso de
localizaciones en exteriores, e incluso prohibirá la utilización de focos en los
estrenos. Ante el temor a posibles bombardeos, Jack Warner ordena pintar una
enorme flecha de 6 metros en el techo de sus estudios de Burbank –“Lockheed –
Por ahí”–, indicando la dirección de la cercana fábrica de aviones. Sin embargo
el ánimo de los ciudadanos angelinos es muy diferente. Varias organizaciones
patrióticas –el
Hollywood Victory Committee o el
Motion Picture
Committee for Hollywood, entre otras– son creadas en breve espacio de tiempo
y la inmensa mayoría de los trabajadores de la industria cinematográfica aceptan
la inversión del 10% de su sueldo semanal en bonos de guerra, una medida
promovida por el Departamento del Tesoro. Con el ejército estadounidense ya
diseminado por todo el planeta, Bette Davis y John Garfield idean abrir un club
gratuito para los militares de paso por la capital del cine, un lugar donde las
estrellas cinematográficas atiendan el solaz de los sufridos soldados. El
resultado, ubicado en el número 1451 de Cahuenga Boulevard, junto a Sunset, es
‘The Hollywood Canteen’, que abre sus puertas el 3 de octubre.
Como
ocurriera durante la Gran Depresión, el público querrá refugiarse en las salas
cinematográficas en busca de algo diferente y las recaudaciones en taquilla
aumentarán paulatinamente superando la cota de los mil millones de dólares al
cierre del año, una cifra nunca vista hasta entonces que se mantendrá hasta
1958. Durante los siguientes tres años la mayor parte de las producciones de la
Warner se adscribirán a las ideas preconizadas por la OWI, proveyendo a las
futuras generaciones de un incalculable legado artístico entre el que se
encontrarán las subsiguientes cinco películas de Curtiz. El húngaro, que ha
cumplido 55 años en medio del rodaje de
Yankee Doodle Dandy, es ya
demasiado mayor para alistarse en el ejército pero no para cumplir con lo que
considera su deber desde el lugar donde mejor puede hacerlo: tras la cámara. A
comienzos de marzo Wallis le requiere como director de su primera película como
productor independiente, un furibundo melodrama titulado
Now, Voyager
(
La extraña pasajera, 1842) que Casey Robinson ha adaptado de una
novela del mismo título, pero Curtiz, tras leer el guión y conocer que Bette
Davis es la elegida para protagonizarlo, prefiere retirarse del proyecto
recomendando a su antiguo ayudante Irving Rapper; comprensivo, Wallis le propone
dirigir
Casablanca, otro de los títulos en los que está trabajando desde
hace tiempo, una historia ambientada en la ciudad del norte de África que mezcla
el romance, la intriga y el exotismo. Reticente en un principio, Curtiz termina
aceptando tras una de sus habituales partidas de tiro al plato en su rancho de
Canoga y, sin saberlo, da el paso definitivo para entrar en el Olimpo.
Casablanca había comenzado a gestarse en el verano de
1939, durante un simple viaje de vacaciones. Murray Burnett, un profesor de
inglés con ínfulas de escritor teatral, se encontraba en Viena visitando a
algunos de los parientes judíos de su mujer cuando tomó conocimiento de la
existencia de una ruta de refugiados hacia América con escala en Marsella,
Marruecos y Lisboa. Perturbados por lo que estaban viendo, el matrimonio decidió
acortar su estancia en el viejo continente y regresar a casa, no sin antes
detenerse durante unos días en la Riviera francesa; allí descubrieron un pequeño
café donde un pianista y un cantante de color estadounidenses entretenían a un
variopinto público, muchos de los cuales eran refugiados en plena huida. Tras su
regreso, Burnett comenzó a escribir una pieza teatral antinazi junto a su socia
Joan Alison, otra joven escritora deseosa de triunfar en los escenarios a la que
había conocido el año anterior, aunque tras varios infructuosos meses decidieron
cambiar la trama principal de su obra e inspirarse directamente en lo
contemplado en Europa. Seis semanas después, a comienzos del verano de 1940,
tenían terminado “Everybody Comes to Rick’s”.
Rick’s es el
nombre del local que el misterioso y amargado Richard Blaine tiene en
Casablanca, la capital del Marruecos francés, en los primeros meses de
existencia de la Francia de Vichy. Durante el comienzo del primer acto le vemos
dialogando con el distinguido Ugarte, un vendedor de salvoconductos, sobre el
asesinato de dos correos alemanes y el robo de los visados que portaban, dos
cartas de tránsito firmadas por el comandante en jefe del ejército francés «que
no pueden ser rescindidas o cuestionadas». Pese a su desprecio por Ugarte, Rick
acepta guardar los salvoconductos hasta la llegada de dos importantes clientes.
Es el momento en que aparece Rinaldo, el jefe de la prefectura de policía, quien
le informa que un conocido líder de la resistencia, el magnate de prensa checo
Victor Laszlo, ha llegado a la ciudad junto a una mujer en busca de un visado de
salida hacia Lisboa. Rick apuesta 5.000 francos a que Laszlo consigue su
objetivo mientras Rinaldo aprovecha para discutir el turbulento pasado del
estadounidense, un exitoso abogado criminalista en París, divorciado y padre de
dos hijos a los que no ve desde hace tiempo. Rick se deshace de las protestas
románticas de Yvonne y de las proposiciones económicas de Martínez, el dueño del
café
Blue Parrot, quien le propone comprar su local o, al menos, el
contrato del pianista y cantante negro Sam ‘El Conejo’, otro estadounidense y
viejo amigo de Rick. Sam rechaza la oferta. Tras la salida de Martínez llega el
joven capitán Strasser, nuevo agregado del consulado alemán, quien insiste en
que Rick debe demostrar su neutralidad no interfiriendo en la captura de Laszlo,
a quien han estado a punto de detener en dos ocasiones y del que esperan
conseguir la fortuna que posee, «el dinero que obtuvo propagando mentiras sobre
el gobierno alemán». Ugarte es arrestado y Rick desaparece en su oficina. En ese
momento hace su entrada Laszlo, “esbelto, de huesos pequeños, intensa mirada y
con cara de poeta”, acompañado de la hermosa estadounidense Lois Meredith, «una
morena alta y etérea con unos sobrecogedores ojos azules y complexión
marfileña». Strasser, antes de irse, amenaza al checo con retenerle hasta que
transfiera su fortuna al Tercer Reich. Lois se acerca a Sam, a quien ha
reconocido y al que pide que toque su canción favorita, ‘As Time Goes By’, cuyos
acordes atraen a Rick, sorprendido ante la presencia de Lois y a quien
evidentemente conoce. Mientras se vacía el local, Rick aprovecha para depositar
la llave de su apartamento en las manos de la mujer. Cuando se queda solo con
Sam lo único que desea es volver a oír la canción mientras bebe en solitario.
El segundo acto comienza a la mañana siguiente. Rick ha pasado la noche
con Lois en su apartamento y discute con ella sobre cómo ha cambiado su
carácter. Lois le acusa de haberse convertido en un hombre amargado y
superficial, muy distinto del “campeón de las causas perdidas” que había
conocido en París; Rick le dice que ella es la culpable y le revela que, tras un
año de relación ilícita que le hizo olvidar su matrimonio, todo había quedado
destruido en abril de 1935 tras descubrir que un tal Henri la mantenía. Sin
embargo todavía la quiere y le propone que huyan juntos a América con los
visados de Ugarte. Lois quiere explicárselo a Laszlo, con quien se siente en
deuda y para quien solicita la ayuda de Rick, pero Rinaldo llega en ese momento
y le sugiere que está siendo manipulado. Rick la rechaza amargado. La siguiente
escena se desarrolla por la tarde con el café repleto de clientes. Rinaldo
informa a Rick de la muerte de Ugarte e intenta que confiese el poseer los
salvoconductos enemistándole con Laszlo, a quien acusa de haberle cedido a Lois
durante la noche. Poco después dos oficiales alemanes obligan a que Sam les
acompañe al piano mientras cantan ‘Horst Wessel’; a su finalización Laszlo pide
‘La Marseillaise’ y consigue que todo el local le acompañe. Tras la conmoción
Rinaldo reaparece en compañía de Jan y Annina Viereck, una joven pareja búlgara
que está intentando llegar a Lisboa. Mientras el policía acompaña a Jan a la
sala de juego, Annina le pide consejo a Rick sobre si debe acostarse o no con él
para obtener los visados. Rick se queda pensativo y, cuando el búlgaro golpea a
Rinaldo, decide intervenir apagando la luz. El local es clausurado por Rinaldo,
aunque antes de que se vacíe Rick consigue indicar a Lois y Laszlo que más tarde
contactará con ellos.
Al comenzar el tercer acto Sam está entregando
unos billetes de avión a Rick. Rinaldo entra y le exige a los Viereck, todavía
ocultos. Poco después Lois llega para decirle que, a pesar de ser cierto que
pasó con él la primera noche esperando conseguir los visados, ahora es
consciente de que todavía le quiere y desea quedarse en Casablanca. Rick no la
cree, pero le pide su ayuda. Rinaldo regresa y escucha la oferta de Rick: Laszlo
y uno de los salvoconductos por la libertad de los Viereck. Convencido, Rinaldo
permite que la pareja salga de su escondite y marche hacia el aeropuerto; luego
se esconde a la espera de la llegada de Laszlo. Tras el arribo de éste, Rick
descubre sus cartas mientras le apunta con una pistola: Lois y Laszlo van a
partir juntos. Pese a las amorosas protestas de la norteamericana, ambos huyen.
Strasser llega justo cuando el avión está despegando, a tiempo de arrestar a un
Rick entregado a su destino.
Burnett y Alison esperaban que su obra
pudiera estrenarse en Broadway, aunque sólo fueron capaces de atraer la atención
de dos productores, Martin Gabel y Carly Wharton, quienes no terminaron por
decidirse dado el carácter abiertamente sexual de algunos de los personajes y su
reticencia a revisar su obra. Tras varios meses de espera, y sin salida a la
vista en el ámbito teatral, su agente les propuso enviarla a los principales
estudios de Hollywood con la esperanza de que alguno se sintiera interesado.
Así, y en un viaje a Nueva York de captación de material, la editora de
historias de la Warner Irene Lee encontró la pieza y sugirió que fuese enviada a
Burbank, a donde llegó el 8 de diciembre de 1941. Tres días después Stephen
Karnot, uno de los analistas del Departamento de Guiones, había terminado de
leerla y su breve comentario se encontraba en la mesa de Wallis junto a una
sinopsis del argumento:
«Excelente melodrama. El trasfondo
vistoso, oportuno, el ambiente tenso, la incertidumbre, el conflicto psicológico
y físico, la ajustada trama, un sofisticado artificio. Un éxito seguro. Para
Bogart, Cagney o Raft en papeles no habituales y quizás Mary Astor.»
Wallis no había leído el informe hasta el lunes 22, momento en que Irene
Lee recibió el encargo de tantear el precio de la obra así como obtener las
opiniones de algunos de los productores asociados del estudio. Tres de ellos
respondieron al día siguiente. Robert Lord había apreciado que «con tiempo y
esfuerzo suficiente podría conseguirse una película de ésta muy obvia imitación
de
Grand Hotel», sugiriendo «contribuir con un poco de dinero a su
producción como obra teatral como contraprestación a sus derechos
cinematográficos »; David Lewis había indicado que «el trasfondo era colorista y
moderno y los personajes románticos» y que la trama necesitaba “ser trabajada”;
por último el emergente Jerry Wald había opinado que podía «ser fácilmente
moldeada en una pieza parecida a
Algiers, con mucha emoción y suspense».
Este último había sido el que había dado en el clavo de lo que Wallis andaba
buscando, «una historia romántica en un entorno exótico ». El 28 de diciembre,
sin entrar en negociaciones y queriendo adelantarse a otros estudios, Wallis
había decidido aceptar el precio de 20.000 dólares que solicitaban Burnett y
Alison, la mayor cantidad jamás pagada en Hollywood por una obra teatral
inédita; tres días después, el último del año, Wallis había ordenado que el
proyecto fuese conocido desde ese momento como
Casablanca, un título que
consideró más conveniente y comercial.
Robert Buckner, Aeneas MacKenzie
y Wally Kline habían recibido la obra de inmediato, y sus evaluaciones y
sugerencias llegaron en pocos días. MacKenzie, definido por Wallis como «un
hombre dotado con la capacidad de escribir diálogos creíbles para personajes
europeos», pensaba que podía «extraerse una buena película», pero no veía la
tarea «fácil, porque determinadas caracterizaciones como Rinaldo necesitaban
reforzarse muy seriamente y ciertas situaciones básicas» presentaban «problemas
desde un punto de vista censor »; sin embargo había acertado al afirmar que
«tras la acción y su trasfondo» existía «un excelente tema, la idea de que
cuando la gente pierde la fe en sus ideales, son golpeados antes de que puedan
comenzar a luchar». Por su parte Kline, que había estado casado con Juel Wallis,
la fallecida hermana de Hal, se había mostrado menos receptivo indicando la
liviandad del argumento una vez eliminadas «las situaciones, relaciones e
implicaciones altamente censurables»; su conclusión coincidía con la MacKenzie:
«Será un trabajo duro el obtener una película satisfactoria de este material,
pero creo que puede hacerse». Buckner, por el contrario, había sido abiertamente
negativo: «No me gusta nada la obra. No me creo la historia ni los
personajes».Wallis había tardado poco en decidirse y, para el viernes 9 de
enero, MacKenzie y Kline habían quedado encargados de escribir el guión. Cuatro
días antes “The Hollywood Reporter”, uno de los diarios de información
cinematográfica utilizado por los estudios para promocionar sus producciones,
había publicado un anuncio sobre el inminente rodaje de
Casablanca
informando de que la película iba a ser protagonizada por Ann Sheridan,
Ronald Reagan y Dennis Morgan, una noticia que en años venideros será utilizada
como fuente de comentarios cuando, en realidad, sólo se trataba de una maniobra
promocional, una forma de dar a conocer el título mientras se publi ci taba a
tres jóvenes actores que la Warner estaba intentando elevar a la categoría de
estrellas.
A comienzos de febrero los guionistas estaban trabajando en
su adaptación centrándose en resolver el componente sexual de una manera
aceptable para la PCA. Las referencias al hecho de que Rick estaba casado fueron
eliminadas y, con ellas, la existencia de un adulterio durante su relación con
Lois en París, pero el encuentro en Casablanca seguía siendo un escollo
insalvable. Además, el componente político de la historia requería de un tacto
especial a la hora de retratarlo en la pantalla ya que contra lo que podría
imaginarse, y pese a su papel de marioneta en manos alemanas, Roosevelt y su
administración no veían con malos ojos al gobierno francés instaurado en Vichy,
un régimen autocrático que no sólo había aceptado entregar la mitad de su
territorio a los nazis sin casi resistencia sino que había instaurado una
política claramente antisemita de ideología nacional–católica muy parecida a la
que el general Franco llevaba ejerciendo en España desde 1939. Que un estudio
tan proclive a seguir las indicaciones presidenciales estuviese dispuesto a
producir una película que se oponía a una de sus decisiones en política exterior
era algo inusual, pero ciertamente significativo. Ser antinazi seguía siendo lo
primero para los Warner.
Tras mes y medio de trabajo, MacKenzie y Kline habían dado por terminado su
guión el 23 de febrero. Wallis, no obstante, ya estaba buscando alternativas
haciendo circular varias copias de “Everybody Comes to Rick’s” entre directores
y guionistas, esperando opiniones y sugerencias sobre el mejor camino a
emprender. Casey Robinson le había contestado de manera encomiástica
ofreciéndose como escritor y/o productor de la película; a Robert Rossen le
parecía un «pedazo de mierda romántica». Vincent Sherman había sido el más
proactivo –«Tenía todos los elementos que solían seducirme en las películas:
peligro e intriga en un lugar exótico y una historia de amor con buenas
posibilidades»– acudiendo a Philip y Julius Epstein, con los que ya había
colaborado en
Saturday’s Children (1940), y consiguiendo interesarles en
el proyecto pese a que ya tenían un compromiso inminente e ineludible en la
costa este, una serie de documentales para el ejército bajo el nombre genérico
de
Why We Fight que Frank Capra y el
834th Signal Service Photographic
Detachment estaban empezando a poner en pie. Sherman había propuesto a
Wallis el hacerse cargo de la película o, al menos, el viajar junto a los
Epstein y colaborar con ellos en el guión, pero el productor le había rechazado
aduciendo que ya se encontraba a punto de comenzar un nuevo título –
The Hard
Way (1942)– y que no disponía de tiempo libre. Emplazándole para más
adelante, Wallis sí había decidido negociar con los hermanos acordando
entregarles el guión de MacKenzie y Kline como referencia. Pese a que su sueldo
iba a quedar suspendido mientras se encontrasen trabajando para Capra, el
compromiso que finalmente aceptaron estipulaba que iban a ocuparse del guión de
Casablanca en sus ratos libres, y que sólo si el resultado era
convincente recibirían una compensación económica. Con todo cerrado, el 25 de
febrero los Epstein habían partido hacia Washington.
Wallis también
había admitido el reto de ser él quien produjese personalmente la película, el
tercer título de su –desde el 14 de enero– nueva y ya publicitada independencia.
Steve Trilling, hasta ahora director de
casting, se había convertido en
el nuevo Asistente Ejecutivo de Jack Warner, quien ya había decidido que nadie
más en el estudio volvería a tener el control de producción que tanto Zanuck
como Wallis habían tenido bajo su mandato; de ahora en adelante él mismo sería
el Jefe de Producción y sólo él tendría el poder absoluto en la toma de
decisiones. Wallis, mientras tanto, había dado los primeros pasos para
seleccionar el reparto y el equipo técnico.
Kings Row, un magnífico
melodrama dirigido por Sam Wood, se había estrenado el 2 de febrero en Nueva
York y las críticas habían resaltado muy positivamente a su protagonista
femenina, Ann Sheridan; cinco días después Wallis había ordenado que tanto ella
como la bailarina rusa Tamara Toumanova, esposa de Casey Robinson, fuesen
probadas para el papel de Lois, aunque tan sólo la americana había resultado
convincente. Wallis también había tanteado la posibilidad de que Hedy Lamarr,
que había protagonizado
Algiers, hubiese sido cedida para la película,
pero el sueño había quedado finiquitado antes de final de mes tras la negativa
tajante de la MGM. Con Sheridan en cartera, y a la espera de otras opciones, el
siguiente paso había sido seleccionar al intérprete de Rick. Wallis tenía claro
que necesitaba a un actor muy masculino, duro y con aire cínico, un perfil en el
que encajaban pocos nombres de la factoría Warner. Cagney ya había anunciado su
marcha del estudio y un breve tanteo con George Raft, suspendido de empleo y
sueldo desde el pasado agosto por su negativa a trabajar en
All Through the
Night (1942) de Sherman, había terminado en un nuevo rechazo, el último de
su carrera en la Warner. Sólo quedaba Bogart, el preferido de Wallis, pero su
agenda para el resto del año estaba ciertamente apretada: el rodaje de
The
Big Shot (1942) –una película de Lewis Seiler donde interpretaba su enésimo
papel de gángster– estaba a punto de terminarse, pero ya tenía comprometido su
futuro inmediato con
Across the Pacific (1942), su segunda colaboración
con John Huston cuya filmación se estimaba realizar entre marzo y mayo. Además,
y como parte del acuerdo de cesión de Cary Grant para el ya finalizado rodaje de
Arsenic and Old Lace (
Arsénico por compasión, 1941) de Frank
Capra, la Warner estaba obligada a cederle para
Sahara (1943), una
producción de la Columbia que todavía no tenía una fecha clara de inicio pero
que se estaba estimando iniciar a finales del verano. La ventana disponible era,
pues, muy estrecha.
Como director,Wallis quería a William Wyler.
Nominado en cuatro ocasiones al Oscar y responsable de dos de las mejores y más
exitosas producciones de la Warner de los últimos años –
Jezebel (Jezabel,
1938) y
The Letter (
La carta, 1940)–, el director originario de la
ciudad alsaciana de Mulhouse acababa de terminar el complicado rodaje de
Mrs.
Miniver y se encontraba descansando en el ‘Sun Valley Lodge’ de Idaho junto
a Zanuck y el guionista Norman Krasna. A mediados de febrero Wallis le había
enviado la obra teatral y un breve boceto del guión con la esperanza de que
aceptase el proyecto, pero Wyler ya se había alistado en el
Army Signal Corps
y ni siquiera se había molestado en leer el material ni en contestarle.
Wallis, entonces, había dirigido su mirada hacia Curtiz. Más allá de su
profesionalidad o de la capacidad de convencimiento del productor, es la
participación de los Epstein y, sobre todo, la idea central de la obra –la
redención personal a través del sacrificio– lo que termina por convencer a
Curtiz de aceptar la película. No se arrepentirá de ello.
Curtiz
comienza poniendo un poco de orden en la preproducción y, lo primero, es cerrar
el guión lo antes posible. Los Epstein han regresado el 16 de marzo, pero su
trabajo está todavía en una fase muy primaria y tan sólo tienen terminado el
primer tercio (hasta la secuencia retroactiva en París). En las 66 páginas que
han escrito se ven pocas diferencias con respecto a la obra original o el guión
de MacKenzie y Kline, aunque ya puede vislumbrarse una estructura
cinematográfica muy similar a la que tendrá el producto final. El personaje del
policía tiene un nombre nuevo –Louis Renault, un patronímico ciertamente más
francés–, una mayor participación en la historia y una personalidad más
trabajada, todo ello acorde con el estilo y las maneras de Claude Rains, el
actor que los hermanos visionan como ideal y que prontamente es asegurado para
la película; igualmente la importancia de Laszlo en la resistencia es acentuada
al introducir una nueva escena con un contacto en Casablanca, lo que también
permite modificar las demandas ulteriores de Strasser (nombres de los líderes
europeos de la resistencia en vez de dinero). Por el contrario los dibujos de
los dos protagonistas principales siguen siendo prácticamente iguales, aunque la
inclusión de una escena que muestra cómo Rick deja ganar a un jugador que lleva
tiempo intentando conseguir dinero para comprar su visado servirá para resolver
la trama de la pareja búlgara. Pero el guión está muy lejos de ser mínimamente
válido. Curtiz, ayudado por el inapreciable olfato de una recuperada Bess –fuera
de la cama por las exigencias bélicas–, piensa que el personaje de Strasser
sigue siendo demasiado liviano para ser un nazi y sugiere endurecerlo y
avejentarlo; también, que la angustia de los refugiados debe ser mostrada de
alguna manera, a modo de pequeñas escenas o apuntes. Por su parte Bogart cree
que al de Rick le falta sustancia y le sobran lamentos, sugiriendo para el mismo
una participación más agresiva en la historia. Estamos a 2 de abril y
Casablanca ya tiene una fecha estimada de inicio: el lunes 18 de mayo.
Con muy escaso margen de maniobra, Wallis decide incorporar a Howard Koch al
equipo de escritores, no con el objetivo de que ayude a los Epstein sino con el
de escribir un guión independiente. Koch se incorpora el 6 de abril y, tras dos
semanas de trabajo conjunto con los hermanos que le sirven para conocer la obra
y la estructura que están utilizando, comienza a trabajar en solitario. No
volverán a reunirse más.
Con una fecha de inicio tan cercana, es el
momento de cerrar el reparto y el equipo técnico. Sin saberse muy por qué, la
opción de Sheridan para el personaje de Lois ha sido completamente desestimada
y, en su lugar, Wallis sueña con Ingrid Bergman, de quien piensa que es «la
única actriz con la cualidad lumínica, el calor y la ternura necesarias para el
papel»; Curtiz, encantado con el estilo sencillo y el rostro limpio de la sueca,
aprueba la elección sin dudarlo aunque el problema no es otro que David
Selznick, con quien Bergman tiene un contrato en exclusiva. Una primera
tentativa a comienzos de marzo había fracasado porque tanto el productor como la
actriz estaban esperando conseguir el papel femenino protagonista de
For Whom
The Bell Tolls (
Por quién doblan las campanas, 1943), la adaptación
de la novela de Hemingway que la Paramount había puesto en las manos de Sam
Wood, pero ahora ya se ha hecho público que el rol ha recaído en la bailarina
Vera Zorina y Selznick parece dispuesto a escuchar ofertas. A comienzos de abril
Wallis envía a los Epstein para convencerle pero, por si acaso y como medida de
presión, decide cubrirse las espaldas tanteando a la francesa Michèle Morgan,
una bella actriz rubia de 22 años que acaba de estrenar
Joan of Paris
(1942), una historia sobre la resistencia francesa que el inglés Robert
Stevenson ha dirigido para la RKO. El 9 de abril Curtiz filma personalmente su
prueba y, al día siguiente, el estudio hace pública una nota de prensa por la
que informa que ella va a ser la compañera de Bogart al frente del reparto,
aunque en realidad tanto Wallis como Curtiz están esperando la respuesta
afirmativa de Selznick. Ésta llega el martes 14 en forma de un económico acuerdo
de intercambio: 25.000 dólares por 8 semanas de trabajo –en vez de los 55.000
que pedía Morgan– y la opción de que Olivia de Havilland trabaje para Selznick
en las mismas condiciones. Una semana más tarde Bergman recibe la noticia en su
casa de Rochester, Nueva York, donde se encuentra medio recluida junto a su
marido.
Igual de problemático es el asignar el papel de Laszlo. Wallis
ha estado pensando en sólo dos nombres, el holandés Philip Dorn [Hein van der
Niet] y el austrohúngaro Paul Henreid [Paul Georg Julius Hernreid Ritter Von
Wassel–Waldingau], pero el primero tiene un contrato en exclusiva con la MGM y
está a punto de empezar una película, y el segundo no se muestra inicialmente
interesado en el rol; además, Henreid está en medio del rodaje de
Now,
Voyager y la producción se está alargando más de lo previsto sin unos visos
claros de cuando va a terminarse. Wallis y Curtiz se ven forzados a considerar
otros actores europeos, como el danés Nils Asther –ya comprometido en otros
proyectos–, el francés Jean–Pierre Aumont –rechazado por ser “demasiado joven”
tras ver una prueba filmada por Sherman el 17 de abril–, y el austriaco Carl
Esmond –no suficientemente convincente–, antes de plantearse el utilizar
estadounidenses (Joseph Cotten, entre otros) para, finalmente, regresar a la
opción de Henreid. Tras conseguir el compromiso de que su papel será aumentado y
que su acreditación será la misma que Bergman y Bogart, Henreid firma un
contrato de siete años.
Wallis está empeñado que cada una de sus
producciones independientes tenga un nivel interpretativo mayor de lo habitual,
incluso aunque eso suponga contratar a actores igualmente independientes, o a
sueldo de otros estudios, cuyos salarios son superiores a la mayoría de los
secundarios en nómina de la Warner. Sólo así se entiende que finalmente esté
dispuesto a pagar 5.000 dólares a la semana por los servicios de Conrad Veidt,
1.750 por los de Peter Lorre, y 500 por los de Dooley Wilson. Veidt, el célebre
protagonista de
Das Kabinett des Dr. Caligari, es una apuesta personal
suya para el papel de Strasser tras fracasar las negociaciones con la Fox por
Otto Preminger, a quien Curtiz ha probado con éxito el 27 de abril y por el que
Zanuck había solicitado 7.000 dólares a la semana; Lorre [László Löwenstein],
otro de los judíos húngaros en Hollywood, es el ideal para el rol de Ugarte que
los Epstein han ido modificando para hacerle más sibilino que el dignificado
personaje escrito por Burnett y Alison; la elección de Wilson para el papel de
Sam ‘el conejo’ resulta más sorprendente, ya que el actor no es un cantante
profesional –aunque ha trabajado como tal– y no sabe tocar el piano161. Wallis
se había llegado a plantear el cambiar el sexo a este último personaje,
contemplando la posibilidad de contratar a Lena Horne, Hazel Scott o, incluso,
Ella Fitzgerald para el mismo, pero pronto había desechado la idea y a comienzos
de abril la decisión había quedado reducida entre elegir a Wilson o a Clarence
Muse, un experimentado actor y músico con más de 90 películas a sus espaldas.
Curtiz había filmado pruebas a ambos decantándose por Muse, quien el 1 de mayo
había sido confirmado por Wallis para, dos días después, ser rechazado al
considerarlo estereotipado, «demasiado caricatura de un personaje negro». El
resto del reparto sigue unos derroteros similares. Sydney Greenstreet y S.Z.
Sakall, de los pocos con nómina de la Warner, rechazan sus asignaciones
–Martínez y el camarero Carl, respectivamente– por considerarlas insustanciales
y nimias, y tan sólo un importante aumento de sueldo consigue hacerles cambiar
de opinión. La cantante tejana Corinna Mura es incorporada como elemento de
atracción para el mercado sudamericano (ahora muy importante, ya que el europeo
es prácticamente inexistente), mientras que la joven francesa Madeleine LeBeau,
que la Warner acaba de contratar, lo hace en el papel de Yvonne tras preferir
Curtiz su prueba a la que realiza la mejicana Lupe Tovar. Hay incluso lugar para
la hijastra de Jack Warner, Joy Page, en el rol de la joven búlgara, y para
varios refugiados europeos, entre ellos el francés Marcel Dalio y el austriaco
Helmut Dantine.
Tras la cámara Curtiz va a contar con un buen número de
sus usuales colaboradores. Carl Jules Weyl es el director artístico escogido y
su sapiencia arquitectónica es puesta a prueba en el diseño y construcción de
los dos principales entornos de la película, las calles de la capital marroquí y
el interior del local de Rick. Como las restricciones de gasolina y material son
ya un hecho, la práctica totalidad de la película va a ser filmada en los
terrenos de Burbank aprovechando, en lo posible, decorados y estructuras ya
construidos. Don Siegel estará al frente de la unidad de insertos y Owen Marks
se encargará del montaje. El director de fotografía no es el deseado James Wong
Howe, ni el habitual Polito, sino el brillante Arthur Edeson con quien Curtiz no
ha trabajado desde su breve colaboración en
Kid Galahad. Max Steiner es
asignado como compositor de una banda sonora que debe contar obligatoriamente
con ‘As Time Goes By’, un tema que Burnett había escuchado en sus años de
estudiante, y con dos canciones originales que Wallis ha comisionado a finales
de marzo.
Mientras, los Epstein y Koch han estado trabajando por
separado y de forma intensiva bajo la supervisión de Wallis y Curtiz. Como los
hermanos llevan ventaja en su versión, la idea es que Koch utilice lo escrito
por ellos como base estructural de un guión más serio y dramático, un método de
trabajo que provoca problemas al escritor neoyorquino, acostumbrado a un punto
de vista mucho más comprometido y circunspecto. Los Epstein no entregan el
segundo tercio de su trabajo hasta el 6 de mayo, y Wallis se ve forzado a
retrasar la fecha de inicio del rodaje hasta el lunes 25, aunque exigiéndoles
que hagan un esfuerzo máximo para, al menos, disponer de un guión completo para
tal día. El lunes 11 Koch concluye su versión de la primera parte,
inmediatamente aprobada por unos ansiosos Curtiz y Wallis y distribuida al resto
del equipo, que incorpora cambios sustanciales: Strasser es ya un hombre mayor y
su participación ha aumentado en tiempo y contenido; Rick también es un
personaje más trabajado, sin matrimonio ni hijo alguno a sus espaldas, y Koch le
ha dotado de un pasado político y de activismo antifascista muy cercano a sus
propias ideas. Sin embargo lo más importante es la capital transformación del
personaje femenino. Con Bergman en el reparto, la ambiciosa americana Lois
Meredith se ha convertido en la romántica nórdica Ilsa Lund, un rol mucho más
próximo a las maneras de la actriz sueca que, al mismo tiempo, resulta más
atractivo y próximo al público. Apurado por todos, Koch finiquita su segunda
parte una semana más tarde. En ella ha eliminado algunas escenas excesivamente
humorísticas de los Epstein (en particular una que se desarrollaba en un hotel),
aunque también ha aumentado el número de secuencias fuera del local de Rick,
definiendo mucho más el carácter y el pasado de Ilsa y Renault. Ella es ahora la
esposa de Laszlo, y no sólo su amante o acompañante, un detalle que añade nuevas
variables a su historia parisina con Rick pero que deja la puerta abierta para
uno de los temas menos agradables de lidiar con la censura: el adulterio; por su
parte el personaje de Renault está mucho más politizado y tendente a lo que Koch
anda buscando: «el juego del gato y el ratón entre Rick y el prefecto de la
policía», cuya relación ve «ambigua y de resolución impredecible».
Con
todo ello el componente romántico está quedando un poco de lado entre lo
humorístico que preconizan los Epstein y lo político que gusta a Koch. Wallis
acude a Lenore Coffee y Casey Robinson con la petición de que revisen lo escrito
y provean de sugerencias al respecto. Ambos ofrecen recomendaciones muy
interesantes, en particular Robinson cuya respuesta, fechada el 20 de mayo a tan
sólo cinco días del comienzo del rodaje, es explicativa y muy constructiva: «Mi
impresión es que el melodrama está bien desarrollado, el humor es excelente,
pero la historia de amor es deficiente». Robinson apunta directamente a la
relación entre Ilsa y Rick, sugiriendo cambios importantes (como trasladar su
primer encuentro a la soledad de la noche, y no en la tarde como ocurre en la
obra teatral y el guión de los Epstein y Koch) que profundicen en el motivo por
el que Rick se muestra amargado en un comienzo y dispuesto a perderla al final.
Su sugerencia de potenciar el sacrificio en la separación ulterior de los
protagonistas también ayuda a solventar la trama de los búlgaros, que Koch
quiere disminuir al máximo para que el personaje de Renault adquiera otra
dimensión. Además la PCA ha revisado lo que el estudio les ha enviado y, como
era de esperar, ha hecho hincapié en la prohibición de mostrar los componentes
más sexuales del argumento.
El último tercio del guión, que Koch entrega
el jueves 21 de mayo, incorpora algunas de las recomendaciones recibidas. La
pareja búlgara desaparece de la historia mucho antes del final, utilizando la
excusa de dejarles ganar en la ruleta que los Epstein habían pergeñado en un
comienzo, mientras que la escena entre Ilsa y Rick en el apartamento de éste
sigue más o menos fielmente lo sugerido por Robinson. En consecuencia el final
del guión se centra en la artimaña utilizada por Rick para que tan sólo Ilsa y
Victor escapen en el avión, aunque la secuencia –que sigue desarrollándose en el
interior del local– ha dado un importante giro ya que permitir que la historia
se cierre con el tranquilo arresto del protagonista es completamente inadecuado
no sólo con los patrones de Hollywood, sino con la propia esencia de un
personaje remozado y dotado de un turbio pasado de activismo. La solución ideada
pasa por hacer que Strasser irrumpa en escena antes de que el avión haya partido
y, así, permitir que el protagonista le dispare cuando intente telefonear para
detener el despegue. El cómo hacer que Rick pueda escapar es, finalmente,
ocurrencia de los Epstein, quienes años después recordarán cómo ambos llegaron a
la misma conclusión al mismo tiempo: utilizar la frase ‘Detengan a los
sospechosos habituales’ que ya habían usado para la escena en la que Renault
recibía a Strasser y le informaba de las acciones realizadas para capturar a los
asesinos de los correos alemanes, lo que permitía cerrar cíclicamente la
historia posicionando al policía en el lugar que Koch siempre había querido,
como un activista antinazi más.
Aunque todavía quedan varios cabos
sueltos por resolver, Curtiz dispone por fin de un guión completo que le permite
planificar el rodaje mientras filma las últimas pruebas de cámara y vestuario.
Bergman ya está en Hollywood desde el miércoles 13, pero Henreid sigue ocupado y
la construcción del local de Rick todavía no está terminada. Wallis y los
guionistas acuden el domingo 24 a su casa en Canoga para revisar, una vez más,
los pormenores del guión, pero ya no hay vuelta atrás. Al día siguiente Jack
Warner escribe a Curtiz con sus mejores deseos y una petición desesperada:
«Éstos son días turbulentos y sé que terminarás
Casablanca en un máximo de siete semanas. Dependo de ti para que vuelvas
a ser el viejo Curtiz que solías ser, y estoy seguro de que vas a realizar una
gran película.» Con 48 días por delante y 878.000 dólares de
presupuesto total, Curtiz está preparado para que su nueva película comience a
pasar a la posteridad.
Nota de la Redacción: agradecemos a
T&B
Editores la gentileza por permitir la publicación de este
fragmento del libro de
Miguel A. Fidalgo,
Michael
Curtiz. Bajo la sombra de "Casablanca" (T&B
Editores, 2009), en
Ojos de
Papel.