Acto Primero
Un sábado de 2008. Con los
reflectores de sus ojos aparta la coma que le sobra en la suma de unos números
tan complicados como las facturas proforma. Costes, variables, tipos…,
infortunios que los humanos han de sufrir para alcanzar la dicha. Los sábados,
Francesc no trabaja. Los pasa en su casa, cerca de su mujer, Clotilde, y lejos
de sus hijos, Francesc y Pere, abogados de pormenores que se desenvuelven con
resolución en los miasmas mercantiles. Francesc querría ser el olmo seco de
Machado, con la gracia de las ramas verdecidas. Proceloso en ocasiones, cuando
le sobreviene la tormenta, se desespera como el atunero Alakrana, y es
nervioso y temperamental, y la corpulencia del hombre que en él habita se
revuelve y profiere ríos de labia que expresan su enojo. Las más de las veces,
callado, silencioso, la toscana ramita que los ejércitos de hormigas tanzanas de
mandíbulas desgarradoras llevan en andas hasta el altar de su Reina Madre. Tan
inofensivo como ellas, y tan ordenado. Los sábados no trabaja, porque es cuando
se divierte trabajando. Se encierra en su despacho, en el que resaltan las
ediciones de Las Regentas (Clarín), Las fiestas del chivo (Vargas Llosa)
y Las casas de los espíritus (Allende), y se transforma en orfebre. Antes de
nada, bebe agua ligera “ideal para bebés”. Separa, en su mesa de conferencias,
el negocio editorial del arte, aunque esto ya lo tiene bastante claro. A
continuación, apaga la radio, el calentador, los grillos, para quedarse solo, y
exigirse, como futuro lector de su obra, que aquello que escriba le dé
expectativas. Son las once de la noche de un sábado cualquiera. Tercero,
redacta: “Mientras despedía al taxista, Tomás Quelt sintió una punzada de
intranquilidad en la boca del estómago…”.
Cloti, la mujer de los tacones
altos, dueña de una zapatería en Sant Boi del Llobregat, le deja hacer,
enamorada indistintamente por su pluma como por sus cuartillas en blanco.
Acto Segundo
Cinco horas han pasado desde que ha
empezado a hilvanar el argumento de su nuevo libro (el título, al final), y en
él ya se adivinan los rasgos peculiares de su propia vida. Francesc entró en “la
Caixa” con 20 años, luego de aprobar unas oposiciones terribles, porque incluían
cálculo, mecanografía y organización sindical. Pasó por diferentes oficinas, con
el traqueteo itinerante de la furgona de Janis Joplin cuando se ponía de
LSD hasta las cejas (Sant Quirze del Vallès, Roger de Llúria - Aragó, Diagonal
-Bruc…). Después de tantos años de fidelidad, salta a la primera de cambio en
que se ponga en entredicho el sistema bancario: “No me gusta la demagogia.
Cuando se dice que los bancos ganan miles de millones mientras hay gente en el
mundo que se muere de hambre, se parte de una base falsa: ¿está bien o está mal
que una empresa gane mucho dinero, conforme a su volumen de inversión y a su
infraestructura?”. Si se le sacan a relucir las comisiones, Francesc muerde:
“Cualquier servicio tiene un coste. Si el banco no lo cobra, alguien lo paga”.
Si se le tocan las hipotecas, echa pelotas fuera, sólo que estas pelotas son
bolas de Drac Zeta: “El negocio de un banco es comprar dinero, comprar ahorro,
para después venderlo”. Si le mentas la Obra Social, te sablea con un cuchillo
jamonero Ginsu: “La Obra Social no tiene que ver con el día a día bancario. Es
una labor que se lleva a cabo con los beneficios obtenidos, que actualmente son
menores, porque a) se dan menos créditos puesto que la prudencia es mayor y b)
la morosidad ha aumentado”. Si se acusa a los Botines-Ybarras-Usandizagas de
colaboración en la crisis económica que ha dejado a los trabajadores desarmados
y sin blanca, señala con el dedo a otros: “La causa de la crisis está en que, en
un país endeudado como España, el presidente del Banco Central Europeo,
Jean-Claude Trichet, subiera el tipo de interés. Y aquí lo que ha hecho el
Gobierno no es regalar el dinero. Ha avalado, y ha evitado un pánico colectivo
con colas de gente en los bancos para retirar sus fondos”.
Francesc Rovira,
si escribe, se engancha: su particular metadona. Han pasado cinco horas (son las
cuatro de la madrugada) y ni se ha enterado. “No es un esfuerzo, es diversión.”
Cloti se desespera en la cama, y se revuelve y le da golpecitos a la almohada
porque halla lo que no debe, un hueco lastimoso en el centro de su gravedad.
Quiere que venga su marido, pero sospecha que se ha hecho a la mar con el
embalaje de los pretéritos indefinidos de sus personajes de ficción. Cuando la
mujer oye el chasquido del interruptor de la habitación contigua, y la luz se
desprende de la bombilla y ya la casa queda en tinieblas, los latidos más
fuertes le devuelven lo que la gramática de la Academia se llevó, a su hombre.
Acto Tercero
“Cuento una historia y mis personajes
se definen a medida que actúan. Evito las descripciones de Proust que restan
dinamismo al relato. Hoy el lector es mucho más impaciente que antes.”
Cuando en las madrugadas de las noches de invierno, este escritor a quien
una vez atracaron (“como en las películas, entraron con la cara enmascarada,
pistola en mano, y se llevaron los billetes de 100 pesetas de la caja fuerte”)
intenta conciliar el sueño tras largas horas de desenredos literarios en su
molleja, las ganas de levantarse y de volver a teclear delante del ordenador se
superponen a los sueños dóciles de los abuelitos que durante 30 años le han
estado sacando la pensión por el simple placer de contarla. Ya estirado, Cloti
le achucha, le caza con sus pies fríos, le besuquea la mano ardiente de sus
fábulas, aliviada de que el drama de Cio-Cio-San sea un libreto para cuya
ejecución haya que pagar un palco. Sin embargo, al igual que el Prinkerton de
Madame Butterfly, Francesc Rovira, efectivamente, mantiene un romance con la
literatura desde 1996, cuando se apuntó al taller de escritura creativa
Fuentetaja: “Yo enviaba por correo postal mis ejercicios y me los devolvían
corregidos y con anotaciones de los profesores y de otros alumnos”. Rovira
siempre creyó que escribir una novela suponía una tarea de cíclopes para la que
jamás se vería preparado. Pero se olvidó de que escribir no se ajustaba
al verbo adecuado: “componer”. “Al final, compuse La respuesta está en
Orsay (Ediciones Altera, 2002), un juego de palabras entre investigadores
privados.” El claro predecesor de una obra de altos vuelos como Héroe en la
casa de los vientos. “En mi última novela he querido explicar cómo las
situaciones personales, los problemas de personalidad, influyen a la hora de
tomar decisiones, incluso en los puestos de poder.”
Cloti, la mujer de
Francesc, se ha levantado pronto, movida por la apetencia de un buen desayuno.
Errada irá si siente celos porque Harold Robbins, Dan Brown, Arthur Golden y
otros monstruos de los estantes le hayan robado su relación de pareja. En la
cama, su marido pronuncia en secreto su nombre, y con el bisbiseo se retuerce:
de tanto que la ama, la confunde en sus sueños.